08 abril 2011

Capítulo Dos (VI)

No ocurrió nada.
Se quedó quieto, esperando, pero no se movió del sitio. Seguía entre los dos calvos, que le ignoraban, como si no notaran su presencia. Una gota de sudor frío comenzó a recorrerle la sien.
Echó un paso atrás, y volvió a colocarse delante de la puerta. Nada.
Repasó mentalmente cómo Amelia había avanzado hacia la puerta, como había hecho él, y cómo había desaparecido. No recordaba que hubiera hecho nada especial. No había tocado ningún botón, ni había pronunciado ninguna contraseña, por lo menos de forma audible.
Era la primera vez que le llamaban ante el Consejo, y nadie le había comunicado los procedimientos a seguir.
Le dio la impresión de que los "eunucos" comenzaban a girar la cabeza en su dirección, los dos a la vez, lentamente. Sólo la cabeza. Una sensación de urgencia le embargó, como si supiera que al completar su movimiento y mirarle directamente fueran a fulminarle con su mirada o algo por el estilo.

Capítulo Dos (V)

[No sé a vosotros, pero a mí el Álvaro éste me da asquete... En cuanto os despistéis le meto un perrito bomba...]

Los dos llevaban gafas de sol, pese a que en aquel corredor había escasa luz. Eran calvos, sin cejas. Amelia tuvo la sensación de que se encontraba frente a dos eunucos modernos.
El grupo caminó hasta una enorme puerta metálica, sin manilla.
— ¿Alguna vez has estado allí dentro? —preguntó Amelia.
El hombre negó con la cabeza, aparentemente despreocupado.
— Entonces no te asustes y no intentes mirarlos —aconsejó la chica sonriendo.
Amelia se situó frente a la puerta y, escasos segundos más tarde, se desvaneció en el aire.
Álvaro se quedó estupefacto, miró a los gorilas que ni tan siquiera le devolvieron la mirada. Decidió ponerse enfrente de la puerta y esperar por lo que pudiera pasar.

Capítulo Dos (IV)

[¿Y ahora qué hago yo con el tipo este del maletín? No sé, no sé. A ver si me viene la inspiración.]

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ambos subieron al mismo. Amelia esperó a que el hombre de negocios apretara un botón, pero no lo hizo. Él también estaba esperando a que ella pulsara y ambos se miraron fijamente.
— Bueno, ¿a qué piso va? —preguntó finalmente Amelia.
— Al piso veinticuatro, gracias —contestó el hombre con voz suave.
— Entonces vamos al mismo.
Amelia apretó el botón correspondiente y el ascensor se puso en marcha. El joven de pelo engominado la miraba fijamente, cosa que la molestó un poco.
— Un momento, ¿eres Amelia Cortés? —preguntó él de repente.
— ¿Quién lo pregunta?
— Álvaro Estrada, el Consejo me ha hecho llamar. Creo que vamos a trabajar juntos —él le tendió la mano.
— ¡Qué estupidez! No sé qué crees que sabes sobre mí, pero siempre he trabajado sola. Además, no voy a hacer de niñera...
Álvaro sonrió y se metió la mano en el pantalón del traje. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Cuando salieron de él, dos hombres trajeados y enormes les salieron al paso.

Capítulo Dos (III)

[¿Hacia la salida de qué, de dónde? No sé si os habéis dado cuenta de que no habéis dicho dónde está. Podría estar haciendo una autopsia en medio del Camp Nou.]

El pasillo que unía la habitación con el resto de las estancias de aquél edificio era largo y angosto, con múltiples puertas a los lados. Cada una de ellas tenía un número cerca de la manivela, a la que acompañaba un extraño cerrojo. Amelia cerró la puerta número once antes de recorrer el pasillo, que tenía las paredes blancas y estaba alumbrado con luces del mismo color.
El pasillo terminaba en un panel metálico, con forma de puerta, pero que no tenía cerradura ni manivela. Amelia plantó su pulgar en un lugar de la pared, donde aparentemente no había nada, y el panel metálico, de un extraordinario grosor, se abrió hacia arriba dándole a Amelia el tiempo necesario para cruzarlo, pasando a una especie de recibidor. Este recibidor, aunque sin ventanas, tenía las paredes pintadas de color naranja pastel y luces amarillas, suaves. La sensación allí era mucho más cálida.
Amelia se paró delante de uno de los ascensores que allí había. Se movía con seguridad, pero no podía ocultar cierto nerviosismo.
Mientras esperaba, de otra puerta salió un hombre de porte muy elegante. Joven, con el pelo engominado y un traje de ejecutivo, portaba un maletín negro. Se acercó a la zona de los ascensores y se situó al lado de Amelia.

05 abril 2011

Capítulo Dos (II)

[Fer, Fer, Fer... Sabes lo mucho que te aprecio, que me caes bien, como una patada en los huevos, que es lo que te daré si me vuelves a hacer esto. ¿Rezuma líquido amarillento? ¿Ojos sin iris? ¿Astilla en el lagrimal? ¿? ¿Pero te has vuelto loco? Pues yo no pienso arreglar este desastre... Voy a intentar pasarle el marrón a Diego, que aunque no me cae tan mal, es el que va después (Diego, se siente. No mucho, pero se siente). En fin, a ver cómo salgo de esta...]

Introdujo la astilla en un pequeño bote de cristal y continuó su rutinario examen, levantando la cabeza del sujeto con ambas manos y con mucho cuidado.
— Al igual que los anteriores especímenes, presenta un cráneo ligeramente deforme, gelatinoso por la parte posterior...
"Amelia..."
Al principio le pareció un susurro que procedía de detrás de su cabeza. Una vez pasada esa primera impresión, así como el escalofrío que le recorrió la espalda, recordó dónde se encontraba. Depositó la cabeza del individuo de nuevo sobre la mesa, lentamente. La segunda llamada la oyó con mayor claridad.
"Amelia."
— Preferiría que no me llamaras así. Sabes que lo odio —le replicó a la voz que procedía de un altavoz situado en la pared que tenía detrás. Puso la grabadora en pausa.
"No es decisión tuya."
— Tiempo al tiempo —dijo con voz queda, lo suficientemente bajo para que no llegara al micrófono situado en el techo, aún a sabiendas que lo habría oído de todas formas—. ¿Qué quieres?
"Deja lo que sea que estés haciendo y preséntate ante el Consejo."
— Estoy en mitad de un...
"Lo siento si te ha parecido que te lo estaba pidiendo por favor."
— Ahora mismo voy.
Maldijo para sus adentros. Se quitó los guantes de mala gana, los tiró a un cubo, le echó un último vistazo al sujeto y se dirigió hacia la salida.

04 abril 2011

Capítulo Dos (I)

El cuerpo rezumaba un líquido espeso, brillante, de cierto color amarillento.
Amelia se puso los guantes de goma mientras sus ojos realizaban la primera inspección del cadáver.
— Hombre joven, de unos veinte años —comenzó Amelia a constatar con su grabadora—. Caucásico, unos cuarenta kilos de peso. Presenta una grave desnutrición. Parece recubierto de un líquido amarillento. Las muestras se han enviado a analizar. Comienzo el examen.
Le abrió un párpado. Sus ojos estaban completamente negros. Carecían de iris.
— El iris ha desaparecido de sus ojos.
La mujer cogió unas pinzas y extrajo una pequeña astilla de uno de los ojos del cadáver.
— Encontrada astilla de escasos milímetros en el lagrimal derecho.