01 septiembre 2011

Capítulo Seis

Guía de colores:
Eowyn
Xmariachi
Silvano
MikeBSO
David Loren Bielsa


Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Amelia.
Conocía a ese hombre.
Hacía más de veinte años que le había visto por primera y última vez, pero jamás le había podido olvidar. Recordaba muy bien el magnífico automóvil en el que habían llegado a aquella mansión. Era demasiado joven para identificar el modelo, pero recordaba que era de corte clásico y la carrocería era negra brillante, y la estatuilla de la mujer con alas del capó se le había quedado grabada en la mente al pasar a su lado. Había querido tocarla, pero su madre había tirado de ella y se lo había impedido. Le apretaba con fuerza su mano, hasta hacerle daño. Sin embargo, no se quejaba.
Siempre había creído que era su madre. Ahora lo dudaba, porque ¿podía una madre hacer lo que ella estaba a punto de hacer?
Tal vez sólo era la mañana gris ceniza con la que se habían levantado, pero el edificio al que se aproximaban con paso apresurado tenía un aspecto siniestro. De estilo señorial, tres pisos de altura, con la fachada de piedra gris y grandes ventanas, parecía invitarlas a salir de allí sin mirar atrás.
Los tacones de la mujer resonaron sobre el suelo de cemento hasta que se detuvieron frente al hombre que las esperaba. Era alto y delgado, tenía el pelo gris, y una fea verruga en el mentón. Sus ojos hundidos, de color azul cristalino, la miraron con curiosidad. La mujer apretó aún más su mano.
— ¿Seguro que estará bien?
— En ningún otro sitio podría estar mejor que aquí. Ella es especial. Aquí la adiestraremos y le enseñaremos todo lo que necesita saber. Debe estar preparada para lo que vendrá en el futuro. Conocerá a otros como ella y no volverá a sentirse distinta. Te gustará no estar sola, ¿verdad, Amelia? —El hombre le acarició levemente la mejilla, muy cerca de una de las cicatrices que le cruzaban la cara.
No le gustó el contacto.
— Mamá, ¿quién es este señor? ¿Por qué me llama así?
— A partir de hoy Amelia será tu nombre —respondió la mujer sin ni siquiera mirarla—. ¿Podré volver a verla?
— Sabes que no. Es por su seguridad.
La mujer había vacilado un instante, como si le costara desprenderse de ella.
Amelia estaba segura de que el hombre había esbozado una sonrisa cuando la mujer la entregó. Al cogerle de la mano notó sus dedos huesudos, y su piel era fría como el hielo.
¡Grande Eowyn! Me has dado ganas de poner a Charles Xavier...
No hubo más despedidas. La chica siguió al hombre hasta la puerta principal donde la figura de un llamador en forma de lagarto descansaba. Detrás suyo, el sonido de un motor que se ponía en marcha y, al poco, el automóvil era una figura fantasma en la lejanía. Amelia y el hombre avanzaron por una red de pasillos tras pasar por la pesada puerta principal. La chica miró en una y otra dirección pero la oscuridad rechazaba siempre su visión. No se escuchaba ningún sonido. La casa, en sí, era como una tumba: húmeda, fría y silenciosa.
La niña, que había intentado fijarse en el camino que recorrían, pronto estuvo completamente perdida. Habían bajado, subido, torcido a derecha e izquierda como en unas veinte ocasiones. ¿Acaso la casa parecía tan grande desde fuera?
Amelia intentó hablar pero las palabras murieron en su garganta antes de ser pronunciadas. Un sonido había venido a ella, desde su espalda. Cuando lo escuchó el pelo de su nuca se erizó y apretó con más fuerza la mano del hombre, muerta de miedo. Y el hombre lo único que hizo fue sonreír.
— Gonzalo, me traes la última, ¿verdad? —dijo una voz proveniente del fondo del pasillo.
Mientras, los dos se acercaban allí. De la estancia provenía algo de luz que permitía ir vislumbrando una habitación con la puerta abierta.
— No tengas miedo, pequeña —dijo un hombre mayor, de larga barba gris, sentado detrás de una mesa antigua de madera donde los papeles se agolpaban, y con una lámpara responsable de toda la iluminación del entorno.
Gonzalo acercó a Amelia delante de la mesa, y el hombre mayor se incorporó para recibirla, con una amable sonrisa.
— ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
Ella dudó un momento, y miró disimuladamente a Gonzalo, a cuya mano seguía agarrada.
— Amelia —contestó.
El hombre mayor se reclinó en su silla, y lanzó una mirada de aprobación a Gonzalo, sonriendo satisfecho.
— Eres una chica lista. Bueno, aquí tendrás tu propia habitación, que compartirás con tu nueva compañera, Alicia. Gonzalo te llevará a tu habitación, y te pondrá al corriente de cómo es la vida con nosotros.
El hombre se levantó, no sin esfuerzo, y se acercó a Amelia. Agachándose un poco, le colocó un juego de llaves a Amelia en la mano, y se la cerró cariñosamente.
— No las pierdas, ¿eh? —le dijo, dejando salir un pequeño esbozo de risa de su dentadura incompleta.
Este flashback va a ser tan largo que lo que pasará en realidad es que el principio era un flashforward.
[¿Qué demonios se supone que tiene que aprender Amelia en la mansión señorial esta? Pues lo siento, pero no pienso responder a ninguna de las preguntas. Es más, a ver si lío un poco más la trama.]
Amelia miraba el juego de llaves con curiosidad. Se trataba de un pequeño aro y en él había tres llaves. Una de ellas era pequeña, otra mediana y otra de tamaño bastante grande. Antes que pudiera preguntar para qué eran esas llaves, Gonzalo ya la estaba estirando fuera de la habitación del hombre de la barba gris. Éste último no dijo nada más antes que la niña fuera apartada de su vista.
Gonzalo estiraba de su mano, parecía que de repente le había entrado prisa. Subieron unas escaleras en forma de espiral y luego amanecieron en un largo y oscuro pasillo. La hizo sentar en un banco de madera que había al principio del pasillo.
— Quédate aquí, pronto vendrán a buscarte. ¿Me has entendido? —Esto último lo dijo clavando en ella sus hundidos ojos azul cristalino.
Ella alzó la vista hacia él y contestó afirmativamente con un gesto de la cabeza. Tenía miedo, estaba aterrada, y Gustavo abandonó el pasillo dejándola totalmente sola. Apenas pasaron unos minutos que oyó unos pasos ligeros caminar hacia ella. Por el mismo lugar que había llegado ella, apareció un chico que se detuvo a su altura.
Era más mayor que ella y era muy alto. Aunque aún era delgado, empezaba a tener las espaldas anchas. Estaba sudado como si viniera de hacer deporte. Se tocó su pelo negro y enmarañado intentando en vano echarlo hacia atrás, y la miró con curiosidad.
— ¿Eres nueva? —Ella contestó que sí con la cabeza—. Y déjame adivinar, estás asustada. Y encima se te ha comido la lengua un gato negro —dijo al ver que contestaba con la cabeza por segunda vez.
— ¿Por qué negro? —se extrañó ella hablando por primera vez.
— Porque los gatos que se comen las lenguas de las niñas siempre son negros.
Ella se rió, pero bajó la vista al suelo cuando él la miró a los ojos. Le daba vergüenza su rostro, sabía que sus cicatrices la convertían en un monstruo. Él se agachó delante de ella, puso la mano en su barbilla y le hizo levantar la cabeza.
— ¿Tienes o no tienes nombre?
— Amelia —contestó tímidamente al fin.
— Yo me llamo Augusto.
El chico le tendió la mano.
— ¿Vienes conmigo?
Amelia se bajó del banco, despacio, y se puso al lado del chico, pero no le dio la mano. Avanzaron por el pasillo oscuro, lleno de puertas.
De detrás de cada puerta se oían diferentes sonidos, que no podía definir. Del interior de una de las habitaciones surgió un ruido grave y muy fuerte, una mezcla entre el rugido de un gran animal y el sonido que hacía una caldera vieja al arrancar. Ese ruido la sobresaltó, y unos pasos más adelante descubrió que se había acercado más a Augusto y le había dado la mano.
— Ya llegamos, tranquila —Algo en la voz de ese chico la tranquilizaba un poco, le daba seguridad.
— ¿Tengo que quedarme mucho tiempo aquí? —preguntó intentando ocultar su nerviosismo.
— No te sé decir. Yo llegué cuando era más pequeño que tú, casi ni me acuerdo ya.
Se acercaban al final de largo pasillo, a una puerta aparentemente sin pomo, y vio cómo Augusto tocaba en una zona de la misma y se abría, dejándolos ciegos por un momento, dada la cantidad de luz de salía de la apertura.
Una vez se acostumbraron sus ojos, Amelia descubrió que no entraban a ninguna habitación, sino que salían a un patio enorme, con árboles, columpios y, lo que era más importante, otros niños. Gritos de unos niños que aparentemente estaban jugando a perseguirse, canciones de unas niñas que jugaban a la comba, silbidos de otros que estaban jugando con una pelota. Estos y otra serie de sonidos similares inundaron los oídos de Amelia, que le hizo olvidarse por un momento de quién era, de lo mal que lo había pasado, del miedo que había pasado, y lo sustituyó todo por una sonrisa.
La voz ronca del anciano la sacó de sus recuerdos.
— Es bueno volver a verte, Amelia.
Ella no pensaba lo mismo. La última vez que había aparecido en su vida, las cosas habían cambiado mucho.
Le siguió con la vista hasta que se sentó en un cómodo sillón cerca de Álvaro.
— ¿No tomas asiento?
— Estoy bien así, gracias.
— Tú siempre tan… rebelde.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Amelia, mirando indistintamente a uno y a otro. Le daba igual quién de los dos hablara. Lo que necesitaba eran respuestas.
— No te preocupes. Pronto lo comprenderás todo. He seguido con interés cada uno de tus pasos desde que llegaste a nosotros, y te aseguro que has sido una de las mejores alumnas. No todos han sobrevivido.
— ¿Todos?
— Sois el resultado de décadas de investigación, de frustrantes años de prueba y error hasta que dimos con la fórmula adecuada. Muchas generaciones desaparecieron debido a múltiples causas: desarrollo defectuoso, falta de adaptación, hipersensibilidad a sustancias exclusivas de la Tierra… pero ahora podemos estar seguros de que aún hay esperanza. Los Ursakis saben que podríais hacer peligrar su ansiado futuro de dominación de la raza humana. Se han preparado durante años para este momento, y no están dispuestos a que nadie se interponga en su camino, ni los Astarsis, ni vosotros…
— Pero ¿por qué precisamente ahora?
— Porque es ahora cuando van a hacer uso del arma más poderosa que haya sido creada jamás. Un arma a la que ningún humano podrá resistirse.
— O eso creen ellos —añadió Álvaro.
Amelia seguía sin comprender nada. Y además le asaltaba una nueva duda: comenzaba a creer que no era una casualidad que nunca le hubieran dado miedo las serpientes. Como la cobra en posición de ataque que acababa de identificar en una fotografía colgada en la pared detrás del anciano. Era una imagen extraña. Era solo un conjunto de líneas ondulantes grabadas en la superficie de un terreno desértico. La sombra de la avioneta desde la que había sido tomada la foto parecía un pequeño insecto a su lado.
[Momento Apocalipsis]
— ¿Te gusta la foto? —preguntó el anciano con los ojos clavados en los de Amelia.
La mujer de las cicatrices dibujó una media sonrisa en su cara.
— Sabes que no. Odio las serpientes.
— Ella es Amantissa, o también apodada "Diosa Madre".
Amelia arrancó la foto de la pared.
— ¿Es el arma?
El anciano negó con la cabeza.
— Esto es Egipto —reconoció Amelia—. ¿Puede ser el Valle de los Reyes?
Álvaro miró a Amelia, sorprendido, mientras el anciano ahora asentía.
— ¿Cómo...? —comenzó a preguntar Álvaro.
— Estuve allí con Augusto —explicó la mujer—, cuando éramos niños...
— ¿No te acuerdas lo que hicisteis allí? —interrumpió la voz ronca del anciano.
Amelia intentó recordarlo. Por unos momentos viajó a aquel lugar, a aquel calor sofocante, al bullicio de la gente y... Al terror. Se acordó del miedo que había sentido y del dolor punzante, de las fiebres y de las mordeduras de serpiente.
Se acordó de los hombres que los habían encerrado en aquel valle desértico.
Niños solos y asustados con millares de serpientes venenosas. Muchos de aquellos niños no lograron sobrevivir... ¿Cómo había permanecido ese recuerdo tanto tiempo encerrado en su mente? ¿Cómo era posible que aquel secreto permaneciera inamovible en su mente?
Amelia cerró su puño y miró encolerizada al anciano. Él había sido el que los había encerrado en aquel valle para que murieran. Él había sido el cabecilla de todo.
Era cusioso el porqué su mente no paraba de pensar en serpientes. Y cómo su mente había relacionado aquellas serpientes con los sentimientos que tenía hacia aquel viejo, Gonzalo. No le daban miedo las serpientes, las odiaba. Igual que con Gonzalo; no le daba miedo, pero el hecho de verle allí hablándole le producía una ira irrefrenable.
Y de repente, en mitad de todo aquel odio, de aquella ira, cuando parecía que la única via era estallar, le sucedió lo impensable. Todos aquellos sentimientos desaparecieron de golpe, dejando paso a una calma y una paz interior impensables. La serenidad acababa de vencer. A pesar que allí estuviera Gonzalo, a pesar de recordar Egipto, a pesar de todo...
— Déjate de rodeos —le dijo a su antiguo mentor—. No sé qué estás intentando, pero no va a funcionar, no vas a torturarme con esos oscuros recuerdos. Ese era tu sistema de control, hacernos vulnerables, débiles. Asesinos natos convertidos en simples ratones ante tu mirada. Tú eres la serpiente, Gonzalo.
— No, Amelia. Yo soy el encantador de serpientes. Vosotros sois las serpientes, y muy venenosas y peligrosas.
— No va a funcionar. Hace tiempo que vencí ese control. No voy a ser débil ante ti.
— No pretendo controlarte, Amelia —contestó sonriendo—. Es hora que cumpláis vuestro trabajo. Es hora de liberar a las serpientes, que muerdan, ataquen, coman. Porque vosotros sois las serpientes, y los Ursakis los simples ratoncillos.
[Ahora resulta que los lagartos son ratones. Y Amelia es, entre otras, una serpiente dormida. Y las mariposas son tiburones, ya puestos... ¿En qué estabas pensando? ¿Y qué diablos es "cusioso"?]
[Esto es lo que se llama sobrecompensación: como no lo habíamos nombrado anteriormente, ahora hay que nombrar a Gonzalo 4 veces en el mismo capítulo. Muy cusioso...]
— ¿Qué pinta él en esto? —Ladeó ligeramente la cabeza en dirección a Álvaro, que seguía cómodamente sentado en el sillón, sin dejar de sonreír.
— Digamos que es un ratón que se ha convertido en serpiente —respondió Gonzalo. Y añadió dirigiéndose a Álvaro—. ¿No es así?
— Digamos que sí.
La mirada de Amelia alternaba entre Gonzalo y Álvaro. Sabía que había algo que no le estaban contando, pero también sabía que debía seguirles el juego, ya que no tenía muchas más opciones, por lo menos en este momento.
— Y según tú, ¿cuál es el trabajo para el que fui creada? ¿Matar Ursakis? Es lo que he estado haciendo la mayor parte de mi vida adulta. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora? Podrías haber dejado que siguiera haciendo "mi trabajo".
— Tengo un trabajo especial para ti. Un trabajo para ambos, de hecho, ya que necesitarás a Álvaro en esto.
— ¿Un trabajo especial?
— Sí, algo que podría hacer que acabara la guerra definitivamente.
Gonzalo se quedó esperando la respuesta de Amelia, pero ya la sabía de antemano. Por algo era el encantador de serpientes.
[¡Álvaro digievoluciona!]
[Aquí hay mucha tela que cortar.]
— ¿Algo que acabaría la guerra? ¿A costa de qué? —respondió Amelia, revisando las imágenes que poblaban las paredes de la estancia.
— Bueno, si falláis, será a costa de vosotros, y la guerra continuará.
— Hay demasiadas facciones, demasiado en juego... tanto que, lo admito, ni yo misma veo todos los hilos que manejan este tinglado. Por lo visto, Gonzalo, tú sí los conoces. Pero me niego a continuar trabajando para ti, ni para nadie, sin saber lo que me espera a mí, o lo que le nos espera a todos.
— Es razonable —dijo Álvaro—. ¿Qué quieres tú? ¿Qué es lo que te gustaría que ocurriera, Amelia? Ten por seguro que serías una pieza importante si conseguimos dar al mundo el vuelco que necesita.
— Por lo visto tú también sabes lo que necesita el mundo. ¿No será lo que necesitas tú? ¿Qué es lo que quieres ? Por un lado, eres un Ursaki. Eso no lo puedes borrar. Y si vosotros estáis tan infiltrados en la sociedad, ¿por qué traicionar a los tuyos para colaborar con los humanos? ¿Qué pasará cuando eliminemos a vuestros enemigos, los Astarsis? ¿Será entonces cuando empecéis con nosotros, los humanos? Mi instinto me dice que debería mataros a la mínima oportunidad.
— Como ves, Álvaro, Amelia tiene un buen instinto —bromeó Gonzalo—. Pero, ¿qué te hace pensar que eres enteramente humana?
[Sí que hay mucho que cortar, sí... Capítulos enteros cortaría yo :P]

No hay comentarios: