18 noviembre 2011

Capítulo Siete (VII)

El Astarsi superviviente llegó a su destino. La zona de los muelles siempre había sido su lugar preferido de la ciudad. Allí, se había establecido un lugar de reunión Astarsi, aunque hacía años que estaba en desuso. Sabía perfectamente que los Ursakis le estaban siguiendo y que debía deshacerse de ellos antes de contactar con sus congéneres, o los condenaría a todos a correr la misma suerte que el Consejo.
Utilizaba las sombras para avanzar, evitando cualquier mirada indiscreta. Llevaba tantos años utilizando la apariencia humana que tuvo que reconocerse a sí mismo que le faltaba práctica. Pero para un Astarsi, ser sigiloso es algo innato, así que no tardó mucho en moverse como lo harían las mismas sombras, en el más absoluto silencio.
En la parte más antigua del muelle, encontró el lugar de reunión. Se trataba de un carguero oxidado de nombre "Encuentro". Llevaba décadas atrapado entre otros barcos abandonados, que deberían haber sido desmantelados hacía mucho, pero que por diferente motivos se habían quedado en aquel cementerio marino.
Entró al carguero y se dirigió al Puente de Mando, donde encendió la radio. Aún funcionaba gracias a un generador alienígena que se mantenía activo en algún lugar del barco. Habló en idioma Astarsi y esperó respuesta, que tardó apenas cinco minutos en llegar.
— Aquí contacto de la resistencia, adelante.
— Aquí Astarsi. Soy Shillozhu, el Consejo ha sido exterminado.
— Eso son malas noticias —respondió la voz.
— Como máximo dirigente Astarsi del planeta Tierra, solicito audiencia con la resistencia humana. Ha llegado la hora de hacer un pacto.
— Por supuesto. Gonzalo estará encantado de reunirse con usted —contestó la voz visiblemente animada.
— Resistencia humana... —repitió Shillozhu en voz baja—. No creas que no he reconocido tu voz, traidor Ursaki. Álvaro, aún tenemos cosas pendientes.
— Claro, cuando nos veamos.
La comunicación se cortó. El Astarsi desconectó la radio y la inutilizó. Luego bajó hasta la zona de carga; sabía que un equipo Ursaki no tardaría mucho en llegar. Abrió un contenedor cerrado y allí encontró una bomba, la cual activó. Posteriormente abrió una escotilla, la selló, la inundó, y salió al agua.
Allí, en el líquido elemento original, durante unos segundos se sintió libre, sin atadura, sin obligaciones.
Cuando se alejaba del barco buceando, ausente a toda interminable guerra, el barco explotó. El equipo de asalto Ursaki estaba muerto.

17 noviembre 2011

Capítulo Siete (VI)

El rey de los Ursakis observó con detenimiento a cada uno de los allí presentes. A pesar del éxito que había supuesto la destrucción del Consejo, el mayor obstáculo en sus planes hasta el momento, presentía malas noticias.
Algarnaac no pudo resistir su penetrante mirada.
*¿Qué tienes que comunicarme?*, siseó Ometh.
*Señor, me temo que la fecha prevista para el ataque masivo a la población ha de ser retrasada. Ha desaparecido casi la totalidad del componente activador de la mezcla final y va a llevar un tiempo producirla de nuevo.*
*¿Cómo que ha desaparecido? ¿No ordené que se guardara en condiciones de máxima seguridad?*
*Sí, señor. Así lo hicimos. Creemos que fue sustraído por el traidor Álvaro.*
El puño de Ometh golpeó con tremenda fuerza sobre la mesa.
*¡Ese maldito traidor ya debería estar muerto!*
*Con el debido respeto, discrepo, señor*, intervino el Consejero Bron. * Álvaro nos puede ser aún de mucha ayuda para localizar a los Astarsis supervivientes… y a los híbridos.*
Ometh entrecerró los ojos al comprender que Bron estaba en lo cierto. Debían ocuparse con urgencia de ese asunto. Era un asunto que le ponía de muy mal humor.
*¿Se sabe algo nuevo sobre los híbridos?*
*No, señor. Pero estamos en ello. Es posible que la chica nos conduzca a los demás… creemos que Gonzalo ha contactado con ella y que los está reuniendo de nuevo.*
Ometh apretó los dientes al oír ese nombre. Lo odiaba profundamente. Él era el responsable de gran parte de los problemas con los que se enfrentaban, y el causante de que hubiera tenido que prescindir del antiguo Consejero Técnico años atrás. El Consejero había sido incapaz de prever la traición de Gonzalo, quien había diseñado los primeros experimentos. Al principio solo se trataba de crear una raza más dócil, pero en algún momento Gonzalo había decidido seguir su propio camino y utilizar a los individuos resultantes para su propio fin. Durante años Ometh había intentado acabar con él, pero siempre se le había escapado entre los dedos. La chica había sido fácil de controlar, pues era la única de los especímenes marcados que no había sido exterminada. Pero los demás solo podían ser detectados por análisis genético, y eso no era nada fácil. No estaba seguro de hasta qué punto eran peligrosos, pero debían destruirlos a todos… cuanto antes.
*Bron, ocúpate personalmente de Gonzalo*, ordenó a su Consejero de Operaciones. Luego, dirigió una mirada amenazante a su Consejero Técnico. *No quiero más errores, Algarnaac. O tu destino será el mismo que el de tu predecesor. No diré más.*

08 octubre 2011

Capítulo Siete (V)

El superviviente Astarsis se desplazaba lentamente, por lo que Ometh envió a una nave para controlar los movimientos del Astarsis, y dio orden de volver con la nave principal a su refugio.
Ometh se reunió en uno de los habitáculos de dicha nave con sus tres consejeros principales. En la mesa estaban sentados, junto a planos e innumerables papeles los hombres de confianza de Ometh.
El Consejero de Operaciones, Bron, con una larga carrera iniciada como militar en las Fuerzas Armadas, donde ostentó el grado de Coronel antes de dedicarse en cuerpo y alma a la causa Ursakis. En la operación del ataque al Consejo, Bron fue responsable de la logística, la dirección y los detalles prácticos.
El Consejero Técnico, Algarnaac, había conducido los desarrollos tecnológicos Ursakis durante los últimos 15 años.
El Consejero Económico, SolÞik, con enciclopédicos conocimientos socioeconómicos e importantes conexiones en los círculos académicos y financieros, habiendo publicado varios libros de economía y siendo relativamente conocido en la sociedad por promover ideas económicamente sociales bajo el seudónimo de Pedro Soldevilla.
Los tres lugartenientes formaban el brazo ejecutor de las ideas megalómanas que Ometh había inculcado en su especie.

06 octubre 2011

Capítulo Siete (IV)

[*Marcha del Imperio Estelar* Como diría David esto es demaisado]
Ometh observó el terreno calcinado desde la nave, en la distancia, y al Astarsis que devoraba a su congénere.
*Señor, uno ha escapado.*
El Rey de los Ursakis giró en su trono, con los ojos frios y señaló al Astarsis que se alejaba.
*Entendido.* Respondió con un mensaje siseante el comandante en el cuadro de mandos mientras viraba la dirección.
La nave siguió en silencio al Astarsis, que caminaba con las máximas coberturas posibles. Miraba al cielo una y otra vez pero ningún ser era capaz de vislumbrar la nave tras los numerosos camuflajes bajo los que se encontraba.
Ometh supo que aquel individuo les llevaría hasta Beregath, y así aniquilaría al último reducto Astarsis y de rebeldes Ursakis en la Tierra. Tras esto, nada se interpondría en su plan y todas las materias primas y el planeta pasarían a ser controladas por el mismo Ometh.
El Astarsis cruzó un bosque frondoso. Ya estaba alejado de la ciudad donde un hervidero de luces y sonidos se presagiaba tras la desastrosa calcinación de uno de los edificios de la ciudad.
*¡Qué estúpidos animales!* Pensó Ometh mientras intentaba presagiar en como debería saber la carne humana...
[¿Vamos a tener que poner asteriscos cada vez que hable un fardacho interestelar de estos? ¡Me niego!]

05 octubre 2011

Capítulo Siete (III)

[Definitivamente los llamaremos Astarsiterminators...]
[Un nombre afortunado donde los haya.]
Algo se movió bajo unos escombros. El ser no se extrañó y se acercó lentamente, ya que estaba terriblemente debilitado. Movió una losa como pudo, luego empujó un trozo de hormigón, y creó un hueco por el que pudo ver el rostro de otro Astarsi. Al instante notó que estaba agonizando.
Creía que había sido el único superviviente de los tres Astarsis que estaban en aquella misma sala. Habían tardado demaisado en comprender que aquella reunión había sido una trampa. En los instanstes previos al ataque los tres Astarsis se habían mirado y habían entendido su error, y que si morían los tres allí, el resto estarían condenados.
Así que, en décimas de segundo, eligieron quién de los tres saldría de allí con vida: el de mayor rango, el más antiguo; ese tipo de decisión estaba escrito en su código genético. Por ello los otros dos se habían concentrado y habían traspasado toda su energía al elegido. Utilizando esa habilidad la piel de un Astarsi se endurecía temporalmente, aislando y protegiendo sus órganos de los proyectiles y las temperaturas extremas. Ellos lo conocían como la piel diamantina.
Estaba claro que el Astarsi agonizante no se había atrevido a utilizar toda su energía, que le había podido el temor. Y que, consciente o inconscientemente, no tan sólo no había enviado toda su energía al elegido, sino que había absorbido parte del otro Astarsi, y por ello había sobrevivido a pesar de las heridas. Eso significaba que era un Astarsi débil, que no merecía vivir.
El agonizante no dijo nada, no podía hablar. Sus ojos estaban calcinados, no veían nada. Sólo intentaba mover las extremidades atrapadas entre los escombros. Pero el superviviente no sintió ninguna compasión. Su miedo casi le había costado la vida a él. Y si todos los Astarsis hubieran muerto en aquella sala, ¿quién se habría encargado de movilizar a los que están repartidos por el resto del planeta?
El superviviente alzó sus garras y las hundió en la cara del cobarde, acabando así con su agonía. Luego, como debía recuperar fuerzas, lo devoró sin dejar ningún rastro del mismo. Por los restos de su otro compañero no debía preocuparse, si había liberado toda su energía antes de morir, su cuerpo se habría convertido en cenizas.
Por último abandonó el lugar. Los Ursakis debían morir, y él sabía cómo.
[Sí, pero nosotros no.]

Capítulo Siete (II)

Unos dedos surgieron de entre las cenizas, moviéndose lentamente, como si su fuerza estuviera volviendo poco a poco a los músculos. No eran unos dedos normales. Solo había cuatro en cada mano, eran largos, con uñas oscuras y afiladas que podían matar a un humano de un solo golpe, como el zarpazo de un oso.
Siguió el resto del brazo de un ser que no parecía de este mundo. Con más de dos metros de estatura, fibroso y atlético, su piel tampoco era normal: brillante y gruesa, recordaba a la de las salamandras por su color negro y amarillo dibujando ondas a lo largo de todo su cuerpo.
Un líquido amarillento brotaba de una herida en la frente. Se pasó una mano por los ojos negros, grandes y ovalados, que ocupaban gran parte de su extraño rostro. Aún estaba algo aturdido, pero eso no le impidió apartar bruscamente los escombros y ponerse en pie. Lleno de una furia creciente, contempló la desolación a su alrededor. Sus años de infiltración le habían enseñado que los humanos eran terriblemente lentos y estúpidos… Aún no eran conscientes del inmenso poder destructor de los Ursakis, no sabían quién era el verdadero enemigo. La cuenta atrás había comenzado, y el tiempo se acababa. La nueva generación estaba lista, pero se hallaban dispersos y ni siquiera ellos sabían lo que eran capaces de hacer. Era hora de movilizar a los Astarsis.
Cuando estaba a punto de abandonar las ruinas en las que se había convertido el Consejo, un ruido a sus espaldas le hizo volver la cabeza.
[Negro y amarillo dibujando ondas, cuatro dedos... ¡Es la abeja de Los Simpsons! ¡Ay chihuahua!]

04 octubre 2011

Capítulo Siete (I)

El último miembro del Consejo entró en la sala, que como era costumbre estaba iluminada solo parcialmente, con un foco encima de cada asiento. Después de las disculpas proferidas por la persona que llegaba tarde y de las miradas de desaprobación de los que llevaban más de media hora esperando, comenzó la asamblea.
— Miembros del Consejo —El que hablaba era el presidente, la persona de más edad—, estimados colegas, hemos sido convocados a esta reunión extraordinaria y en su totalidad nos presentamos. Así que, dados los recientes acontecimientos, si no hay objeciones comenzaría de inmediato la reunión.
Por supuesto no hubo objeciones, solo algún murmullo que el presidente ignoró por completo.
— En primer lugar, instaría al miembro que nos ha convocado a que expresara el motivo de la urgencia.
Pasó la mirada por todos los miembros, pero ninguno de ellos parecía dispuesto a tomar la palabra.
— Señores —En su voz se notaba crecer la irritación—, nuestro tiempo es demasiado preciado como para perderlo.
Desconcertados, se sucedieron las miradas acusadoras entre todos.
De repente, el suelo comenzó a temblar, y las miradas de desconcierto se tornaron en miradas de comprensión y temor. La vibración se intensificó. Algunos de los miembros se levantaron rápidamente, volcando sus sillas y dirigiéndose a toda prisa a la salida más cercana. Sin embargo ninguno llegó a tocar el pomo de ninguna puerta.
Parte del techo cedió, dejando entrar un chorro de luz que inundó la sala, dejando por un momento cegados a los presentes, e inmediatamente después calcinados.

La nave de los Ursakis, invisible y silenciosa, se alejó de la zona sin prisa.
[Qué ganas tenía de hacer algo así... :P]
[Me parece bien. Ya vale de añadir tanto personaje, habrá que eliminar alguno... y si son varios de golpe, ¡mucho mejor!]

Capítulo Siete

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El último miembro del Consejo entró en la sala, que como era costumbre estaba iluminada solo parcialmente, con un foco encima de cada asiento. Después de las disculpas proferidas por la persona que llegaba tarde y de las miradas de desaprobación de los que llevaban más de media hora esperando, comenzó la asamblea.
— Miembros del Consejo —El que hablaba era el presidente, la persona de más edad—, estimados colegas, hemos sido convocados a esta reunión extraordinaria y en su totalidad nos presentamos. Así que, dados los recientes acontecimientos, si no hay objeciones comenzaría de inmediato la reunión.
Por supuesto no hubo objeciones, solo algún murmullo que el presidente ignoró por completo.
— En primer lugar, instaría al miembro que nos ha convocado a que expresara el motivo de la urgencia.
Pasó la mirada por todos los miembros, pero ninguno de ellos parecía dispuesto a tomar la palabra.
— Señores —En su voz se notaba crecer la irritación—, nuestro tiempo es demasiado preciado como para perderlo.
Desconcertados, se sucedieron las miradas acusadoras entre todos.
De repente, el suelo comenzó a temblar, y las miradas de desconcierto se tornaron en miradas de comprensión y temor. La vibración se intensificó. Algunos de los miembros se levantaron rápidamente, volcando sus sillas y dirigiéndose a toda prisa a la salida más cercana. Sin embargo ninguno llegó a tocar el pomo de ninguna puerta.
Parte del techo cedió, dejando entrar un chorro de luz que inundó la sala, dejando por un momento cegados a los presentes, e inmediatamente después calcinados.

La nave de los Ursakis, invisible y silenciosa, se alejó de la zona sin prisa.
[Qué ganas tenía de hacer algo así... :P]
[Me parece bien. Ya vale de añadir tanto personaje, habrá que eliminar alguno... y si son varios de golpe, ¡mucho mejor!]

Unos dedos surgieron de entre las cenizas, moviéndose lentamente, como si su fuerza estuviera volviendo poco a poco a los músculos. No eran unos dedos normales. Solo había cuatro en cada mano, eran largos, con uñas oscuras y afiladas que podían matar a un humano de un solo golpe, como el zarpazo de un oso.
Siguió el resto del brazo de un ser que no parecía de este mundo. Con más de dos metros de estatura, fibroso y atlético, su piel tampoco era normal: brillante y gruesa, recordaba a la de las salamandras por su color negro y amarillo dibujando ondas a lo largo de todo su cuerpo.
Un líquido amarillento brotaba de una herida en la frente. Se pasó una mano por los ojos negros, grandes y ovalados, que ocupaban gran parte de su extraño rostro. Aún estaba algo aturdido, pero eso no le impidió apartar bruscamente los escombros y ponerse en pie. Lleno de una furia creciente, contempló la desolación a su alrededor. Sus años de infiltración le habían enseñado que los humanos eran terriblemente lentos y estúpidos… Aún no eran conscientes del inmenso poder destructor de los Ursakis, no sabían quién era el verdadero enemigo. La cuenta atrás había comenzado, y el tiempo se acababa. La nueva generación estaba lista, pero se hallaban dispersos y ni siquiera ellos sabían lo que eran capaces de hacer. Era hora de movilizar a los Astarsis.
Cuando estaba a punto de abandonar las ruinas en las que se había convertido el Consejo, un ruido a sus espaldas le hizo volver la cabeza.
[Negro y amarillo dibujando ondas, cuatro dedos... ¡Es la abeja de Los Simpsons! ¡Ay chihuahua!]
[Definitivamente los llamaremos Astarsiterminators...]
[Un nombre afortunado donde los haya.]
Algo se movió bajo unos escombros. El ser no se extrañó y se acercó lentamente, ya que estaba terriblemente debilitado. Movió una losa como pudo, luego empujó un trozo de hormigón, y creó un hueco por el que pudo ver el rostro de otro Astarsi. Al instante notó que estaba agonizando.
Creía que había sido el único superviviente de los tres Astarsis que estaban en aquella misma sala. Habían tardado demaisado en comprender que aquella reunión había sido una trampa. En los instanstes previos al ataque los tres Astarsis se habían mirado y habían entendido su error, y que si morían los tres allí, el resto estarían condenados.
Así que, en décimas de segundo, eligieron quién de los tres saldría de allí con vida: el de mayor rango, el más antiguo; ese tipo de decisión estaba escrito en su código genético. Por ello los otros dos se habían concentrado y habían traspasado toda su energía al elegido. Utilizando esa habilidad la piel de un Astarsi se endurecía temporalmente, aislando y protegiendo sus órganos de los proyectiles y las temperaturas extremas. Ellos lo conocían como la piel diamantina.
Estaba claro que el Astarsi agonizante no se había atrevido a utilizar toda su energía, que le había podido el temor. Y que, consciente o inconscientemente, no tan sólo no había enviado toda su energía al elegido, sino que había absorbido parte del otro Astarsi, y por ello había sobrevivido a pesar de las heridas. Eso significaba que era un Astarsi débil, que no merecía vivir.
El agonizante no dijo nada, no podía hablar. Sus ojos estaban calcinados, no veían nada. Sólo intentaba mover las extremidades atrapadas entre los escombros. Pero el superviviente no sintió ninguna compasión. Su miedo casi le había costado la vida a él. Y si todos los Astarsis hubieran muerto en aquella sala, ¿quién se habría encargado de movilizar a los que están repartidos por el resto del planeta?
El superviviente alzó sus garras y las hundió en la cara del cobarde, acabando así con su agonía. Luego, como debía recuperar fuerzas, lo devoró sin dejar ningún rastro del mismo. Por los restos de su otro compañero no debía preocuparse, si había liberado toda su energía antes de morir, su cuerpo se habría convertido en cenizas.
Por último abandonó el lugar. Los Ursakis debían morir, y él sabía cómo.
[Sí, pero nosotros no.]
[*Marcha del Imperio Estelar* Como diría David esto es demaisado]
Ometh observó el terreno calcinado desde la nave, en la distancia, y al Astarsis que devoraba a su congénere.
*Señor, uno ha escapado.*
El Rey de los Ursakis giró en su trono, con los ojos frios y señaló al Astarsis que se alejaba.
*Entendido.* Respondió con un mensaje siseante el comandante en el cuadro de mandos mientras viraba la dirección.
La nave siguió en silencio al Astarsis, que caminaba con las máximas coberturas posibles. Miraba al cielo una y otra vez pero ningún ser era capaz de vislumbrar la nave tras los numerosos camuflajes bajo los que se encontraba.
Ometh supo que aquel individuo les llevaría hasta Beregath, y así aniquilaría al último reducto Astarsis y de rebeldes Ursakis en la Tierra. Tras esto, nada se interpondría en su plan y todas las materias primas y el planeta pasarían a ser controladas por el mismo Ometh.
El Astarsis cruzó un bosque frondoso. Ya estaba alejado de la ciudad donde un hervidero de luces y sonidos se presagiaba tras la desastrosa calcinación de uno de los edificios de la ciudad.
*¡Qué estúpidos animales!* Pensó Ometh mientras intentaba presagiar en como debería saber la carne humana...
[¿Vamos a tener que poner asteriscos cada vez que hable un fardacho interestelar de estos? ¡Me niego!]
El superviviente Astarsis se desplazaba lentamente, por lo que Ometh envió a una nave para controlar los movimientos del Astarsis, y dio orden de volver con la nave principal a su refugio.
Ometh se reunió en uno de los habitáculos de dicha nave con sus tres consejeros principales. En la mesa estaban sentados, junto a planos e innumerables papeles los hombres de confianza de Ometh.
El Consejero de Operaciones, Bron, con una larga carrera iniciada como militar en las Fuerzas Armadas, donde ostentó el grado de Coronel antes de dedicarse en cuerpo y alma a la causa Ursakis. En la operación del ataque al Consejo, Bron fue responsable de la logística, la dirección y los detalles prácticos.
El Consejero Técnico, Algarnaac, había conducido los desarrollos tecnológicos Ursakis durante los últimos 15 años.
El Consejero Económico, SolÞik, con enciclopédicos conocimientos socioeconómicos e importantes conexiones en los círculos académicos y financieros, habiendo publicado varios libros de economía y siendo relativamente conocido en la sociedad por promover ideas económicamente sociales bajo el seudónimo de Pedro Soldevilla.
Los tres lugartenientes formaban el brazo ejecutor de las ideas megalómanas que Ometh había inculcado en su especie.
El rey de los Ursakis observó con detenimiento a cada uno de los allí presentes. A pesar del éxito que había supuesto la destrucción del Consejo, el mayor obstáculo en sus planes hasta el momento, presentía malas noticias.
Algarnaac no pudo resistir su penetrante mirada.
*¿Qué tienes que comunicarme?*, siseó Ometh.
*Señor, me temo que la fecha prevista para el ataque masivo a la población ha de ser retrasada. Ha desaparecido casi la totalidad del componente activador de la mezcla final y va a llevar un tiempo producirla de nuevo.*
*¿Cómo que ha desaparecido? ¿No ordené que se guardara en condiciones de máxima seguridad?*
*Sí, señor. Así lo hicimos. Creemos que fue sustraído por el traidor Álvaro.*
El puño de Ometh golpeó con tremenda fuerza sobre la mesa.
*¡Ese maldito traidor ya debería estar muerto!*
*Con el debido respeto, discrepo, señor*, intervino el Consejero Bron. * Álvaro nos puede ser aún de mucha ayuda para localizar a los Astarsis supervivientes… y a los híbridos.*
Ometh entrecerró los ojos al comprender que Bron estaba en lo cierto. Debían ocuparse con urgencia de ese asunto. Era un asunto que le ponía de muy mal humor.
*¿Se sabe algo nuevo sobre los híbridos?*
*No, señor. Pero estamos en ello. Es posible que la chica nos conduzca a los demás… creemos que Gonzalo ha contactado con ella y que los está reuniendo de nuevo.*
Ometh apretó los dientes al oír ese nombre. Lo odiaba profundamente. Él era el responsable de gran parte de los problemas con los que se enfrentaban, y el causante de que hubiera tenido que prescindir del antiguo Consejero Técnico años atrás. El Consejero había sido incapaz de prever la traición de Gonzalo, quien había diseñado los primeros experimentos. Al principio solo se trataba de crear una raza más dócil, pero en algún momento Gonzalo había decidido seguir su propio camino y utilizar a los individuos resultantes para su propio fin. Durante años Ometh había intentado acabar con él, pero siempre se le había escapado entre los dedos. La chica había sido fácil de controlar, pues era la única de los especímenes marcados que no había sido exterminada. Pero los demás solo podían ser detectados por análisis genético, y eso no era nada fácil. No estaba seguro de hasta qué punto eran peligrosos, pero debían destruirlos a todos… cuanto antes.
*Bron, ocúpate personalmente de Gonzalo*, ordenó a su Consejero de Operaciones. Luego, dirigió una mirada amenazante a su Consejero Técnico. *No quiero más errores, Algarnaac. O tu destino será el mismo que el de tu predecesor. No diré más.*
El Astarsi superviviente llegó a su destino. La zona de los muelles siempre había sido su lugar preferido de la ciudad. Allí, se había establecido un lugar de reunión Astarsi, aunque hacía años que estaba en desuso. Sabía perfectamente que los Ursakis le estaban siguiendo y que debía deshacerse de ellos antes de contactar con sus congéneres, o los condenaría a todos a correr la misma suerte que el Consejo.
Utilizaba las sombras para avanzar, evitando cualquier mirada indiscreta. Llevaba tantos años utilizando la apariencia humana que tuvo que reconocerse a sí mismo que le faltaba práctica. Pero para un Astarsi, ser sigiloso es algo innato, así que no tardó mucho en moverse como lo harían las mismas sombras, en el más absoluto silencio.
En la parte más antigua del muelle, encontró el lugar de reunión. Se trataba de un carguero oxidado de nombre "Encuentro". Llevaba décadas atrapado entre otros barcos abandonados, que deberían haber sido desmantelados hacía mucho, pero que por diferente motivos se habían quedado en aquel cementerio marino.
Entró al carguero y se dirigió al Puente de Mando, donde encendió la radio. Aún funcionaba gracias a un generador alienígena que se mantenía activo en algún lugar del barco. Habló en idioma Astarsi y esperó respuesta, que tardó apenas cinco minutos en llegar.
— Aquí contacto de la resistencia, adelante.
— Aquí Astarsi. Soy Shillozhu, el Consejo ha sido exterminado.
— Eso son malas noticias —respondió la voz.
— Como máximo dirigente Astarsi del planeta Tierra, solicito audiencia con la resistencia humana. Ha llegado la hora de hacer un pacto.
— Por supuesto. Gonzalo estará encantado de reunirse con usted —contestó la voz visiblemente animada.
— Resistencia humana... —repitió Shillozhu en voz baja—. No creas que no he reconocido tu voz, traidor Ursaki. Álvaro, aún tenemos cosas pendientes.
— Claro, cuando nos veamos.
La comunicación se cortó. El Astarsi desconectó la radio y la inutilizó. Luego bajó hasta la zona de carga; sabía que un equipo Ursaki no tardaría mucho en llegar. Abrió un contenedor cerrado y allí encontró una bomba, la cual activó. Posteriormente abrió una escotilla, la selló, la inundó, y salió al agua.
Allí, en el líquido elemento original, durante unos segundos se sintió libre, sin atadura, sin obligaciones.
Cuando se alejaba del barco buceando, ausente a toda interminable guerra, el barco explotó. El equipo de asalto Ursaki estaba muerto.

[¿Hemos vuelto? No lo sé, quizás. Pero mientras lo decidimos, aquí va esto.]
Tres furgonetas grises, y una blanco oscuro, se presentaron en el muelle seis minutos, diecinueve segundos y trecientas setenta y cuatro milésimas de segundo después de la explosión, aproximadamente. Antes no era, eso seguro. De las tres furgonetas grises se bajaron varios equipos, como unos tres, de reconocimiento y recogida de pruebas, que sin perder el tiempo comenzaron su trabajo de, sí, de reconocimiento de la zona y de recogida de pruebas en la zona. De la furgoneta de color blanco oscuro se bajaron tres payasos. Fue un momento tenso.
Todos los agentes se giraron a mirarlos y se quedaron parados en su sitio. Se oyeron unas toses.
- ¡Estoooo, ¿no se celebra aquí una fiesta de cumpleaños?! -le gritó uno de los payasos al agente que tenía más cerca. Le gritó porque era sordo. El payaso. Afortunadamente el agente también, y le vino bien que le gritara. Aún así no le contestó.
- Tío, tío, tío -le dijo al primer payaso uno de los otros, al parecer su sobrino-, me da que nos hemos equivocado de sitio.
- ¡¿Estás seguro?! -le replicó sarcásticamente y a grito pelado el primero-. ¡¿En qué lo has notado?!
- En que no hay globos.
Por su parte los agentes se mantenían en sus puestos. Eran equipos de reconocimiento y recogida de pruebas, no habían pensado que fueran a necesitar equipos de desalojo de payasos y no había ido ninguno. Inseguros sobre el procedimiento a seguir, esperaron. Uno de los payasos, el que aún no había dicho nada, siguió sin decir nada. Pero metió la mano en un bolsillo.
Todos los agentes, menos uno que estaba jugando con el móvil, sacaron rápidamente sus armas y apuntaron con ellas a los payasos. El que no había dicho nada, que seguía sin decir nada, sacó lentamente la mano del bolsillo, pero no la sacó vacía. En ella llevaba un instrumento en parte metálico, con el que también lentamente apuntó a los agentes. Pulsó un extremo de ese instrumento y sonó un fuerte bocinazo. Faltó poco para que los acribillaran.
El payaso sordo, después del sobresalto, se giró, se quitó uno de los zapatones y comentó a arrearle en la cabeza con él mientras lo empujaba hacia la furgoneta de color negro claro. Perdón, blanco oscuro. A veces los confundo.
- ¡Tira, tira, anda! -le gritó entre zapatazo y zapatazo-. ¡Eso me pasa por hacerle caso a mi mujer! -Se subieron los payasos y arrancaron la furgoneta-. ¡"Llevate a mi hermano, que se aburre". ¿Quién me manda hacerle caso a la muy...?! -Su voz se fue perdiendo mientras se alejaban de los muelles.
[Como no recordaba exactamente qué habíamos escrito (solo me he leído la última aportación de David), ni a quién le tocaba, he continuado yo y como me ha parecido. Y es lo que pienso hacer a partir de ahora.]
Uno de los agentes del equipo de reconocimiento y recogida de pruebas, el más alto, que parecía ser el jefe, hizo una señal a los demás para que guardaran sus armas. El peligro había pasado. Dando un suspiro, se dio la vuelta y al pasar al lado del agente que seguía jugando con el móvil, intentó reprimir el deseo de darle una colleja. Pero no lo consiguió.
— ¡Auuh! —gritó su subordinado, mientras el móvil parecía querer írsele de las manos. Acto seguido se frotó la parte de la cabeza que su compañero le había golpeado.
Otro, aún bajo los efectos de la ansiedad que le había producido la inquietante amenaza de un grupo de payasos armados con una bocina, sacó un cigarrillo y lo encendió. Pero a la primera calada los ojos se le inyectaron en sangre y la cara se le empezó a hinchar.
El agente de mayor estatura se plantó frente a él y esperó hasta que observó los primeros síntomas de asfixia. Entonces le arrancó el cigarrillo de la boca y lo tiró a la acera.
— ¿Pero es que no sabes que nosotros no podemos fumar?
Cuando el otro se recuperó de las toses y el color normal (es decir, algo grisáceo), retornó a su piel, contestó:
— Pero... a mí me dijeron que teníamos que imitar en todo a los humanos.
— Sí, claro, ¿y si los humanos se tiran por un puente, tú también te vas a tirar?
— Bueno...
En ese momento la sintonía de "El Equipo A" comenzó a sonar, y todos miraron alrededor preguntándose de dónde provenía.
El agente al que había propinado la colleja se acercó hasta él, ruborizado hasta las orejas, y mientras la sintonía no dejaba de sonar, le extendió el móvil.
— Es el jefe —dijo, con una tímida sonrisa.
[Quería probarme a mí misma que era capaz de escribir como Mike... Lo sé, no estoy a la altura. Pero seguiré intentándolo.]
[Si me vas a usar a mí como modelo a seguir lo llevas claro, muñeca, puedes acabar tan desquiciado como yo. ;-)]
[Se os ha ido cantidubidudida... ¿no?]
La voz de Gonzalo sonó a través del teléfono móvil. Era una voz tranquila, casi inexpresiva. Era uno de los líderes de los Astarsis y debía mantener la calma en todo momento. No debía dejar que las emociones que en aquel momento le embriagaban alteraran sus decisiones. Por eso cuando pidió la información a su agente contestó con tono seco. Quería saber si algún líder Ursakis había muerto en la explosión del barco. El agente le comentó que no se habían encontrado restos de nada más que escoria interplanetaria. Como siempre, los hombres de Ometh habían escapado en el último momento a la catástrofe. A Gonzalo le dio igual. Cuando colgó sabía que la guerra acabaría cuando Amelia fuera atrapada por los Ursakis. Entonces se desataría el infierno sobre aquella raza opresora y fascista. De un plumazo se libraría de Ometh y de los suyos, para el bien de los Astarsis y de toda la Galaxia. Por desgracia, los humanos no sobrevivirían. Les había cogido cariño. Pero poco.
[Fín de este cap. Supongo.]
[El capítulo no acaba hasta que no empieza otro :P]
De repente, notó cómo la habitación empezaba a inclinarse hacia la derecha. Instintivamente se agarró a su escritorio, pero este parecía estar de acuerdo con el resto de su despacho y también se inclinaba hacia el mismo lado. La vista se le comenzó a nublar, pero aún le dio tiempo a enfocar su vaso de whisky, medio lleno (la esperanza es lo último que se pierde). Maldijo su error de novato mientras caía, pero las palabras no llegaron a salir de su boca. Finalmente su cabeza golpeó el suelo, pero ya no lo sintió (aunque le iba a quedar un buen chichón).
De haber estado consciente habría visto abrirse la puerta, lentamente, y cómo alguien entraba en su despacho. De haber estado consciente se habría extrañado de que su secretaria, por no decir el personal de seguridad que vigilaba a través de las cámaras estratégicamente colocadas y ocultas, hubiera permitido a nadie atravesar su puerta sin permiso sin dar la alarma. De haber estado consciente habría reconocido al intruso, el cual se agachó a su lado y le miró atentamente varios segundos, como si estuviera tomando una decisión.
El intruso alargó su mano y comprobó el pulso de Gonzalo palpando con sus dedos índice y corazón la piel del cuello. Hizo un gesto de repugnancia al notar el tacto frío del viejo. Luego, levantó con cuidado sus párpados y comprobó que las pupilas estaban bien dilatadas, un gran círculo negro en el centro de sus ojos que le daban un aspecto... extraño.
Después, con parsimonia, abrió el maletín que había dejado encima de la mesa. Sacó la pistola de inyección y la dejó lista para ser cargada. Se puso unos guantes de látex y observó los viales dispuestos ordenadamente en la espuma gris que forraba el interior del maletín. Había un hueco vacío. Álvaro se había olvidado mencionar este detalle... trataría de sacarle la verdad a golpes la próxima vez que le viera. Mientras tanto, no importaba. Al menos tenía lo que quería. Los viales estaban marcados con unas letras que parecían hebreas o tal vez griegas... y el color del líquido que contenían era distinto en cada uno. Cogió el que estaba más a la derecha, de color púrpura, lo agitó, lo miró al trasluz, y lo colocó boca abajo en la pistola. Localizó el punto que le interesaba en el cuello de Gonzalo y apoyó con fuerza el cañón. Sabía que iba a ser doloroso. Muy doloroso. Por eso había tenido que sedarle... bueno, por eso, y porque jamás le habría permitido acercarse a él con un arma en la mano, aunque no fuera letal.
El cuerpo de Gonzalo dio un salto cuando apretó el gatillo. Se aseguró de que toda la dosis entrase sin problemas, retiró el vial vacío y devolvió la pistola a su sitio. Augusto se permitió a sí mismo sonreír por primera vez. La primera parte de su misión estaba cumplida.
[Me encanta cuando todas las piezas encajan (vale, casi todas)... Ni que lo hubieras hecho a posta, Mike.]

03 octubre 2011

Capítulo Seis (X)

[Aquí hay mucha tela que cortar.]
— ¿Algo que acabaría la guerra? ¿A costa de qué? —respondió Amelia, revisando las imágenes que poblaban las paredes de la estancia.
— Bueno, si falláis, será a costa de vosotros, y la guerra continuará.
— Hay demasiadas facciones, demasiado en juego... tanto que, lo admito, ni yo misma veo todos los hilos que manejan este tinglado. Por lo visto, Gonzalo, tú sí los conoces. Pero me niego a continuar trabajando para ti, ni para nadie, sin saber lo que me espera a mí, o lo que le nos espera a todos.
— Es razonable —dijo Álvaro—. ¿Qué quieres tú? ¿Qué es lo que te gustaría que ocurriera, Amelia? Ten por seguro que serías una pieza importante si conseguimos dar al mundo el vuelco que necesita.
— Por lo visto tú también sabes lo que necesita el mundo. ¿No será lo que necesitas tú? ¿Qué es lo que quieres ? Por un lado, eres un Ursaki. Eso no lo puedes borrar. Y si vosotros estáis tan infiltrados en la sociedad, ¿por qué traicionar a los tuyos para colaborar con los humanos? ¿Qué pasará cuando eliminemos a vuestros enemigos, los Astarsis? ¿Será entonces cuando empecéis con nosotros, los humanos? Mi instinto me dice que debería mataros a la mínima oportunidad.
— Como ves, Álvaro, Amelia tiene un buen instinto —bromeó Gonzalo—. Pero, ¿qué te hace pensar que eres enteramente humana?
[Sí que hay mucho que cortar, sí... Capítulos enteros cortaría yo :P]

30 septiembre 2011

Capítulo Seis (IX)

— ¿Qué pinta él en esto? —Ladeó ligeramente la cabeza en dirección a Álvaro, que seguía cómodamente sentado en el sillón, sin dejar de sonreír.
— Digamos que es un ratón que se ha convertido en serpiente —respondió Gonzalo. Y añadió dirigiéndose a Álvaro—. ¿No es así?
— Digamos que sí.
La mirada de Amelia alternaba entre Gonzalo y Álvaro. Sabía que había algo que no le estaban contando, pero también sabía que debía seguirles el juego, ya que no tenía muchas más opciones, por lo menos en este momento.
— Y según tú, ¿cuál es el trabajo para el que fui creada? ¿Matar Ursakis? Es lo que he estado haciendo la mayor parte de mi vida adulta. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora? Podrías haber dejado que siguiera haciendo "mi trabajo".
— Tengo un trabajo especial para ti. Un trabajo para ambos, de hecho, ya que necesitarás a Álvaro en esto.
— ¿Un trabajo especial?
— Sí, algo que podría hacer que acabara la guerra definitivamente.
Gonzalo se quedó esperando la respuesta de Amelia, pero ya la sabía de antemano. Por algo era el encantador de serpientes.
[¡Álvaro digievoluciona!]

27 septiembre 2011

Capítulo Seis (VIII)

Era cusioso curioso el porqué su mente no paraba de pensar en serpientes. Y cómo su mente había relacionado aquellas serpientes con los sentimientos que tenía hacia aquel viejo, Gonzalo. No le daban miedo las serpientes, las odiaba. Igual que con Gonzalo; no le daba miedo, pero el hecho de verle allí hablándole le producía una ira irrefrenable.
Y de repente, en mitad de todo aquel odio, de aquella ira, cuando parecía que la única via era estallar, le sucedió lo impensable. Todos aquellos sentimientos desaparecieron de golpe, dejando paso a una calma y una paz interior impensables. La serenidad acababa de vencer. A pesar que allí estuviera Gonzalo, a pesar de recordar Egipto, a pesar de todo...
— Déjate de rodeos —le dijo a su antiguo mentor—. No sé qué estás intentando, pero no va a funcionar, no vas a torturarme con esos oscuros recuerdos. Ese era tu sistema de control, hacernos vulnerables, débiles. Asesinos natos convertidos en simples ratones ante tu mirada. Tú eres la serpiente, Gonzalo.
— No, Amelia. Yo soy el encantador de serpientes. Vosotros sois las serpientes, y muy venenosas y peligrosas.
— No va a funcionar. Hace tiempo que vencí ese control. No voy a ser débil ante ti.
— No pretendo controlarte, Amelia —contestó sonriendo—. Es hora que cumpláis vuestro trabajo. Es hora de liberar a las serpientes, que muerdan, ataquen, coman. Porque vosotros sois las serpientes, y los Ursakis los simples ratoncillos.
[Ahora resulta que los lagartos son ratones. Y Amelia es, entre otras, una serpiente dormida. Y las mariposas son tiburones, ya puestos... ¿En qué estabas pensando? ¿Y qué diablos es "cusioso"?]
[Esto es lo que se llama sobrecompensación: como no lo habíamos nombrado anteriormente, ahora hay que nombrar a Gonzalo 4 veces en el mismo capítulo. Muy cusioso...]

16 septiembre 2011

Capítulo Seis (VII)

[Momento Apocalipsis]
— ¿Te gusta la foto? —preguntó el anciano con los ojos clavados en los de Amelia.
La mujer de las cicatrices dibujó una media sonrisa en su cara.
— Sabes que no. Odio las serpientes.
— Ella es Amantissa, o también apodada "Diosa Madre".
Amelia arrancó la foto de la pared.
— ¿Es el arma?
El anciano negó con la cabeza.
— Esto es Egipto —reconoció Amelia—. ¿Puede ser el Valle de los Reyes?
Álvaro miró a Amelia, sorprendido, mientras el anciano ahora asentía.
— ¿Cómo...? —comenzó a preguntar Álvaro.
— Estuve allí con Augusto —explicó la mujer—, cuando éramos niños...
— ¿No te acuerdas lo que hicisteis allí? —interrumpió la voz ronca del anciano.
Amelia intentó recordarlo. Por unos momentos viajó a aquel lugar, a aquel calor sofocante, al bullicio de la gente y... Al terror. Se acordó del miedo que había sentido y del dolor punzante, de las fiebres y de las mordeduras de serpiente.
Se acordó de los hombres que los habían encerrado en aquel valle desértico.
Niños solos y asustados con millares de serpientes venenosas. Muchos de aquellos niños no lograron sobrevivir... ¿Cómo había permanecido ese recuerdo tanto tiempo encerrado en su mente? ¿Cómo era posible que aquel secreto permaneciera inamovible en su mente?
Amelia cerró su puño y miró encolerizada al anciano. Él había sido el que los había encerrado en aquel valle para que murieran. Él había sido el cabecilla de todo.

13 septiembre 2011

Capítulo Seis (VI)

La voz ronca del anciano la sacó de sus recuerdos.
— Es bueno volver a verte, Amelia.
Ella no pensaba lo mismo. La última vez que había aparecido en su vida, las cosas habían cambiado mucho.
Le siguió con la vista hasta que se sentó en un cómodo sillón cerca de Álvaro.
— ¿No tomas asiento?
— Estoy bien así, gracias.
— Tú siempre tan… rebelde.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Amelia, mirando indistintamente a uno y a otro. Le daba igual quién de los dos hablara. Lo que necesitaba eran respuestas.
— No te preocupes. Pronto lo comprenderás todo. He seguido con interés cada uno de tus pasos desde que llegaste a nosotros, y te aseguro que has sido una de las mejores alumnas. No todos han sobrevivido.
— ¿Todos?
— Sois el resultado de décadas de investigación, de frustrantes años de prueba y error hasta que dimos con la fórmula adecuada. Muchas generaciones desaparecieron debido a múltiples causas: desarrollo defectuoso, falta de adaptación, hipersensibilidad a sustancias exclusivas de la Tierra… pero ahora podemos estar seguros de que aún hay esperanza. Los Ursakis saben que podríais hacer peligrar su ansiado futuro de dominación de la raza humana. Se han preparado durante años para este momento, y no están dispuestos a que nadie se interponga en su camino, ni los Astarsis, ni vosotros…
— Pero ¿por qué precisamente ahora?
— Porque es ahora cuando van a hacer uso del arma más poderosa que haya sido creada jamás. Un arma a la que ningún humano podrá resistirse.
— O eso creen ellos —añadió Álvaro.
Amelia seguía sin comprender nada. Y además le asaltaba una nueva duda: comenzaba a creer que no era una casualidad que nunca le hubieran dado miedo las serpientes. Como la cobra en posición de ataque que acababa de identificar en una fotografía colgada en la pared detrás del anciano. Era una imagen extraña. Era solo un conjunto de líneas ondulantes grabadas en la superficie de un terreno desértico. La sombra de la avioneta desde la que había sido tomada la foto parecía un pequeño insecto a su lado.

12 septiembre 2011

Capítulo Seis (V)

El chico le tendió la mano.
— ¿Vienes conmigo?
Amelia se bajó del banco, despacio, y se puso al lado del chico, pero no le dio la mano. Avanzaron por el pasillo oscuro, lleno de puertas.
De detrás de cada puerta se oían diferentes sonidos, que no podía definir. Del interior de una de las habitaciones surgió un ruido grave y muy fuerte, una mezcla entre el rugido de un gran animal y el sonido que hacía una caldera vieja al arrancar. Ese ruido la sobresaltó, y unos pasos más adelante descubrió que se había acercado más a Augusto y le había dado la mano.
— Ya llegamos, tranquila —Algo en la voz de ese chico la tranquilizaba un poco, le daba seguridad.
— ¿Tengo que quedarme mucho tiempo aquí? —preguntó intentando ocultar su nerviosismo.
— No te sé decir. Yo llegué cuando era más pequeño que tú, casi ni me acuerdo ya.
Se acercaban al final de largo pasillo, a una puerta aparentemente sin pomo, y vio cómo Augusto tocaba en una zona de la misma y se abría, dejándolos ciegos por un momento, dada la cantidad de luz de salía de la apertura.
Una vez se acostumbraron sus ojos, Amelia descubrió que no entraban a ninguna habitación, sino que salían a un patio enorme, con árboles, columpios y, lo que era más importante, otros niños. Gritos de unos niños que aparentemente estaban jugando a perseguirse, canciones de unas niñas que jugaban a la comba, silbidos de otros que estaban jugando con una pelota. Estos y otra serie de sonidos similares inundaron los oídos de Amelia, que le hizo olvidarse por un momento de quién era, de lo mal que lo había pasado, del miedo que había pasado, y lo sustituyó todo por una sonrisa.

09 septiembre 2011

Capítulo Seis (IV)

[¿Qué demonios se supone que tiene que aprender Amelia en la mansión señorial esta? Pues lo siento, pero no pienso responder a ninguna de las preguntas. Es más, a ver si lío un poco más la trama.]
Amelia miraba el juego de llaves con curiosidad. Se trataba de un pequeño aro y en él había tres llaves. Una de ellas era pequeña, otra mediana y otra de tamaño bastante grande. Antes que pudiera preguntar para qué eran esas llaves, Gonzalo ya la estaba estirando fuera de la habitación del hombre de la barba gris. Éste último no dijo nada más antes que la niña fuera apartada de su vista.
Gonzalo estiraba de su mano, parecía que de repente le había entrado prisa. Subieron unas escaleras en forma de espiral y luego amanecieron en un largo y oscuro pasillo. La hizo sentar en un banco de madera que había al principio del pasillo.
— Quédate aquí, pronto vendrán a buscarte. ¿Me has entendido? —Esto último lo dijo clavando en ella sus hundidos ojos azul cristalino.
Ella alzó la vista hacia él y contestó afirmativamente con un gesto de la cabeza. Tenía miedo, estaba aterrada, y Gustavo abandonó el pasillo dejándola totalmente sola. Apenas pasaron unos minutos que oyó unos pasos ligeros caminar hacia ella. Por el mismo lugar que había llegado ella, apareció un chico que se detuvo a su altura.
Era más mayor que ella y era muy alto. Aunque aún era delgado, empezaba a tener las espaldas anchas. Estaba sudado como si viniera de hacer deporte. Se tocó su pelo negro y enmarañado intentando en vano echarlo hacia atrás, y la miró con curiosidad.
— ¿Eres nueva? —Ella contestó que sí con la cabeza—. Y déjame adivinar, estás asustada. Y encima se te ha comido la lengua un gato negro —dijo al ver que contestaba con la cabeza por segunda vez.
— ¿Por qué negro? —se extrañó ella hablando por primera vez.
— Porque los gatos que se comen las lenguas de las niñas siempre son negros.
Ella se rió, pero bajó la vista al suelo cuando él la miró a los ojos. Le daba vergüenza su rostro, sabía que sus cicatrices la convertían en un monstruo. Él se agachó delante de ella, puso la mano en su barbilla y le hizo levantar la cabeza.
— ¿Tienes o no tienes nombre?
— Amelia —contestó tímidamente al fin.
— Yo me llamo Augusto.

08 septiembre 2011

Capítulo Seis (III)

— Gonzalo, me traes la última, ¿verdad? —dijo una voz proveniente del fondo del pasillo.
Mientras, los dos se acercaban allí. De la estancia provenía algo de luz que permitía ir vislumbrando una habitación con la puerta abierta.
— No tengas miedo, pequeña —dijo un hombre mayor, de larga barba gris, sentado detrás de una mesa antigua de madera donde los papeles se agolpaban, y con una lámpara responsable de toda la iluminación del entorno.
Gonzalo acercó a Amelia delante de la mesa, y el hombre mayor se incorporó para recibirla, con una amable sonrisa.
— ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
Ella dudó un momento, y miró disimuladamente a Gonzalo, a cuya mano seguía agarrada.
— Amelia —contestó.
El hombre mayor se reclinó en su silla, y lanzó una mirada de aprobación a Gonzalo, sonriendo satisfecho.
— Eres una chica lista. Bueno, aquí tendrás tu propia habitación, que compartirás con tu nueva compañera, Alicia. Gonzalo te llevará a tu habitación, y te pondrá al corriente de cómo es la vida con nosotros.
El hombre se levantó, no sin esfuerzo, y se acercó a Amelia. Agachándose un poco, le colocó un juego de llaves a Amelia en la mano, y se la cerró cariñosamente.
— No las pierdas, ¿eh? —le dijo, dejando salir un pequeño esbozo de risa de su dentadura incompleta.

Este flashback va a ser tan largo que lo que pasará en realidad es que el principio era un flashforward.

07 septiembre 2011

Capítulo Seis (II)

¡Grande Eowyn! Me has dado ganas de poner a Charles Xavier...

No hubo más despedidas. La chica siguió al hombre hasta la puerta principal donde la figura de un llamador en forma de lagarto descansaba. Detrás suyo, el sonido de un motor que se ponía en marcha y, al poco, el automóvil era una figura fantasma en la lejanía. Amelia y el hombre avanzaron por una red de pasillos tras pasar por la pesada puerta principal. La chica miró en una y otra dirección pero la oscuridad rechazaba siempre su visión. No se escuchaba ningún sonido. La casa, en sí, era como una tumba: húmeda, fría y silenciosa.
La niña, que había intentado fijarse en el camino que recorrían, pronto estuvo completamente perdida. Habían bajado, subido, torcido a derecha e izquierda como en unas veinte ocasiones. ¿Acaso la casa parecía tan grande desde fuera?
Amelia intentó hablar pero las palabras murieron en su garganta antes de ser pronunciadas. Un sonido había venido a ella, desde su espalda. Cuando lo escuchó el pelo de su nuca se erizó y apretó con más fuerza la mano del hombre, muerta de miedo. Y el hombre lo único que hizo fue sonreír.

01 septiembre 2011

Capítulo Seis (I)

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Amelia.
Conocía a ese hombre.
Hacía más de veinte años que le había visto por primera y última vez, pero jamás le había podido olvidar. Recordaba muy bien el magnífico automóvil en el que habían llegado a aquella mansión. Era demasiado joven para identificar el modelo, pero recordaba que era de corte clásico y la carrocería era negra brillante, y la estatuilla de la mujer con alas del capó se le había quedado grabada en la mente al pasar a su lado. Había querido tocarla, pero su madre había tirado de ella y se lo había impedido. Le apretaba con fuerza su mano, hasta hacerle daño. Sin embargo, no se quejaba.
Siempre había creído que era su madre. Ahora lo dudaba, porque ¿podía una madre hacer lo que ella estaba a punto de hacer?
Tal vez sólo era la mañana gris ceniza con la que se habían levantado, pero el edificio al que se aproximaban con paso apresurado tenía un aspecto siniestro. De estilo señorial, tres pisos de altura, con la fachada de piedra gris y grandes ventanas, parecía invitarlas a salir de allí sin mirar atrás.
Los tacones de la mujer resonaron sobre el suelo de cemento hasta que se detuvieron frente al hombre que las esperaba. Era alto y delgado, tenía el pelo gris, y una fea verruga en el mentón. Sus ojos hundidos, de color azul cristalino, la miraron con curiosidad. La mujer apretó aún más su mano.
— ¿Seguro que estará bien?
— En ningún otro sitio podría estar mejor que aquí. Ella es especial. Aquí la adiestraremos y le enseñaremos todo lo que necesita saber. Debe estar preparada para lo que vendrá en el futuro. Conocerá a otros como ella y no volverá a sentirse distinta. Te gustará no estar sola, ¿verdad, Amelia? —El hombre le acarició levemente la mejilla, muy cerca de una de las cicatrices que le cruzaban la cara.
No le gustó el contacto.
— Mamá, ¿quién es este señor? ¿Por qué me llama así?
— A partir de hoy Amelia será tu nombre —respondió la mujer sin ni siquiera mirarla—. ¿Podré volver a verla?
— Sabes que no. Es por su seguridad.
La mujer había vacilado un instante, como si le costara desprenderse de ella.
Amelia estaba segura de que el hombre había esbozado una sonrisa cuando la mujer la entregó. Al cogerle de la mano notó sus dedos huesudos, y su piel era fría como el hielo.

Capítulo Seis

Guía de colores:
Eowyn
Xmariachi
Silvano
MikeBSO
David Loren Bielsa


Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Amelia.
Conocía a ese hombre.
Hacía más de veinte años que le había visto por primera y última vez, pero jamás le había podido olvidar. Recordaba muy bien el magnífico automóvil en el que habían llegado a aquella mansión. Era demasiado joven para identificar el modelo, pero recordaba que era de corte clásico y la carrocería era negra brillante, y la estatuilla de la mujer con alas del capó se le había quedado grabada en la mente al pasar a su lado. Había querido tocarla, pero su madre había tirado de ella y se lo había impedido. Le apretaba con fuerza su mano, hasta hacerle daño. Sin embargo, no se quejaba.
Siempre había creído que era su madre. Ahora lo dudaba, porque ¿podía una madre hacer lo que ella estaba a punto de hacer?
Tal vez sólo era la mañana gris ceniza con la que se habían levantado, pero el edificio al que se aproximaban con paso apresurado tenía un aspecto siniestro. De estilo señorial, tres pisos de altura, con la fachada de piedra gris y grandes ventanas, parecía invitarlas a salir de allí sin mirar atrás.
Los tacones de la mujer resonaron sobre el suelo de cemento hasta que se detuvieron frente al hombre que las esperaba. Era alto y delgado, tenía el pelo gris, y una fea verruga en el mentón. Sus ojos hundidos, de color azul cristalino, la miraron con curiosidad. La mujer apretó aún más su mano.
— ¿Seguro que estará bien?
— En ningún otro sitio podría estar mejor que aquí. Ella es especial. Aquí la adiestraremos y le enseñaremos todo lo que necesita saber. Debe estar preparada para lo que vendrá en el futuro. Conocerá a otros como ella y no volverá a sentirse distinta. Te gustará no estar sola, ¿verdad, Amelia? —El hombre le acarició levemente la mejilla, muy cerca de una de las cicatrices que le cruzaban la cara.
No le gustó el contacto.
— Mamá, ¿quién es este señor? ¿Por qué me llama así?
— A partir de hoy Amelia será tu nombre —respondió la mujer sin ni siquiera mirarla—. ¿Podré volver a verla?
— Sabes que no. Es por su seguridad.
La mujer había vacilado un instante, como si le costara desprenderse de ella.
Amelia estaba segura de que el hombre había esbozado una sonrisa cuando la mujer la entregó. Al cogerle de la mano notó sus dedos huesudos, y su piel era fría como el hielo.
¡Grande Eowyn! Me has dado ganas de poner a Charles Xavier...
No hubo más despedidas. La chica siguió al hombre hasta la puerta principal donde la figura de un llamador en forma de lagarto descansaba. Detrás suyo, el sonido de un motor que se ponía en marcha y, al poco, el automóvil era una figura fantasma en la lejanía. Amelia y el hombre avanzaron por una red de pasillos tras pasar por la pesada puerta principal. La chica miró en una y otra dirección pero la oscuridad rechazaba siempre su visión. No se escuchaba ningún sonido. La casa, en sí, era como una tumba: húmeda, fría y silenciosa.
La niña, que había intentado fijarse en el camino que recorrían, pronto estuvo completamente perdida. Habían bajado, subido, torcido a derecha e izquierda como en unas veinte ocasiones. ¿Acaso la casa parecía tan grande desde fuera?
Amelia intentó hablar pero las palabras murieron en su garganta antes de ser pronunciadas. Un sonido había venido a ella, desde su espalda. Cuando lo escuchó el pelo de su nuca se erizó y apretó con más fuerza la mano del hombre, muerta de miedo. Y el hombre lo único que hizo fue sonreír.
— Gonzalo, me traes la última, ¿verdad? —dijo una voz proveniente del fondo del pasillo.
Mientras, los dos se acercaban allí. De la estancia provenía algo de luz que permitía ir vislumbrando una habitación con la puerta abierta.
— No tengas miedo, pequeña —dijo un hombre mayor, de larga barba gris, sentado detrás de una mesa antigua de madera donde los papeles se agolpaban, y con una lámpara responsable de toda la iluminación del entorno.
Gonzalo acercó a Amelia delante de la mesa, y el hombre mayor se incorporó para recibirla, con una amable sonrisa.
— ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
Ella dudó un momento, y miró disimuladamente a Gonzalo, a cuya mano seguía agarrada.
— Amelia —contestó.
El hombre mayor se reclinó en su silla, y lanzó una mirada de aprobación a Gonzalo, sonriendo satisfecho.
— Eres una chica lista. Bueno, aquí tendrás tu propia habitación, que compartirás con tu nueva compañera, Alicia. Gonzalo te llevará a tu habitación, y te pondrá al corriente de cómo es la vida con nosotros.
El hombre se levantó, no sin esfuerzo, y se acercó a Amelia. Agachándose un poco, le colocó un juego de llaves a Amelia en la mano, y se la cerró cariñosamente.
— No las pierdas, ¿eh? —le dijo, dejando salir un pequeño esbozo de risa de su dentadura incompleta.
Este flashback va a ser tan largo que lo que pasará en realidad es que el principio era un flashforward.
[¿Qué demonios se supone que tiene que aprender Amelia en la mansión señorial esta? Pues lo siento, pero no pienso responder a ninguna de las preguntas. Es más, a ver si lío un poco más la trama.]
Amelia miraba el juego de llaves con curiosidad. Se trataba de un pequeño aro y en él había tres llaves. Una de ellas era pequeña, otra mediana y otra de tamaño bastante grande. Antes que pudiera preguntar para qué eran esas llaves, Gonzalo ya la estaba estirando fuera de la habitación del hombre de la barba gris. Éste último no dijo nada más antes que la niña fuera apartada de su vista.
Gonzalo estiraba de su mano, parecía que de repente le había entrado prisa. Subieron unas escaleras en forma de espiral y luego amanecieron en un largo y oscuro pasillo. La hizo sentar en un banco de madera que había al principio del pasillo.
— Quédate aquí, pronto vendrán a buscarte. ¿Me has entendido? —Esto último lo dijo clavando en ella sus hundidos ojos azul cristalino.
Ella alzó la vista hacia él y contestó afirmativamente con un gesto de la cabeza. Tenía miedo, estaba aterrada, y Gustavo abandonó el pasillo dejándola totalmente sola. Apenas pasaron unos minutos que oyó unos pasos ligeros caminar hacia ella. Por el mismo lugar que había llegado ella, apareció un chico que se detuvo a su altura.
Era más mayor que ella y era muy alto. Aunque aún era delgado, empezaba a tener las espaldas anchas. Estaba sudado como si viniera de hacer deporte. Se tocó su pelo negro y enmarañado intentando en vano echarlo hacia atrás, y la miró con curiosidad.
— ¿Eres nueva? —Ella contestó que sí con la cabeza—. Y déjame adivinar, estás asustada. Y encima se te ha comido la lengua un gato negro —dijo al ver que contestaba con la cabeza por segunda vez.
— ¿Por qué negro? —se extrañó ella hablando por primera vez.
— Porque los gatos que se comen las lenguas de las niñas siempre son negros.
Ella se rió, pero bajó la vista al suelo cuando él la miró a los ojos. Le daba vergüenza su rostro, sabía que sus cicatrices la convertían en un monstruo. Él se agachó delante de ella, puso la mano en su barbilla y le hizo levantar la cabeza.
— ¿Tienes o no tienes nombre?
— Amelia —contestó tímidamente al fin.
— Yo me llamo Augusto.
El chico le tendió la mano.
— ¿Vienes conmigo?
Amelia se bajó del banco, despacio, y se puso al lado del chico, pero no le dio la mano. Avanzaron por el pasillo oscuro, lleno de puertas.
De detrás de cada puerta se oían diferentes sonidos, que no podía definir. Del interior de una de las habitaciones surgió un ruido grave y muy fuerte, una mezcla entre el rugido de un gran animal y el sonido que hacía una caldera vieja al arrancar. Ese ruido la sobresaltó, y unos pasos más adelante descubrió que se había acercado más a Augusto y le había dado la mano.
— Ya llegamos, tranquila —Algo en la voz de ese chico la tranquilizaba un poco, le daba seguridad.
— ¿Tengo que quedarme mucho tiempo aquí? —preguntó intentando ocultar su nerviosismo.
— No te sé decir. Yo llegué cuando era más pequeño que tú, casi ni me acuerdo ya.
Se acercaban al final de largo pasillo, a una puerta aparentemente sin pomo, y vio cómo Augusto tocaba en una zona de la misma y se abría, dejándolos ciegos por un momento, dada la cantidad de luz de salía de la apertura.
Una vez se acostumbraron sus ojos, Amelia descubrió que no entraban a ninguna habitación, sino que salían a un patio enorme, con árboles, columpios y, lo que era más importante, otros niños. Gritos de unos niños que aparentemente estaban jugando a perseguirse, canciones de unas niñas que jugaban a la comba, silbidos de otros que estaban jugando con una pelota. Estos y otra serie de sonidos similares inundaron los oídos de Amelia, que le hizo olvidarse por un momento de quién era, de lo mal que lo había pasado, del miedo que había pasado, y lo sustituyó todo por una sonrisa.
La voz ronca del anciano la sacó de sus recuerdos.
— Es bueno volver a verte, Amelia.
Ella no pensaba lo mismo. La última vez que había aparecido en su vida, las cosas habían cambiado mucho.
Le siguió con la vista hasta que se sentó en un cómodo sillón cerca de Álvaro.
— ¿No tomas asiento?
— Estoy bien así, gracias.
— Tú siempre tan… rebelde.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Amelia, mirando indistintamente a uno y a otro. Le daba igual quién de los dos hablara. Lo que necesitaba eran respuestas.
— No te preocupes. Pronto lo comprenderás todo. He seguido con interés cada uno de tus pasos desde que llegaste a nosotros, y te aseguro que has sido una de las mejores alumnas. No todos han sobrevivido.
— ¿Todos?
— Sois el resultado de décadas de investigación, de frustrantes años de prueba y error hasta que dimos con la fórmula adecuada. Muchas generaciones desaparecieron debido a múltiples causas: desarrollo defectuoso, falta de adaptación, hipersensibilidad a sustancias exclusivas de la Tierra… pero ahora podemos estar seguros de que aún hay esperanza. Los Ursakis saben que podríais hacer peligrar su ansiado futuro de dominación de la raza humana. Se han preparado durante años para este momento, y no están dispuestos a que nadie se interponga en su camino, ni los Astarsis, ni vosotros…
— Pero ¿por qué precisamente ahora?
— Porque es ahora cuando van a hacer uso del arma más poderosa que haya sido creada jamás. Un arma a la que ningún humano podrá resistirse.
— O eso creen ellos —añadió Álvaro.
Amelia seguía sin comprender nada. Y además le asaltaba una nueva duda: comenzaba a creer que no era una casualidad que nunca le hubieran dado miedo las serpientes. Como la cobra en posición de ataque que acababa de identificar en una fotografía colgada en la pared detrás del anciano. Era una imagen extraña. Era solo un conjunto de líneas ondulantes grabadas en la superficie de un terreno desértico. La sombra de la avioneta desde la que había sido tomada la foto parecía un pequeño insecto a su lado.
[Momento Apocalipsis]
— ¿Te gusta la foto? —preguntó el anciano con los ojos clavados en los de Amelia.
La mujer de las cicatrices dibujó una media sonrisa en su cara.
— Sabes que no. Odio las serpientes.
— Ella es Amantissa, o también apodada "Diosa Madre".
Amelia arrancó la foto de la pared.
— ¿Es el arma?
El anciano negó con la cabeza.
— Esto es Egipto —reconoció Amelia—. ¿Puede ser el Valle de los Reyes?
Álvaro miró a Amelia, sorprendido, mientras el anciano ahora asentía.
— ¿Cómo...? —comenzó a preguntar Álvaro.
— Estuve allí con Augusto —explicó la mujer—, cuando éramos niños...
— ¿No te acuerdas lo que hicisteis allí? —interrumpió la voz ronca del anciano.
Amelia intentó recordarlo. Por unos momentos viajó a aquel lugar, a aquel calor sofocante, al bullicio de la gente y... Al terror. Se acordó del miedo que había sentido y del dolor punzante, de las fiebres y de las mordeduras de serpiente.
Se acordó de los hombres que los habían encerrado en aquel valle desértico.
Niños solos y asustados con millares de serpientes venenosas. Muchos de aquellos niños no lograron sobrevivir... ¿Cómo había permanecido ese recuerdo tanto tiempo encerrado en su mente? ¿Cómo era posible que aquel secreto permaneciera inamovible en su mente?
Amelia cerró su puño y miró encolerizada al anciano. Él había sido el que los había encerrado en aquel valle para que murieran. Él había sido el cabecilla de todo.
Era cusioso el porqué su mente no paraba de pensar en serpientes. Y cómo su mente había relacionado aquellas serpientes con los sentimientos que tenía hacia aquel viejo, Gonzalo. No le daban miedo las serpientes, las odiaba. Igual que con Gonzalo; no le daba miedo, pero el hecho de verle allí hablándole le producía una ira irrefrenable.
Y de repente, en mitad de todo aquel odio, de aquella ira, cuando parecía que la única via era estallar, le sucedió lo impensable. Todos aquellos sentimientos desaparecieron de golpe, dejando paso a una calma y una paz interior impensables. La serenidad acababa de vencer. A pesar que allí estuviera Gonzalo, a pesar de recordar Egipto, a pesar de todo...
— Déjate de rodeos —le dijo a su antiguo mentor—. No sé qué estás intentando, pero no va a funcionar, no vas a torturarme con esos oscuros recuerdos. Ese era tu sistema de control, hacernos vulnerables, débiles. Asesinos natos convertidos en simples ratones ante tu mirada. Tú eres la serpiente, Gonzalo.
— No, Amelia. Yo soy el encantador de serpientes. Vosotros sois las serpientes, y muy venenosas y peligrosas.
— No va a funcionar. Hace tiempo que vencí ese control. No voy a ser débil ante ti.
— No pretendo controlarte, Amelia —contestó sonriendo—. Es hora que cumpláis vuestro trabajo. Es hora de liberar a las serpientes, que muerdan, ataquen, coman. Porque vosotros sois las serpientes, y los Ursakis los simples ratoncillos.
[Ahora resulta que los lagartos son ratones. Y Amelia es, entre otras, una serpiente dormida. Y las mariposas son tiburones, ya puestos... ¿En qué estabas pensando? ¿Y qué diablos es "cusioso"?]
[Esto es lo que se llama sobrecompensación: como no lo habíamos nombrado anteriormente, ahora hay que nombrar a Gonzalo 4 veces en el mismo capítulo. Muy cusioso...]
— ¿Qué pinta él en esto? —Ladeó ligeramente la cabeza en dirección a Álvaro, que seguía cómodamente sentado en el sillón, sin dejar de sonreír.
— Digamos que es un ratón que se ha convertido en serpiente —respondió Gonzalo. Y añadió dirigiéndose a Álvaro—. ¿No es así?
— Digamos que sí.
La mirada de Amelia alternaba entre Gonzalo y Álvaro. Sabía que había algo que no le estaban contando, pero también sabía que debía seguirles el juego, ya que no tenía muchas más opciones, por lo menos en este momento.
— Y según tú, ¿cuál es el trabajo para el que fui creada? ¿Matar Ursakis? Es lo que he estado haciendo la mayor parte de mi vida adulta. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora? Podrías haber dejado que siguiera haciendo "mi trabajo".
— Tengo un trabajo especial para ti. Un trabajo para ambos, de hecho, ya que necesitarás a Álvaro en esto.
— ¿Un trabajo especial?
— Sí, algo que podría hacer que acabara la guerra definitivamente.
Gonzalo se quedó esperando la respuesta de Amelia, pero ya la sabía de antemano. Por algo era el encantador de serpientes.
[¡Álvaro digievoluciona!]
[Aquí hay mucha tela que cortar.]
— ¿Algo que acabaría la guerra? ¿A costa de qué? —respondió Amelia, revisando las imágenes que poblaban las paredes de la estancia.
— Bueno, si falláis, será a costa de vosotros, y la guerra continuará.
— Hay demasiadas facciones, demasiado en juego... tanto que, lo admito, ni yo misma veo todos los hilos que manejan este tinglado. Por lo visto, Gonzalo, tú sí los conoces. Pero me niego a continuar trabajando para ti, ni para nadie, sin saber lo que me espera a mí, o lo que le nos espera a todos.
— Es razonable —dijo Álvaro—. ¿Qué quieres tú? ¿Qué es lo que te gustaría que ocurriera, Amelia? Ten por seguro que serías una pieza importante si conseguimos dar al mundo el vuelco que necesita.
— Por lo visto tú también sabes lo que necesita el mundo. ¿No será lo que necesitas tú? ¿Qué es lo que quieres ? Por un lado, eres un Ursaki. Eso no lo puedes borrar. Y si vosotros estáis tan infiltrados en la sociedad, ¿por qué traicionar a los tuyos para colaborar con los humanos? ¿Qué pasará cuando eliminemos a vuestros enemigos, los Astarsis? ¿Será entonces cuando empecéis con nosotros, los humanos? Mi instinto me dice que debería mataros a la mínima oportunidad.
— Como ves, Álvaro, Amelia tiene un buen instinto —bromeó Gonzalo—. Pero, ¿qué te hace pensar que eres enteramente humana?
[Sí que hay mucho que cortar, sí... Capítulos enteros cortaría yo :P]

20 julio 2011

Capítulo Cinco (VIII)

[Esto más bien es una terror movie... Bueno, lo prometido es deuda. Ahí van unas cuantas respuestas. Pero no todas, que si no esto perdería la gracia.]

— Dime, ¿cómo voy a confiar en ti? —decía Amelia—. ¿Me secuestras y luego me ayudas a escapar de los hombres lagarto? ¿Cómo sé que en realidad no has hecho todo esto para que crea que estás de mi parte? Curiosamente, me secuestraste cuando Augusto estaba a punto de explicarme algo importante.
Estaban en la planta décima del edificio de cristales negros, en un enorme y luminoso despacho de diseño sin apenas muebles. Amelia estaba en pie, mientras Ávaro se había sentado en un sofá que estaba al lado. Se había servido una copa de bourbon y parecía saborearlo.
— Entiendo tus dudas. Lo comprendo. Bueno, quizás sí que pueda darte unas cuantas respuestas, hasta que llegue aquél a quien estamos esperando.
Amelia decidió guardar silencio, a la espera que Álvaro por fin le dijera algo que fuera cierto.
— Bajo esta joven apariencia humana, soy tan lagarto como los que has visto. Somos Ursakis y llegamos aquí hace tanto tiempo como los Astarsis. En realidad, llegamos un poco antes. —Paró para beber un sorbo de su copa—. El motivo por el que te secuestré, es porque era la única manera de desactivar el rastreador que te colocaron cuando empezaste este trabajo. La tecnología Ursakis es extremadamente avanzada, y sólo en esa base tenía el aparato adecuado para desactivar dicho rastreador.
— ¿Entonces los has traicionado, por qué? —preguntó un tanto incrédula.
— Mis motivos son míos y sólo míos. Estabas investigando los asesinatos Astarsis por orden del Consejo. Y estabas empeñada en llegar a la, según tú, madriguera Astarsi. De tener éxito, hubieras llevado a los Ursakis hasta ellos.
— ¿Por qué ese interés por los Astarsis?
— Porque ellos son lo único que se interpone entre mi raza y los humanos. Los Astarsis son los únicos que pueden acabar con los míos. Los únicos que pueden impedir que os conquisten y os conviertan en comida.
— ¿Entonces el Consejo está del lado de los Ursakis? —seguía preguntando Amelia.
— Eso aún no lo he averiguado. Ni tampoco sé para quién trabaja realmente tu amigo Augusto.
— Augusto trabaja para la CIA. Eso lo sé.
— ¿Y para quién trabaja realmente esa división de la CIA? ¿Lo sabes con seguridad? Debes entender que los Ursakis llevamos más de sesenta años en la Tierra. Nos ha dado tiempo de infiltrarnos en vuestra sociedad a todos los niveles, y de conseguir poderosos aliados humanos que creen que serán unos privilegiados en el nuevo régimen.
— ¿Y tú para quién trabajas? ¿Ante quién respondes realmente?
Álvaro giró la cabeza hacia la puerta, al tiempo que esta se abría, y una persona hizo su entrada.

14 julio 2011

Capítulo Cinco (VII)

El coche, conducido por Álvaro, se dirigía hacia el norte, por lo que Amelia dedujo que no iban a coger la autopista. Y aunque habían salido a toda prisa, una vez avanzadas unas pocas manzanas, una vez hechos unos pocos giros, redujo la velocidad, aunque no sabía si era para no llamar la atención o porque había comprobado que no les seguían.
Le miró atentamente. No parecía asustado, ni nervioso. Tampoco sonreía.
— ¿Y bien? ¿Me vas a contar de una vez qué ocurre?
— Comprendo que todo esto te parece muy extraño...
— ¿Extraño? —El tono de Amelia reflejaba claramente su enfado—. Me encomiendan una misión ridícula, me obligan a tener un compañero, el que fue mi último compañero me echa de la carretera, disparan a mi nuevo compañero, tengo que volar por los aires mi tapadera, literalmente, atrapo a mi antiguo compañero y nuevo enemigo con la ayuda de mi ya no tan herido nuevo compañero, cuando estoy interrogando a mi antiguo compañero mi nuevo compañero me droga y me entrega a una raza de extraterrestres, para nada más despertar sacarme de allí... No es extraño, es lo que hago todos los días...
Ahora sí que Álvaro sonreía.
— Sí, comprendo que debes estar hecha un lío, pero no soy la persona más indicada para aclararte nada.
Detuvo el coche y aparcó. Amelia vio que se habían parado frente a un edificio de más de veinte plantas, con cristales negros.
— Aquí tendrás tus respuestas. Y tendrás que tomar unas cuantas decisiones...

[Esto se está convirtiendo en una road movie... o en una road to hell movie].

[¿Que esto se está convirtiendo en lo qué? ¿O en lo qué? Perdona mi incultancia, pero no sé de qué estás hablando...]

07 julio 2011

Capítulo Cinco (VI)

[No sé qué nos deparará el destino pero sé lo que tengo que escribir. Lo veo claro.]

La luna brillaba incansable en el horizonte mientras la nave estelar real de los Ursakis, los que Amelia conocía como los hombres lagarto, cruzaba el cielo lentamente.
El rey de los Ursakis, Ometh, regía desde su salón, compuesto por vísceras de animales, a sus congéneres. Observaba la ciudad sobre la que volaban tranquilamente, sin que los humanos pudieran tan siquiera notarlos. La nave de la realeza disponía de un sistema de invisibilidad y una elevada tecnología que hacía que los rádares humanos no pudieran detectarlos. Aún así los pilotos preferían no elevar la velocidad ya que la fuerza que hacía falta para mover la nave podría destruir facilmente la ciudad sobre la que se encontraban.
Ometh profirió un sonido gutural y todos sus lacayos se postraron ante él. Y aquello no era raro pues Ometh rechazaba el diálogo sobre cualquier otra forma de comunicación. Que hablara implicaba que lo que iba a decir era Ley.
* Escuadrón 7, traed a la humana y al traidor. Y conseguid información del grupo de Beregath para proceder a su exterminio. *

[Ni que decir tiene que cuando ponemos * es que estamos hablando en Ursakis. xDDDDD]

[Te has quedado ancho, ¿eh?]

06 julio 2011

Capítulo Cinco (V)

[Creo que ya llega el momento de ir metiendo el perrito bomba.]

Al cruzar la puerta, se encontraron en la parte trasera del edificio.
Fueron hacia el coche. Mientras corrían, Álvaro percibió el movimiento de dos hombres lagarto por la retaguardia. Se giró, les disparó resolutivamente y tras dos certeros impactos, éstos cayeron al suelo. Y siguió corriendo. Amelia estaba muy extrañada: aquél no parecía ser el Álvaro que ella conocía. Por una vez, ella no llevaba las riendas de la acción, y sólo le quedaba dejarse llevar.
Llegaron al coche, y se dispusieron a huir.

Dentro del edificio, el líder se recuperaba con ayuda de los suyos.
— ¡Álvaro se ha llevado a la chica y han salido huyendo por la puerta de atrás! —dijo uno de los suyos, exaltado.
— No hace falta que los sigáis, sabemos adónde van —dijo el líder, desde el suelo.
— Pero...
— Si ahora Amelia no confía en Álvaro, es que no es humana...
Se quedaron todos sorprendidos. El jefe esbozó una media sonrisa.
— Este chico, Álvaro. Es bueno, ¿eh?

30 junio 2011

Capítulo Cinco (IV)

[Llevo una semana laboral dura de narices. Así que tendréis que disculparme si escribo alguna barbaridad. Este fragmento intentaré ser comedido.]

Álvaro entreabrió la puerta y se asomó al pasillo. La luz era tenue, las paredes grises y el único sonido que se oía era un molesto e ininterrumpido zumbido que debía de proceder de algún generador o algún otro tipo de maquinaria. Le hizo una señal a Amelia, y esta le siguió.
Una vez fuera avanzaron en fila, siempre pegados a la pared, buscando los lugares más oscuros. Amelia se sorprendió al no ver cámaras de seguridad. Por ello casi descartaba que se encontraran en las instalaciones centrales. Además, aquel sótano tenía una disposición casi laberíntica.
Pero Álvaro parecía conocer el camino, aunque avanzaba muy lentamente, poco a poco. Hasta que, al final de una esquina, encontraron una puerta custodiada por un militar de aspecto humano. Amelia guardó silencio y se quedó detrás de su compañero. Dejó que fuera Álvaro quien siguiera protagonizando la fuga.
Éste se guardó la pistola detrás y salió de la esquina, caminando tranquilamente. Comenzó a hablar al militar, en un idioma totalmente extraño, con sonidos guturales que, desde luego, Amelia no había oído jamás. El militar respondió en la misma lengua y sacó una llave y abrió la puerta que custodiaba. Entonces Álvaro, por detrás, le hizo una luxación en cuello y brazo derecho que le dejó sin respiración. En menos de treinta segundos, el militar cayó inconsciente y Álvaro lo dejó caer al suelo suavemente.
Cuando ambos salían por la puerta, se oyeron unos gritos por el pasillo. El primer inconsciente de Álvaro acababa de despertar. Una alarma acústica muy molesta comenzó a resonar por aquellos grises pasillos.

[Hombre, no le llames inconsciente, cómo te pasas con el pobre Álvaro...]

28 junio 2011

Capítulo Cinco (III)

— Álvaro, ¿estás seguro de esto? —le preguntó el hombre lagarto.
— No, pero no queda otro remedio. —Amelia les miraba estupefacta—. Ya tienes lo que querías, ahora hay que sacarla de aquí.
— Está bien, como quieras. —El líder de los supuestos alienígenas se quedó mirando a Amelia—. ¿Y cómo lo vas a hacer?
— Improvisaré —contestó Álvaro. Y sin previo aviso le dio un puñetazo en la cara al hombre lagarto que lo lanzó contra la pared, cayendo al suelo sin sentido. Comenzó a desabrochar las correas que mantenían a Amelia amarrada a la cama—. Rápido, tenemos poco tiempo.
— ¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que iré contigo a ninguna parte?
— ¿Prefieres quedarte aquí? —le inquirió mientras con un leve movimiento de cabeza señalaba el cuerpo inconsciente del hombre lagarto —. Yo voy a salir por patas. No tengo tiempo de explicártelo ahora.
Una vez acabó de desatar a Amelia, sacó una pistola que tenía escondida debajo de la camisa, a la espalda. Comprobó que estaba cargada y apuntó hacia el cuerpo caído del escamoso ser.
Amelia se estiró, desentumeciendo los músculos, pero sin perder de vista a Álvaro. Segundos más tarde, éste dejó de apuntar al ser y se dirigió a la puerta, poniendo la oreja en ella.
— Parece que el pasillo está despejado. ¿Estás lista?

[Hala, todo un ejército de de la resistencia convertida en un puñetazo y tentetieso y salir por patas. O sea, que Álvaro la ha llevado allí para luego huir de allí a base de ostias. Está claro, Álvaro es Chuck Norris.]

27 junio 2011

Capítulo Cinco (II)

[Te odio Diego... por hacerme hacer esto...]

Cuando Amelia acabó de despertar sus ojos observaron una figura de rasgos humanos pero de piel escamosa, parecida a la de un lagarto. El ser llevaba un uniforme militar (de los marines) y se encontraba acompañado por más como él. Amelia pudo contar hasta cinco de aquellas criaturas. La mujer de la cicatríz intentó levantarse de golpe y alejarse de aquel alienígena pero le fue imposible ya que se encontraba amarrada a un catre de apariencia militar.
— ¿Qué eres tú? —preguntó Amelia al ser, que parecía divertirse ante la sorpresa de su cautiva.
Álvaro asomó tras la criatura, con cara de preocupación.
— Amelia, tranquilízate por favor —le pidió su compañero—. No somos los malos de esta historia.
— Para no serlos hacéis un buen papel —dijo la mujer intentando deshacerse sin éxito de sus ataduras.
El hombre lagarto se giró ante sus compañeros y emitió unos sonidos siseantes. Los cinco hombres lagarto parecieron salir de la sala en penumbras en la que se encontraban dejando a Amelia a solas con Álvaro y el aparente líder de las criaturas.

[¡Yo no dije nada de color verde ni de escamas ni marines! Hala, ahora a lidiar con las lagartijas del espacio exterior... o de donde sean.]

[Si sale algo bueno de todo esto será de puñetera casualidad... Al final vais a conseguir hacerme llorar... ¿Eso es lo que queréis?]

22 junio 2011

Capítulo Cinco (I)

— ¿Cuál es su color favorito?
— ¿Perdón, señor?
— Con toda la información que nos has facilitado de Amelia, ¿y no sabes cuál es su color favorito?
Álvaro se quedó contrariado.
— Eh...
Alguien soltó una pequeña risita y de repente los demás estallaron. El ambiente se relajó. El líder se levantó y se acercó a donde estaban Álvaro y Amelia.
— Te tomo el pelo, Álvaro. Gran trabajo, compañero. Ahora, hemos de tener gran cuidado en decidir cómo avanzar a partir de ahora. Todos hemos oído hablar de ella, ahora la tenemos entre nosotros.
El líder se acercó a Amelia. Se hizo el silencio en la sala. Le cogió suavemente la cara con la mano y la giró hacia sí. Le apartó el pelo para verla mejor. Repasó con su dedo índice su cicatriz facial.
— Una X, ¿eh?
Se giró sonriendo hacia Álvaro.
— Le da su puntito, ¿no crees?
Amelia comenzó a retomar la conciencia.

21 junio 2011

Capítulo Cinco

Guía de colores:
Xmariachi
Silvano
MikeBSO
David Loren Bielsa


— ¿Cuál es su color favorito?
— ¿Perdón, señor?
— Con toda la información que nos has facilitado de Amelia, ¿y no sabes cuál es su color favorito?
Álvaro se quedó contrariado.
— Eh...
Alguien soltó una pequeña risita y de repente los demás estallaron. El ambiente se relajó. El líder se levantó y se acercó a donde estaban Álvaro y Amelia.
— Te tomo el pelo, Álvaro. Gran trabajo, compañero. Ahora, hemos de tener gran cuidado en decidir cómo avanzar a partir de ahora. Todos hemos oído hablar de ella, ahora la tenemos entre nosotros.
El líder se acercó a Amelia. Se hizo el silencio en la sala. Le cogió suavemente la cara con la mano y la giró hacia sí. Le apartó el pelo para verla mejor. Repasó con su dedo índice su cicatriz facial.
— Una X, ¿eh?
Se giró sonriendo hacia Álvaro.
— Le da su puntito, ¿no crees?
Amelia comenzó a retomar la conciencia.
[Te odio Diego... por hacerme hacer esto...]
Cuando Amelia acabó de despertar sus ojos observaron una figura de rasgos humanos pero de piel escamosa, parecida a la de un lagarto. El ser llevaba un uniforme militar (de los marines) y se encontraba acompañado por más como él. Amelia pudo contar hasta cinco de aquellas criaturas. La mujer de la cicatríz intentó levantarse de golpe y alejarse de aquel alienígena pero le fue imposible ya que se encontraba amarrada a un catre de apariencia militar.
— ¿Qué eres tú? —preguntó Amelia al ser, que parecía divertirse ante la sorpresa de su cautiva.
Álvaro asomó tras la criatura, con cara de preocupación.
— Amelia, tranquilízate por favor —le pidió su compañero—. No somos los malos de esta historia.
— Para no serlos hacéis un buen papel —dijo la mujer intentando deshacerse sin éxito de sus ataduras.
El hombre lagarto se giró ante sus compañeros y emitió unos sonidos siseantes. Los cinco hombres lagarto parecieron salir de la sala en penumbras en la que se encontraban dejando a Amelia a solas con Álvaro y el aparente líder de las criaturas.
[¡Yo no dije nada de color verde ni de escamas ni marines! Hala, ahora a lidiar con las lagartijas del espacio exterior... o de donde sean.]
[Si sale algo bueno de todo esto será de puñetera casualidad... Al final vais a conseguir hacerme llorar... ¿Eso es lo que queréis?]
— Álvaro, ¿estás seguro de esto? —le preguntó el hombre lagarto.
— No, pero no queda otro remedio. —Amelia les miraba estupefacta—. Ya tienes lo que querías, ahora hay que sacarla de aquí.
— Está bien, como quieras. —El líder de los supuestos alienígenas se quedó mirando a Amelia—. ¿Y cómo lo vas a hacer?
— Improvisaré —contestó Álvaro. Y sin previo aviso le dio un puñetazo en la cara al hombre lagarto que lo lanzó contra la pared, cayendo al suelo sin sentido. Comenzó a desabrochar las correas que mantenían a Amelia amarrada a la cama—. Rápido, tenemos poco tiempo.
— ¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que iré contigo a ninguna parte?
— ¿Prefieres quedarte aquí? —le inquirió mientras con un leve movimiento de cabeza señalaba el cuerpo inconsciente del hombre lagarto —. Yo voy a salir por patas. No tengo tiempo de explicártelo ahora.
Una vez acabó de desatar a Amelia, sacó una pistola que tenía escondida debajo de la camisa, a la espalda. Comprobó que estaba cargada y apuntó hacia el cuerpo caído del escamoso ser.
Amelia se estiró, desentumeciendo los músculos, pero sin perder de vista a Álvaro. Segundos más tarde, éste dejó de apuntar al ser y se dirigió a la puerta, poniendo la oreja en ella.
— Parece que el pasillo está despejado. ¿Estás lista?
[Hala, todo un ejército de de la resistencia convertida en un puñetazo y tentetieso y salir por patas. O sea, que Álvaro la ha llevado allí para luego huir de allí a base de ostias. Está claro, Álvaro es Chuck Norris.]
[Llevo una semana laboral dura de narices. Así que tendréis que disculparme si escribo alguna barbaridad. Este fragmento intentaré ser comedido.]
Álvaro entreabrió la puerta y se asomó al pasillo. La luz era tenue, las paredes grises y el único sonido que se oía era un molesto e ininterrumpido zumbido que debía de proceder de algún generador o algún otro tipo de maquinaria. Le hizo una señal a Amelia, y esta le siguió.
Una vez fuera avanzaron en fila, siempre pegados a la pared, buscando los lugares más oscuros. Amelia se sorprendió al no ver cámaras de seguridad. Por ello casi descartaba que se encontraran en las instalaciones centrales. Además, aquel sótano tenía una disposición casi laberíntica.
Pero Álvaro parecía conocer el camino, aunque avanzaba muy lentamente, poco a poco. Hasta que, al final de una esquina, encontraron una puerta custodiada por un militar de aspecto humano. Amelia guardó silencio y se quedó detrás de su compañero. Dejó que fuera Álvaro quien siguiera protagonizando la fuga.
Éste se guardó la pistola detrás y salió de la esquina, caminando tranquilamente. Comenzó a hablar al militar, en un idioma totalmente extraño, con sonidos guturales que, desde luego, Amelia no había oído jamás. El militar respondió en la misma lengua y sacó una llave y abrió la puerta que custodiaba. Entonces Álvaro, por detrás, le hizo una luxación en cuello y brazo derecho que le dejó sin respiración. En menos de treinta segundos, el militar cayó incosnciente y Álvaro lo dejó caer al suelo suavemente.
Cuando ambos salían por la puerta, se oyeron unos gritos por el pasillo. El primer inconsciente de Álvaro acababa de despertar. Una alarma acústica muy molesta comenzó a resonar por aquellos grises pasillos.
[Hombre, no le llames inconsciente, cómo te pasas con el pobre Álvaro...]
[Creo que ya llega el momento de ir metiendo el perrito bomba.]
Al cruzar la puerta, se encontraron en la parte trasera del edificio.
Fueron hacia el coche. Mientras corrían, Álvaro percibió el movimiento de dos hombres lagarto por la retaguardia. Se giró, les disparó resolutivamente y tras dos certeros impactos, éstos cayeron al suelo. Y siguió corriendo. Amelia estaba muy extrañada: aquél no parecía ser el Álvaro que ella conocía. Por una vez, ella no llevaba las riendas de la acción, y sólo le quedaba dejarse llevar.
Llegaron al coche, y se dispusieron a huir.

Dentro del edificio, el líder se recuperaba con ayuda de los suyos.
— ¡Álvaro se ha llevado a la chica y han salido huyendo por la puerta de atrás! —dijo uno de los suyos, exaltado.
— No hace falta que los sigáis, sabemos adónde van —dijo el líder, desde el suelo.
— Pero...
— Si ahora Amelia no confía en Álvaro, es que no es humana...
Se quedaron todos sorprendidos. El jefe esbozó una media sonrisa.
— Este chico, Álvaro. Es bueno, ¿eh?

No sé qué nos deparará el destino pero sé lo que tengo que escribir. Lo veo claro.
La luna brillaba incansable en el horizonte mientras la nave estelar real de los Ursakis, los que Amelia conocía como los hombres lagarto, cruzaba el cielo lentamente.
El rey de los Ursakis, Ometh, regía desde su salón, compuesto por vísceras de animales, a sus congéneres. Observaba la ciudad sobre la que volaban tranquilamente, sin que los humanos pudieran tan siquiera notarlos. La nave de la realeza disponía de un sistema de invisibilidad y una elevada tecnología que hacía que los rádares humanos no pudieran detectarlos. Aún así los pilotos preferían no elevar la velocidad ya que la fuerza que hacía falta para mover la nave podría destruir facilmente la ciudad sobre la que se encontraban.
Ometh profirió un sonido gutural y todos sus lacayos se postraron ante él. Y aquello no era raro pues Ometh rechazaba el diálogo sobre cualquier otra forma de comunicación. Que hablara implicaba que lo que iba a decir era Ley.
* Escuadrón 7, traed a la humana y al traidor. Y conseguid información del grupo de Beregath para proceder a su exterminio. *
[Ni que decir tiene que cuando ponemos * es que estamos hablando en Ursakis. xDDDDD]
[Te has quedado ancho, ¿eh?]

El coche, conducido por Álvaro, se dirigía hacia el norte, por lo que Amelia dedujo que no iban a coger la autopista. Y aunque habían salido a toda prisa, una vez avanzadas unas pocas manzanas, una vez hechos unos pocos giros, redujo la velocidad, aunque no sabía si era para no llamar la atención o porque había comprobado que no les seguían.
Le miró atentamente. No parecía asustado, ni nervioso. Tampoco sonreía.
— ¿Y bien? ¿Me vas a contar de una vez qué ocurre?
— Comprendo que todo esto te parece muy extraño...
— ¿Extraño? —El tono de Amelia reflejaba claramente su enfado—. Me encomiendan una misión ridícula, me obligan a tener un compañero, el que fue mi último compañero me echa de la carretera, disparan a mi nuevo compañero, tengo que volar por los aires mi tapadera, literalmente, atrapo a mi antiguo compañero y nuevo enemigo con la ayuda de mi ya no tan herido nuevo compañero, cuando estoy interrogando a mi antiguo compañero mi nuevo compañero me droga y me entrega a una raza de extraterrestres, para nada más despertar sacarme de allí... No es extraño, es lo que hago todos los días...
Ahora sí que Álvaro sonreía.
— Sí, comprendo que debes estar hecha un lío, pero no soy la persona más indicada para aclararte nada.
Detuvo el coche y aparcó. Amelia vio que se habían parado frente a un edificio de más de veinte plantas, con cristales negros.
— Aquí tendrás tus respuestas. Y tendrás que tomar unas cuantas decisiones...
[Esto se está convirtiendo en una road movie... o en una road to hell movie].
[¿Que esto se está convirtiendo en lo qué? ¿O en lo qué? Perdona mi incultancia, pero no sé de qué estás hablando...]

[Esto más bien es una terror movie... Bueno, lo prometido es deuda. Ahí van unas cuantas respuestas. Pero no todas, que si no esto perdería la gracia.]

— Dime, ¿cómo voy a confiar en ti? —decía Amelia—. ¿Me secuestras y luego me ayudas a escapar de los hombres lagarto? ¿Cómo sé que en realidad no has hecho todo esto para que crea que estás de mi parte? Curiosamente, me secuestraste cuando Augusto estaba a punto de explicarme algo importante.
Estaban en la planta décima del edificio de cristales negros, en un enorme y luminoso despacho de diseño sin apenas muebles. Amelia estaba en pie, mientras Ávaro se había sentado en un sofá que estaba al lado. Se había servido una copa de bourbon y parecía saborearlo.
— Entiendo tus dudas. Lo comprendo. Bueno, quizás sí que pueda darte unas cuantas respuestas, hasta que llegue aquél a quien estamos esperando.
Amelia decidió guardar silencio, a la espera que Álvaro por fin le dijera algo que fuera cierto.
— Bajo esta joven apariencia humana, soy tan lagarto como los que has visto. Somos Ursakis y llegamos aquí hace tanto tiempo como los Astarsis. En realidad, llegamos un poco antes. —Paró para beber un sorbo de su copa—. El motivo por el que te secuestré, es porque era la única manera de desactivar el rastreador que te colocaron cuando empezaste este trabajo. La tecnología Ursakis es extremadamente avanzada, y sólo en esa base tenía el aparato adecuado para desactivar dicho rastreador.
— ¿Entonces los has traicionado, por qué? —preguntó un tanto incrédula.
— Mis motivos son míos y sólo míos. Estabas investigando los asesinatos Astarsis por orden del Consejo. Y estabas empeñada en llegar a la, según tú, madriguera Astarsi. De tener éxito, hubieras llevado a los Ursakis hasta ellos.
— ¿Por qué ese interés por los Astarsis?
— Porque ellos son lo único que se interpone entre mi raza y los humanos. Los Astarsis son los únicos que pueden acabar con los míos. Los únicos que pueden impedir que os conquisten y os conviertan en comida.
— ¿Entonces el Consejo está del lado de los Ursakis? —seguía preguntando Amelia.
— Eso aún no lo he averiguado. Ni tampoco sé para quién trabaja realmente tu amigo Augusto.
— Augusto trabaja para la CIA. Eso lo sé.
— ¿Y para quién trabaja realmente esa división de la CIA? ¿Lo sabes con seguridad? Debes entender que los Ursakis llevamos más de sesenta años en la Tierra. Nos ha dado tiempo de infiltrarnos en vuestra sociedad a todos los niveles, y de conseguir poderosos aliados humanos que creen que serán unos privilegiados en el nuevo régimen.
— ¿Y tú para quién trabajas? ¿Ante quién respondes realmente?
Álvaro giró la cabeza hacia la puerta, al tiempo que esta se abría, y una persona hizo su entrada.

Capítulo Cuatro (X)

Álvaro dejó la taza sobre una mesa y se agachó al lado de Amelia. Después la cogió en brazos y la depositó con suavidad sobre un sofá cercano. Ya casi no sentía dolor en la pierna, la herida de costado estaba tardando un poco más en regenerarse. Pero se empezaba a acostumbrar al dolor. Y a otras sensaciones.
Se la quedó mirando, le apartó el pelo de la cara. Recorrió con el dedo una de las cicatrices que le cruzaban el rostro. Un ruido a su espalda le sacó del ensimismamiento.
Augusto forcejeaba con sus ligaduras. Inútilmente. Delante de Amelia se había mostrado fuerte y seguro de sí mismo; estando ahora a solas con Álvaro, se mostraba como un niño asustado, a punto de llorar. Pero no se iba a dejar engañar, no era la primera vez que trataba con ese hombre, aunque este no lo recordara.
— ¿Qué vas a hacer conmigo? —dijo Augusto con voz entrecortada.
Álvaro se sentó en la silla en la que había estado sentada Amelia y se lo quedó mirando un buen rato, viendo cómo se movía inquieto, sin apartar la vista de sus ojos. Después se levantó, sin decir una palabra, y salió de la casa.
Augusto dejó de temblar y calculó sus opciones. No tenía ninguna. Ya había avisado a su equipo, aunque sabía que le habían quitado su localizador, por lo que no le encontrarían con facilidad. Quizás cuando lo hicieran ya estaría muerto.
Álvaro entró de nuevo en la casa, portando un pequeño maletín, que depositó sobre la mesa, al lado de la taza.
— ¿Qué es eso? —preguntó Augusto sin dejar de mirar el maletín.
Álvaro recogió a Amelia del sofá y se dirigió a la puerta.
— Un regalo —dijo antes de salir—. Ya sabes qué tienes que hacer con él, o por lo menos qué crees que tienes que hacer. Los tuyos no tardarán en llegar, así que no hagas ninguna estupidez.
Y salió de la casa. Augusto no tardó mucho en oír alejarse un coche.

[Aquí se mueven maletines, se ve que es la última jornada de liga y se juegan el descenso.]