08 octubre 2011

Capítulo Siete (V)

El superviviente Astarsis se desplazaba lentamente, por lo que Ometh envió a una nave para controlar los movimientos del Astarsis, y dio orden de volver con la nave principal a su refugio.
Ometh se reunió en uno de los habitáculos de dicha nave con sus tres consejeros principales. En la mesa estaban sentados, junto a planos e innumerables papeles los hombres de confianza de Ometh.
El Consejero de Operaciones, Bron, con una larga carrera iniciada como militar en las Fuerzas Armadas, donde ostentó el grado de Coronel antes de dedicarse en cuerpo y alma a la causa Ursakis. En la operación del ataque al Consejo, Bron fue responsable de la logística, la dirección y los detalles prácticos.
El Consejero Técnico, Algarnaac, había conducido los desarrollos tecnológicos Ursakis durante los últimos 15 años.
El Consejero Económico, SolÞik, con enciclopédicos conocimientos socioeconómicos e importantes conexiones en los círculos académicos y financieros, habiendo publicado varios libros de economía y siendo relativamente conocido en la sociedad por promover ideas económicamente sociales bajo el seudónimo de Pedro Soldevilla.
Los tres lugartenientes formaban el brazo ejecutor de las ideas megalómanas que Ometh había inculcado en su especie.

06 octubre 2011

Capítulo Siete (IV)

[*Marcha del Imperio Estelar* Como diría David esto es demaisado]
Ometh observó el terreno calcinado desde la nave, en la distancia, y al Astarsis que devoraba a su congénere.
*Señor, uno ha escapado.*
El Rey de los Ursakis giró en su trono, con los ojos frios y señaló al Astarsis que se alejaba.
*Entendido.* Respondió con un mensaje siseante el comandante en el cuadro de mandos mientras viraba la dirección.
La nave siguió en silencio al Astarsis, que caminaba con las máximas coberturas posibles. Miraba al cielo una y otra vez pero ningún ser era capaz de vislumbrar la nave tras los numerosos camuflajes bajo los que se encontraba.
Ometh supo que aquel individuo les llevaría hasta Beregath, y así aniquilaría al último reducto Astarsis y de rebeldes Ursakis en la Tierra. Tras esto, nada se interpondría en su plan y todas las materias primas y el planeta pasarían a ser controladas por el mismo Ometh.
El Astarsis cruzó un bosque frondoso. Ya estaba alejado de la ciudad donde un hervidero de luces y sonidos se presagiaba tras la desastrosa calcinación de uno de los edificios de la ciudad.
*¡Qué estúpidos animales!* Pensó Ometh mientras intentaba presagiar en como debería saber la carne humana...
[¿Vamos a tener que poner asteriscos cada vez que hable un fardacho interestelar de estos? ¡Me niego!]

05 octubre 2011

Capítulo Siete (III)

[Definitivamente los llamaremos Astarsiterminators...]
[Un nombre afortunado donde los haya.]
Algo se movió bajo unos escombros. El ser no se extrañó y se acercó lentamente, ya que estaba terriblemente debilitado. Movió una losa como pudo, luego empujó un trozo de hormigón, y creó un hueco por el que pudo ver el rostro de otro Astarsi. Al instante notó que estaba agonizando.
Creía que había sido el único superviviente de los tres Astarsis que estaban en aquella misma sala. Habían tardado demaisado en comprender que aquella reunión había sido una trampa. En los instanstes previos al ataque los tres Astarsis se habían mirado y habían entendido su error, y que si morían los tres allí, el resto estarían condenados.
Así que, en décimas de segundo, eligieron quién de los tres saldría de allí con vida: el de mayor rango, el más antiguo; ese tipo de decisión estaba escrito en su código genético. Por ello los otros dos se habían concentrado y habían traspasado toda su energía al elegido. Utilizando esa habilidad la piel de un Astarsi se endurecía temporalmente, aislando y protegiendo sus órganos de los proyectiles y las temperaturas extremas. Ellos lo conocían como la piel diamantina.
Estaba claro que el Astarsi agonizante no se había atrevido a utilizar toda su energía, que le había podido el temor. Y que, consciente o inconscientemente, no tan sólo no había enviado toda su energía al elegido, sino que había absorbido parte del otro Astarsi, y por ello había sobrevivido a pesar de las heridas. Eso significaba que era un Astarsi débil, que no merecía vivir.
El agonizante no dijo nada, no podía hablar. Sus ojos estaban calcinados, no veían nada. Sólo intentaba mover las extremidades atrapadas entre los escombros. Pero el superviviente no sintió ninguna compasión. Su miedo casi le había costado la vida a él. Y si todos los Astarsis hubieran muerto en aquella sala, ¿quién se habría encargado de movilizar a los que están repartidos por el resto del planeta?
El superviviente alzó sus garras y las hundió en la cara del cobarde, acabando así con su agonía. Luego, como debía recuperar fuerzas, lo devoró sin dejar ningún rastro del mismo. Por los restos de su otro compañero no debía preocuparse, si había liberado toda su energía antes de morir, su cuerpo se habría convertido en cenizas.
Por último abandonó el lugar. Los Ursakis debían morir, y él sabía cómo.
[Sí, pero nosotros no.]

Capítulo Siete (II)

Unos dedos surgieron de entre las cenizas, moviéndose lentamente, como si su fuerza estuviera volviendo poco a poco a los músculos. No eran unos dedos normales. Solo había cuatro en cada mano, eran largos, con uñas oscuras y afiladas que podían matar a un humano de un solo golpe, como el zarpazo de un oso.
Siguió el resto del brazo de un ser que no parecía de este mundo. Con más de dos metros de estatura, fibroso y atlético, su piel tampoco era normal: brillante y gruesa, recordaba a la de las salamandras por su color negro y amarillo dibujando ondas a lo largo de todo su cuerpo.
Un líquido amarillento brotaba de una herida en la frente. Se pasó una mano por los ojos negros, grandes y ovalados, que ocupaban gran parte de su extraño rostro. Aún estaba algo aturdido, pero eso no le impidió apartar bruscamente los escombros y ponerse en pie. Lleno de una furia creciente, contempló la desolación a su alrededor. Sus años de infiltración le habían enseñado que los humanos eran terriblemente lentos y estúpidos… Aún no eran conscientes del inmenso poder destructor de los Ursakis, no sabían quién era el verdadero enemigo. La cuenta atrás había comenzado, y el tiempo se acababa. La nueva generación estaba lista, pero se hallaban dispersos y ni siquiera ellos sabían lo que eran capaces de hacer. Era hora de movilizar a los Astarsis.
Cuando estaba a punto de abandonar las ruinas en las que se había convertido el Consejo, un ruido a sus espaldas le hizo volver la cabeza.
[Negro y amarillo dibujando ondas, cuatro dedos... ¡Es la abeja de Los Simpsons! ¡Ay chihuahua!]

04 octubre 2011

Capítulo Siete (I)

El último miembro del Consejo entró en la sala, que como era costumbre estaba iluminada solo parcialmente, con un foco encima de cada asiento. Después de las disculpas proferidas por la persona que llegaba tarde y de las miradas de desaprobación de los que llevaban más de media hora esperando, comenzó la asamblea.
— Miembros del Consejo —El que hablaba era el presidente, la persona de más edad—, estimados colegas, hemos sido convocados a esta reunión extraordinaria y en su totalidad nos presentamos. Así que, dados los recientes acontecimientos, si no hay objeciones comenzaría de inmediato la reunión.
Por supuesto no hubo objeciones, solo algún murmullo que el presidente ignoró por completo.
— En primer lugar, instaría al miembro que nos ha convocado a que expresara el motivo de la urgencia.
Pasó la mirada por todos los miembros, pero ninguno de ellos parecía dispuesto a tomar la palabra.
— Señores —En su voz se notaba crecer la irritación—, nuestro tiempo es demasiado preciado como para perderlo.
Desconcertados, se sucedieron las miradas acusadoras entre todos.
De repente, el suelo comenzó a temblar, y las miradas de desconcierto se tornaron en miradas de comprensión y temor. La vibración se intensificó. Algunos de los miembros se levantaron rápidamente, volcando sus sillas y dirigiéndose a toda prisa a la salida más cercana. Sin embargo ninguno llegó a tocar el pomo de ninguna puerta.
Parte del techo cedió, dejando entrar un chorro de luz que inundó la sala, dejando por un momento cegados a los presentes, e inmediatamente después calcinados.

La nave de los Ursakis, invisible y silenciosa, se alejó de la zona sin prisa.
[Qué ganas tenía de hacer algo así... :P]
[Me parece bien. Ya vale de añadir tanto personaje, habrá que eliminar alguno... y si son varios de golpe, ¡mucho mejor!]

Capítulo Siete

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El último miembro del Consejo entró en la sala, que como era costumbre estaba iluminada solo parcialmente, con un foco encima de cada asiento. Después de las disculpas proferidas por la persona que llegaba tarde y de las miradas de desaprobación de los que llevaban más de media hora esperando, comenzó la asamblea.
— Miembros del Consejo —El que hablaba era el presidente, la persona de más edad—, estimados colegas, hemos sido convocados a esta reunión extraordinaria y en su totalidad nos presentamos. Así que, dados los recientes acontecimientos, si no hay objeciones comenzaría de inmediato la reunión.
Por supuesto no hubo objeciones, solo algún murmullo que el presidente ignoró por completo.
— En primer lugar, instaría al miembro que nos ha convocado a que expresara el motivo de la urgencia.
Pasó la mirada por todos los miembros, pero ninguno de ellos parecía dispuesto a tomar la palabra.
— Señores —En su voz se notaba crecer la irritación—, nuestro tiempo es demasiado preciado como para perderlo.
Desconcertados, se sucedieron las miradas acusadoras entre todos.
De repente, el suelo comenzó a temblar, y las miradas de desconcierto se tornaron en miradas de comprensión y temor. La vibración se intensificó. Algunos de los miembros se levantaron rápidamente, volcando sus sillas y dirigiéndose a toda prisa a la salida más cercana. Sin embargo ninguno llegó a tocar el pomo de ninguna puerta.
Parte del techo cedió, dejando entrar un chorro de luz que inundó la sala, dejando por un momento cegados a los presentes, e inmediatamente después calcinados.

La nave de los Ursakis, invisible y silenciosa, se alejó de la zona sin prisa.
[Qué ganas tenía de hacer algo así... :P]
[Me parece bien. Ya vale de añadir tanto personaje, habrá que eliminar alguno... y si son varios de golpe, ¡mucho mejor!]

Unos dedos surgieron de entre las cenizas, moviéndose lentamente, como si su fuerza estuviera volviendo poco a poco a los músculos. No eran unos dedos normales. Solo había cuatro en cada mano, eran largos, con uñas oscuras y afiladas que podían matar a un humano de un solo golpe, como el zarpazo de un oso.
Siguió el resto del brazo de un ser que no parecía de este mundo. Con más de dos metros de estatura, fibroso y atlético, su piel tampoco era normal: brillante y gruesa, recordaba a la de las salamandras por su color negro y amarillo dibujando ondas a lo largo de todo su cuerpo.
Un líquido amarillento brotaba de una herida en la frente. Se pasó una mano por los ojos negros, grandes y ovalados, que ocupaban gran parte de su extraño rostro. Aún estaba algo aturdido, pero eso no le impidió apartar bruscamente los escombros y ponerse en pie. Lleno de una furia creciente, contempló la desolación a su alrededor. Sus años de infiltración le habían enseñado que los humanos eran terriblemente lentos y estúpidos… Aún no eran conscientes del inmenso poder destructor de los Ursakis, no sabían quién era el verdadero enemigo. La cuenta atrás había comenzado, y el tiempo se acababa. La nueva generación estaba lista, pero se hallaban dispersos y ni siquiera ellos sabían lo que eran capaces de hacer. Era hora de movilizar a los Astarsis.
Cuando estaba a punto de abandonar las ruinas en las que se había convertido el Consejo, un ruido a sus espaldas le hizo volver la cabeza.
[Negro y amarillo dibujando ondas, cuatro dedos... ¡Es la abeja de Los Simpsons! ¡Ay chihuahua!]
[Definitivamente los llamaremos Astarsiterminators...]
[Un nombre afortunado donde los haya.]
Algo se movió bajo unos escombros. El ser no se extrañó y se acercó lentamente, ya que estaba terriblemente debilitado. Movió una losa como pudo, luego empujó un trozo de hormigón, y creó un hueco por el que pudo ver el rostro de otro Astarsi. Al instante notó que estaba agonizando.
Creía que había sido el único superviviente de los tres Astarsis que estaban en aquella misma sala. Habían tardado demaisado en comprender que aquella reunión había sido una trampa. En los instanstes previos al ataque los tres Astarsis se habían mirado y habían entendido su error, y que si morían los tres allí, el resto estarían condenados.
Así que, en décimas de segundo, eligieron quién de los tres saldría de allí con vida: el de mayor rango, el más antiguo; ese tipo de decisión estaba escrito en su código genético. Por ello los otros dos se habían concentrado y habían traspasado toda su energía al elegido. Utilizando esa habilidad la piel de un Astarsi se endurecía temporalmente, aislando y protegiendo sus órganos de los proyectiles y las temperaturas extremas. Ellos lo conocían como la piel diamantina.
Estaba claro que el Astarsi agonizante no se había atrevido a utilizar toda su energía, que le había podido el temor. Y que, consciente o inconscientemente, no tan sólo no había enviado toda su energía al elegido, sino que había absorbido parte del otro Astarsi, y por ello había sobrevivido a pesar de las heridas. Eso significaba que era un Astarsi débil, que no merecía vivir.
El agonizante no dijo nada, no podía hablar. Sus ojos estaban calcinados, no veían nada. Sólo intentaba mover las extremidades atrapadas entre los escombros. Pero el superviviente no sintió ninguna compasión. Su miedo casi le había costado la vida a él. Y si todos los Astarsis hubieran muerto en aquella sala, ¿quién se habría encargado de movilizar a los que están repartidos por el resto del planeta?
El superviviente alzó sus garras y las hundió en la cara del cobarde, acabando así con su agonía. Luego, como debía recuperar fuerzas, lo devoró sin dejar ningún rastro del mismo. Por los restos de su otro compañero no debía preocuparse, si había liberado toda su energía antes de morir, su cuerpo se habría convertido en cenizas.
Por último abandonó el lugar. Los Ursakis debían morir, y él sabía cómo.
[Sí, pero nosotros no.]
[*Marcha del Imperio Estelar* Como diría David esto es demaisado]
Ometh observó el terreno calcinado desde la nave, en la distancia, y al Astarsis que devoraba a su congénere.
*Señor, uno ha escapado.*
El Rey de los Ursakis giró en su trono, con los ojos frios y señaló al Astarsis que se alejaba.
*Entendido.* Respondió con un mensaje siseante el comandante en el cuadro de mandos mientras viraba la dirección.
La nave siguió en silencio al Astarsis, que caminaba con las máximas coberturas posibles. Miraba al cielo una y otra vez pero ningún ser era capaz de vislumbrar la nave tras los numerosos camuflajes bajo los que se encontraba.
Ometh supo que aquel individuo les llevaría hasta Beregath, y así aniquilaría al último reducto Astarsis y de rebeldes Ursakis en la Tierra. Tras esto, nada se interpondría en su plan y todas las materias primas y el planeta pasarían a ser controladas por el mismo Ometh.
El Astarsis cruzó un bosque frondoso. Ya estaba alejado de la ciudad donde un hervidero de luces y sonidos se presagiaba tras la desastrosa calcinación de uno de los edificios de la ciudad.
*¡Qué estúpidos animales!* Pensó Ometh mientras intentaba presagiar en como debería saber la carne humana...
[¿Vamos a tener que poner asteriscos cada vez que hable un fardacho interestelar de estos? ¡Me niego!]
El superviviente Astarsis se desplazaba lentamente, por lo que Ometh envió a una nave para controlar los movimientos del Astarsis, y dio orden de volver con la nave principal a su refugio.
Ometh se reunió en uno de los habitáculos de dicha nave con sus tres consejeros principales. En la mesa estaban sentados, junto a planos e innumerables papeles los hombres de confianza de Ometh.
El Consejero de Operaciones, Bron, con una larga carrera iniciada como militar en las Fuerzas Armadas, donde ostentó el grado de Coronel antes de dedicarse en cuerpo y alma a la causa Ursakis. En la operación del ataque al Consejo, Bron fue responsable de la logística, la dirección y los detalles prácticos.
El Consejero Técnico, Algarnaac, había conducido los desarrollos tecnológicos Ursakis durante los últimos 15 años.
El Consejero Económico, SolÞik, con enciclopédicos conocimientos socioeconómicos e importantes conexiones en los círculos académicos y financieros, habiendo publicado varios libros de economía y siendo relativamente conocido en la sociedad por promover ideas económicamente sociales bajo el seudónimo de Pedro Soldevilla.
Los tres lugartenientes formaban el brazo ejecutor de las ideas megalómanas que Ometh había inculcado en su especie.
El rey de los Ursakis observó con detenimiento a cada uno de los allí presentes. A pesar del éxito que había supuesto la destrucción del Consejo, el mayor obstáculo en sus planes hasta el momento, presentía malas noticias.
Algarnaac no pudo resistir su penetrante mirada.
*¿Qué tienes que comunicarme?*, siseó Ometh.
*Señor, me temo que la fecha prevista para el ataque masivo a la población ha de ser retrasada. Ha desaparecido casi la totalidad del componente activador de la mezcla final y va a llevar un tiempo producirla de nuevo.*
*¿Cómo que ha desaparecido? ¿No ordené que se guardara en condiciones de máxima seguridad?*
*Sí, señor. Así lo hicimos. Creemos que fue sustraído por el traidor Álvaro.*
El puño de Ometh golpeó con tremenda fuerza sobre la mesa.
*¡Ese maldito traidor ya debería estar muerto!*
*Con el debido respeto, discrepo, señor*, intervino el Consejero Bron. * Álvaro nos puede ser aún de mucha ayuda para localizar a los Astarsis supervivientes… y a los híbridos.*
Ometh entrecerró los ojos al comprender que Bron estaba en lo cierto. Debían ocuparse con urgencia de ese asunto. Era un asunto que le ponía de muy mal humor.
*¿Se sabe algo nuevo sobre los híbridos?*
*No, señor. Pero estamos en ello. Es posible que la chica nos conduzca a los demás… creemos que Gonzalo ha contactado con ella y que los está reuniendo de nuevo.*
Ometh apretó los dientes al oír ese nombre. Lo odiaba profundamente. Él era el responsable de gran parte de los problemas con los que se enfrentaban, y el causante de que hubiera tenido que prescindir del antiguo Consejero Técnico años atrás. El Consejero había sido incapaz de prever la traición de Gonzalo, quien había diseñado los primeros experimentos. Al principio solo se trataba de crear una raza más dócil, pero en algún momento Gonzalo había decidido seguir su propio camino y utilizar a los individuos resultantes para su propio fin. Durante años Ometh había intentado acabar con él, pero siempre se le había escapado entre los dedos. La chica había sido fácil de controlar, pues era la única de los especímenes marcados que no había sido exterminada. Pero los demás solo podían ser detectados por análisis genético, y eso no era nada fácil. No estaba seguro de hasta qué punto eran peligrosos, pero debían destruirlos a todos… cuanto antes.
*Bron, ocúpate personalmente de Gonzalo*, ordenó a su Consejero de Operaciones. Luego, dirigió una mirada amenazante a su Consejero Técnico. *No quiero más errores, Algarnaac. O tu destino será el mismo que el de tu predecesor. No diré más.*
El Astarsi superviviente llegó a su destino. La zona de los muelles siempre había sido su lugar preferido de la ciudad. Allí, se había establecido un lugar de reunión Astarsi, aunque hacía años que estaba en desuso. Sabía perfectamente que los Ursakis le estaban siguiendo y que debía deshacerse de ellos antes de contactar con sus congéneres, o los condenaría a todos a correr la misma suerte que el Consejo.
Utilizaba las sombras para avanzar, evitando cualquier mirada indiscreta. Llevaba tantos años utilizando la apariencia humana que tuvo que reconocerse a sí mismo que le faltaba práctica. Pero para un Astarsi, ser sigiloso es algo innato, así que no tardó mucho en moverse como lo harían las mismas sombras, en el más absoluto silencio.
En la parte más antigua del muelle, encontró el lugar de reunión. Se trataba de un carguero oxidado de nombre "Encuentro". Llevaba décadas atrapado entre otros barcos abandonados, que deberían haber sido desmantelados hacía mucho, pero que por diferente motivos se habían quedado en aquel cementerio marino.
Entró al carguero y se dirigió al Puente de Mando, donde encendió la radio. Aún funcionaba gracias a un generador alienígena que se mantenía activo en algún lugar del barco. Habló en idioma Astarsi y esperó respuesta, que tardó apenas cinco minutos en llegar.
— Aquí contacto de la resistencia, adelante.
— Aquí Astarsi. Soy Shillozhu, el Consejo ha sido exterminado.
— Eso son malas noticias —respondió la voz.
— Como máximo dirigente Astarsi del planeta Tierra, solicito audiencia con la resistencia humana. Ha llegado la hora de hacer un pacto.
— Por supuesto. Gonzalo estará encantado de reunirse con usted —contestó la voz visiblemente animada.
— Resistencia humana... —repitió Shillozhu en voz baja—. No creas que no he reconocido tu voz, traidor Ursaki. Álvaro, aún tenemos cosas pendientes.
— Claro, cuando nos veamos.
La comunicación se cortó. El Astarsi desconectó la radio y la inutilizó. Luego bajó hasta la zona de carga; sabía que un equipo Ursaki no tardaría mucho en llegar. Abrió un contenedor cerrado y allí encontró una bomba, la cual activó. Posteriormente abrió una escotilla, la selló, la inundó, y salió al agua.
Allí, en el líquido elemento original, durante unos segundos se sintió libre, sin atadura, sin obligaciones.
Cuando se alejaba del barco buceando, ausente a toda interminable guerra, el barco explotó. El equipo de asalto Ursaki estaba muerto.

[¿Hemos vuelto? No lo sé, quizás. Pero mientras lo decidimos, aquí va esto.]
Tres furgonetas grises, y una blanco oscuro, se presentaron en el muelle seis minutos, diecinueve segundos y trecientas setenta y cuatro milésimas de segundo después de la explosión, aproximadamente. Antes no era, eso seguro. De las tres furgonetas grises se bajaron varios equipos, como unos tres, de reconocimiento y recogida de pruebas, que sin perder el tiempo comenzaron su trabajo de, sí, de reconocimiento de la zona y de recogida de pruebas en la zona. De la furgoneta de color blanco oscuro se bajaron tres payasos. Fue un momento tenso.
Todos los agentes se giraron a mirarlos y se quedaron parados en su sitio. Se oyeron unas toses.
- ¡Estoooo, ¿no se celebra aquí una fiesta de cumpleaños?! -le gritó uno de los payasos al agente que tenía más cerca. Le gritó porque era sordo. El payaso. Afortunadamente el agente también, y le vino bien que le gritara. Aún así no le contestó.
- Tío, tío, tío -le dijo al primer payaso uno de los otros, al parecer su sobrino-, me da que nos hemos equivocado de sitio.
- ¡¿Estás seguro?! -le replicó sarcásticamente y a grito pelado el primero-. ¡¿En qué lo has notado?!
- En que no hay globos.
Por su parte los agentes se mantenían en sus puestos. Eran equipos de reconocimiento y recogida de pruebas, no habían pensado que fueran a necesitar equipos de desalojo de payasos y no había ido ninguno. Inseguros sobre el procedimiento a seguir, esperaron. Uno de los payasos, el que aún no había dicho nada, siguió sin decir nada. Pero metió la mano en un bolsillo.
Todos los agentes, menos uno que estaba jugando con el móvil, sacaron rápidamente sus armas y apuntaron con ellas a los payasos. El que no había dicho nada, que seguía sin decir nada, sacó lentamente la mano del bolsillo, pero no la sacó vacía. En ella llevaba un instrumento en parte metálico, con el que también lentamente apuntó a los agentes. Pulsó un extremo de ese instrumento y sonó un fuerte bocinazo. Faltó poco para que los acribillaran.
El payaso sordo, después del sobresalto, se giró, se quitó uno de los zapatones y comentó a arrearle en la cabeza con él mientras lo empujaba hacia la furgoneta de color negro claro. Perdón, blanco oscuro. A veces los confundo.
- ¡Tira, tira, anda! -le gritó entre zapatazo y zapatazo-. ¡Eso me pasa por hacerle caso a mi mujer! -Se subieron los payasos y arrancaron la furgoneta-. ¡"Llevate a mi hermano, que se aburre". ¿Quién me manda hacerle caso a la muy...?! -Su voz se fue perdiendo mientras se alejaban de los muelles.
[Como no recordaba exactamente qué habíamos escrito (solo me he leído la última aportación de David), ni a quién le tocaba, he continuado yo y como me ha parecido. Y es lo que pienso hacer a partir de ahora.]
Uno de los agentes del equipo de reconocimiento y recogida de pruebas, el más alto, que parecía ser el jefe, hizo una señal a los demás para que guardaran sus armas. El peligro había pasado. Dando un suspiro, se dio la vuelta y al pasar al lado del agente que seguía jugando con el móvil, intentó reprimir el deseo de darle una colleja. Pero no lo consiguió.
— ¡Auuh! —gritó su subordinado, mientras el móvil parecía querer írsele de las manos. Acto seguido se frotó la parte de la cabeza que su compañero le había golpeado.
Otro, aún bajo los efectos de la ansiedad que le había producido la inquietante amenaza de un grupo de payasos armados con una bocina, sacó un cigarrillo y lo encendió. Pero a la primera calada los ojos se le inyectaron en sangre y la cara se le empezó a hinchar.
El agente de mayor estatura se plantó frente a él y esperó hasta que observó los primeros síntomas de asfixia. Entonces le arrancó el cigarrillo de la boca y lo tiró a la acera.
— ¿Pero es que no sabes que nosotros no podemos fumar?
Cuando el otro se recuperó de las toses y el color normal (es decir, algo grisáceo), retornó a su piel, contestó:
— Pero... a mí me dijeron que teníamos que imitar en todo a los humanos.
— Sí, claro, ¿y si los humanos se tiran por un puente, tú también te vas a tirar?
— Bueno...
En ese momento la sintonía de "El Equipo A" comenzó a sonar, y todos miraron alrededor preguntándose de dónde provenía.
El agente al que había propinado la colleja se acercó hasta él, ruborizado hasta las orejas, y mientras la sintonía no dejaba de sonar, le extendió el móvil.
— Es el jefe —dijo, con una tímida sonrisa.
[Quería probarme a mí misma que era capaz de escribir como Mike... Lo sé, no estoy a la altura. Pero seguiré intentándolo.]
[Si me vas a usar a mí como modelo a seguir lo llevas claro, muñeca, puedes acabar tan desquiciado como yo. ;-)]
[Se os ha ido cantidubidudida... ¿no?]
La voz de Gonzalo sonó a través del teléfono móvil. Era una voz tranquila, casi inexpresiva. Era uno de los líderes de los Astarsis y debía mantener la calma en todo momento. No debía dejar que las emociones que en aquel momento le embriagaban alteraran sus decisiones. Por eso cuando pidió la información a su agente contestó con tono seco. Quería saber si algún líder Ursakis había muerto en la explosión del barco. El agente le comentó que no se habían encontrado restos de nada más que escoria interplanetaria. Como siempre, los hombres de Ometh habían escapado en el último momento a la catástrofe. A Gonzalo le dio igual. Cuando colgó sabía que la guerra acabaría cuando Amelia fuera atrapada por los Ursakis. Entonces se desataría el infierno sobre aquella raza opresora y fascista. De un plumazo se libraría de Ometh y de los suyos, para el bien de los Astarsis y de toda la Galaxia. Por desgracia, los humanos no sobrevivirían. Les había cogido cariño. Pero poco.
[Fín de este cap. Supongo.]
[El capítulo no acaba hasta que no empieza otro :P]
De repente, notó cómo la habitación empezaba a inclinarse hacia la derecha. Instintivamente se agarró a su escritorio, pero este parecía estar de acuerdo con el resto de su despacho y también se inclinaba hacia el mismo lado. La vista se le comenzó a nublar, pero aún le dio tiempo a enfocar su vaso de whisky, medio lleno (la esperanza es lo último que se pierde). Maldijo su error de novato mientras caía, pero las palabras no llegaron a salir de su boca. Finalmente su cabeza golpeó el suelo, pero ya no lo sintió (aunque le iba a quedar un buen chichón).
De haber estado consciente habría visto abrirse la puerta, lentamente, y cómo alguien entraba en su despacho. De haber estado consciente se habría extrañado de que su secretaria, por no decir el personal de seguridad que vigilaba a través de las cámaras estratégicamente colocadas y ocultas, hubiera permitido a nadie atravesar su puerta sin permiso sin dar la alarma. De haber estado consciente habría reconocido al intruso, el cual se agachó a su lado y le miró atentamente varios segundos, como si estuviera tomando una decisión.
El intruso alargó su mano y comprobó el pulso de Gonzalo palpando con sus dedos índice y corazón la piel del cuello. Hizo un gesto de repugnancia al notar el tacto frío del viejo. Luego, levantó con cuidado sus párpados y comprobó que las pupilas estaban bien dilatadas, un gran círculo negro en el centro de sus ojos que le daban un aspecto... extraño.
Después, con parsimonia, abrió el maletín que había dejado encima de la mesa. Sacó la pistola de inyección y la dejó lista para ser cargada. Se puso unos guantes de látex y observó los viales dispuestos ordenadamente en la espuma gris que forraba el interior del maletín. Había un hueco vacío. Álvaro se había olvidado mencionar este detalle... trataría de sacarle la verdad a golpes la próxima vez que le viera. Mientras tanto, no importaba. Al menos tenía lo que quería. Los viales estaban marcados con unas letras que parecían hebreas o tal vez griegas... y el color del líquido que contenían era distinto en cada uno. Cogió el que estaba más a la derecha, de color púrpura, lo agitó, lo miró al trasluz, y lo colocó boca abajo en la pistola. Localizó el punto que le interesaba en el cuello de Gonzalo y apoyó con fuerza el cañón. Sabía que iba a ser doloroso. Muy doloroso. Por eso había tenido que sedarle... bueno, por eso, y porque jamás le habría permitido acercarse a él con un arma en la mano, aunque no fuera letal.
El cuerpo de Gonzalo dio un salto cuando apretó el gatillo. Se aseguró de que toda la dosis entrase sin problemas, retiró el vial vacío y devolvió la pistola a su sitio. Augusto se permitió a sí mismo sonreír por primera vez. La primera parte de su misión estaba cumplida.
[Me encanta cuando todas las piezas encajan (vale, casi todas)... Ni que lo hubieras hecho a posta, Mike.]

03 octubre 2011

Capítulo Seis (X)

[Aquí hay mucha tela que cortar.]
— ¿Algo que acabaría la guerra? ¿A costa de qué? —respondió Amelia, revisando las imágenes que poblaban las paredes de la estancia.
— Bueno, si falláis, será a costa de vosotros, y la guerra continuará.
— Hay demasiadas facciones, demasiado en juego... tanto que, lo admito, ni yo misma veo todos los hilos que manejan este tinglado. Por lo visto, Gonzalo, tú sí los conoces. Pero me niego a continuar trabajando para ti, ni para nadie, sin saber lo que me espera a mí, o lo que le nos espera a todos.
— Es razonable —dijo Álvaro—. ¿Qué quieres tú? ¿Qué es lo que te gustaría que ocurriera, Amelia? Ten por seguro que serías una pieza importante si conseguimos dar al mundo el vuelco que necesita.
— Por lo visto tú también sabes lo que necesita el mundo. ¿No será lo que necesitas tú? ¿Qué es lo que quieres ? Por un lado, eres un Ursaki. Eso no lo puedes borrar. Y si vosotros estáis tan infiltrados en la sociedad, ¿por qué traicionar a los tuyos para colaborar con los humanos? ¿Qué pasará cuando eliminemos a vuestros enemigos, los Astarsis? ¿Será entonces cuando empecéis con nosotros, los humanos? Mi instinto me dice que debería mataros a la mínima oportunidad.
— Como ves, Álvaro, Amelia tiene un buen instinto —bromeó Gonzalo—. Pero, ¿qué te hace pensar que eres enteramente humana?
[Sí que hay mucho que cortar, sí... Capítulos enteros cortaría yo :P]