20 mayo 2011

Capítulo Cuatro (IV)

— Nos vemos de nuevo, Amelia.
— No es que sea ningún placer para mí —dijo Amelia, saliendo de la penumbra en la que se encontraba para acercarse ligeramente a la posición de Augusto—. Cuanto menos sepa de ti, mejor.
— Amelia, Amelia, siempre tan arisca. Como un gato con hambre.
Amelia se lo quedó mirando, esperando a que dijera algo interesante. Augusto miró alrededor.
— ¿No me dijiste que no vendrías sola?
— ¿Quién te dice a ti que estoy sola? Mueve la mano que no debes y ya no moverás nada más.
— Necesito saber con quién estás. No puedo hablar de esto con cualquiera.
— He traído seguridad, igual que tú. Tampoco veo las caras de tu gente a través de esos cristales tintados... ni los quiero ver. Aunque seguro que no me dan tanto asco como su jefe.
— Sé cosas que tú no sabes.
— No lo niego.
— Necesitamos compartir información, Amelia. Estamos buscando lo mismo. Podemos llegar a algunos acuerdos.
— Pero nuestros intereses son... diferentes. Escucha, no soy tan tonta como para rechazar las negociaciones, pero, seamos realistas: ahora que estás fuera dudo que puedas ofrecerme algo que me interese.

[Augusto me he quedado.]

16 mayo 2011

Capítulo Cuatro (III)

[Bueno, bueno, bueno, seguimos para bingo!!!]
El almacén estaba abandonado en una zona del puerto pesquero.
Hace algunos años todo el lugar había contraído la llamada "Crisis de los peces" cuando el mercado asiático había irrumpido con fuerza, llevándose a todos los compradores potenciales de marisco y pescado. Fue un año horrible para las empresas y pescadores del lugar, que tuvieron que cerrar y vender la mayoría de sus edificios y posesiones para saldar las deudas contraídas y los sueldos de los trabajadores. Aquel almacén no había encontrado comprador. Estaba en una mala zona. No era su culpa. Demasiado alejado del puerto, con escasas comunicaciones, mala carretera, poco espacio de maniobra para vehículos...
Un lugar perfecto para hacer negocios a espaldas de los demás. Un lugar donde nadie nunca pasaba, a no ser que quisiera verse involucrado en algún tipo de problema.
Ahí estaba esperando Amelia, en la entrada de aquel almacén, resguardada por la sombra del edificio.
Una limusina negra no tardó en llegar, un poco sucia por el polvo de la carretera. A Amelia Cortés no le extrañó que su invitado llegara en un coche tan lujoso. Tampoco se extrañó cuando Augusto llegó con su mejor traje y una ancha sonrisa depositada a modo de mueca en su cara. Ese era el modo de proceder de Augusto. Prepotente, suntuoso y carente de sentimientos. Una persona al que sólo le importaba una cosa: el dinero.