25 mayo 2011

Capítulo Cuatro (VII)

[Cada día te pareces más a David, Mike]

[No sé si eso pretende ser un halago hacia mi persona o un insulto para David...]

[Es claramente un halago, sin duda alguna... Silvano, lo que ocurre es que Mike se está leyendo mi novela, claramente se ha dejado influenciar por ella. Dentro de poco comenzará a hacer terribles faltas de ortografía.]

Después Álvaro se giró y mató al hombre de su lado que aún se encontraba aturdido por el golpe anterior.
Amelia supo lo que pasaba y no necesitó mucho más tiempo.
Se colocó detrás de un sorprendido Augusto, sacó la pistola y le encañonó la cabeza. Augusto maldijo por lo bajo y levantó las manos, rendido.
Álvaro propinó una buena patada a la puerta del coche que se abrió con un sonido grave. El cadáver del hombre de seguridad cayó muerto sobre el pavimento.
— Amelia, podemos hablar de esto —comenzó Augusto—. Podemos llegar a un acuerdo.
Amelia le hizo entrar en el coche, vio a Álvaro y el estropicio que había causado con los dos hombres de seguridad de Augusto.
— Buen trabajo —le susurró Amelia mientras le liberaba de sus ataduras—. Ahora, arranca el coche.
Álvaro asintió, saltó al asiento delantero desplazando el cadáver al asiento del copiloto y arrancó el coche.
Amelia miraba a Augusto, sonriente.
— Así que sí que has venido sola —corroboró Augusto—. Siempre has sido muy imprudente.
— La última vez que vine con un compañero me traicionó.
— No esperes una disculpa. Hice lo que tenía que hacer.
— Entonces entenderás esto.
Amelia golpeó a Augusto en la cabeza y el hombre perdió el sentido.

Capítulo Cuatro (VI)

Se despertó, pero no abrió los ojos. Estaba tumbado de lado, en algo blando, con las piernas y los brazos atados. Le dolía bastante el costado, y notaba la pierna derecha dormida, pero asombrosamente estaba vivo. Agudizó el oído, y oyó unas voces, pero sonaban lejanas. Manteniendo la respiración pausada, para seguir haciéndose el dormido, abrió ligeramente los ojos.
Como había supuesto parecía encontrarse en el interior de un coche, uno bastante amplio, en el asiento trasero del mismo. Había un hombre vestido de negro en otro asiento, también en la parte de atrás, y veía la cabeza de otro sentado en el asiento del conductor de lo que reconoció como una limusina.
Tenía las manos atadas, pero no a la espalda. Eso le daba una oportunidad, sobre todo si conseguía sorprender al tipo de negro, que estaba jugando con su móvil. Calculó la distancia y la fuerza necesaria, respiró profundamente una vez y abrió del todo los ojos al tiempo que lanzaba una doble patada en dirección a la cabeza del hombre que tenía más cerca.
Una punzada de dolor le atravesó el costado, por lo que el impacto perdió fuerza. Le dio en la cabeza, tal y como quería, pero sólo consiguió que se le cayera el móvil de las manos. Antes de que consiguiera recuperarse de la sorpresa, se abalanzó de frente hacia él, ignorando el dolor.
Le dio en la mandíbula con la cabeza, y metió las manos en la chaqueta del individuo, encontrando lo que buscaba. Con las manos atadas le resultó algo más difícil, pero mientras dejaba caer todo su peso sobre el otro, forcejeó un poco y volvió a echarse hacia atrás. El conductor de la limusina, oyendo el ruido, se giró, pistola en mano.
Y entonces se oyó un disparo.
El conductor murió casi al instante, de un disparo en la cabeza, procedente de la pistola que Álvaro le había quitado al otro hombre.

23 mayo 2011

Capítulo Cuatro (V)

— Prefiero estar fuera que estar dónde estaba antes —aclaró Augusto—. Te has equivocado de bando, Amelia.
— Yo no tengo bando —replicó ella—. Trabajo para quien me paga. Y el Consejo me paga bien, además de darme la infraestructura que necesito.
— Ya, claro. Amelia siempre tiene la conciencia tranquila, porque sólo es una mercenaria —alegó Augusto en tono irónico.
— Te fuiste, cambiaste de bando. Robaste información y encima te llevaste por delante a mucha gente para hacerlo.
— Gente, y lo que no era gente también —contestó él muy tranquilo.
— No sé de qué hablas, pero déjate de rollos —atajó Amelia—. Intentaste matarme, me habéis echado de la carretera y me habéis disparado. Así que no me vengas con esas de que quieres negociar o intercambiar información.
— Sólo intento averiguar por qué trabajas para el enemigo. ¿Por qué trabajas para ellos? Se preparan para exterminar o dominar a la especie humana, y tú les estás ayudando.
Amelia se quedó petrificada. ¿De qué diablos estaba hablando?
Y entonces se oyó un disparo.