27 abril 2011

Capítulo Tres (IV)

[David, mira que te avisé...]

Intentó moverse, pero su propio cinturón se lo impedía. Le dolía todo, pero no parecía tener nada roto. Con esfuerzo movió la mano derecha para desabrochárselo, sin éxito. Estaba trabado.
Oyó unos pasos que se acercaban al coche, que había quedado del revés, con las ruedas hacia arriba. Fue a coger su arma, pero se había salido de la cartuchera. De un rápido vistazo la localizó, en el techo que ahora era el suelo. Alargó la mano hacia ella, pero estaba demasiado lejos. Y los pasos se acercaban, despacio pero decididos. A traves de uno de los trozos de espejo de lo que quedaba del retrovisor distinguió una sombra que alcanzaba el coche.
En cuanto uno de los pies del individuo llegó a la altura de su ventanilla, con su característica velocidad agarró el tobillo y tiró hacia sí con fuerza. El pantalón estaba completamente mojado, chorreando, pero consiguió que no se le escurriera y le hizo perder el equilibrio y caer de espaldas.
— La madre que te... —dijo con la voz entrecortada el individuo—. No te basta con hacerme dar unas vueltas de campana —continuó mientras se incorporaba con esfuerzo— y que salga volando y caiga al río —en ese momento reconoció la voz, era la de Álvaro—, además tenías que hacer que me clavara una piedra en el...
— ¿Álvaro? —le interrumpió—. Creí que no lo contabas. Ayúdame a salir de aquí.
— Eso intentaba...
De repente se oyó un disparo, y parte de la corteza del árbol más cercano saltó por los aires.

[Qué queréis que diga, a mí no me cae tan mal...]

[¡Bien! Si hay que matarlo, que sea con un poco más de estilo... y no porque se cruce la furgoneta del equipo A.]