16 febrero 2013

Crónicas Mortales - Prólogo (IV)

Una amiga me acaba de matar.
Lo sé, estas cosas pasan, pero no me lo esperaba, no de ella... Parece que es más inteligente de lo que yo pensaba. Me ha empujado en el transcurso de una fuerte discusión, he perdido el equilibrio, y mientras caía desde el sexto piso y me convertía en horrorizado testigo de cómo mi cuerpo se hacía trizas allá abajo, me he dado cuenta de que en algún momento he debido cometer un fallo muy grave.
Mírala la muy zorra… Está hablando con el policía, fingiendo sus lágrimas, paseando nerviosa con un cigarrillo entre sus dedos, una mirada perdida en sus ojos. Un accidente, dice. O tal vez un suicidio, porque yo no llevaba bien que se hubiera liado con mi ex. Mentirosa...
¿Por qué no le cuentas la verdad? ¿Por qué no le cuentas cómo habíamos planeado su muerte entre las dos después de que te engañara a ti también? ¿Por qué no me dijiste que te estabas echando atrás? Ahora comprendo la palidez en tu rostro cuando te describí paso por paso lo que había hecho con él... y cómo te abalanzaste sobre mí cegada por la ira. Aún le querías… y mira ahora dónde nos ha llevado todo esto. Yo estoy muerta y tú lo vas a estar dentro de poco, aunque seas una muerta en vida.
El juez está ordenando el levantamiento de mi cadáver. Ya se lo llevan para hacerle la autopsia. Veo una luz brillante que se aproxima, pero me temo que va a tener que esperar.
Nos iremos las dos, o no nos iremos ninguna.
[Me ha encantado. Alucinante. Tengo los pelos de punta.]

10 febrero 2013

Crónicas Mortales - Prólogo (III)

¡He vuelto!!!
Un día me desperté muerto.
Bueno, en realidad no me desperté. Supongo que ahí radica el problema. Un buen día me eché a dormir y luego, lo siguiente que recuerdo, es verme ahí, en aquella mierda de cama, con una sábana por encima.
La celda era bastante pequeña, así que cuando entró el forense el resto tuvo que salir. Eran el responsable del turno de los funcionarios de prisiones, el responsable de turno de la puta poli y otro madero de la secreta. Ninguno de ellos se había inmutado lo más mínimo al verme muerto. Bueno, mentira, todos habían mostrado sorpresa, pero nada más.
El forense fue el único que no sintió nada al retirar la sábana. Claro, era el único que no me conocía, y el único que, al igual que yo, estaba acostumbrado a ver la muerte de otra manera, como un trabajo.
- ¿No han visto nada extraño en el cuerpo? -preguntó el forense.
- Nada de nada -contestó el de la secreta desde la puerta-. Está en primer grado, así que nadie ha accedido a él y no tiene compañero de celda.
- ¿Drogas? -volvió a preguntar el forense, sin mirarlos, mientras examinaba mi cuerpo.
- No me consta que fuera consumidor -contestó el responsable del turno de prisiones.
Aquello me hizo pensar. Yo tampoco sabía de qué había muerto. ¿Infarto? ¡Tonterías! No tenía problemas médicos, era capaz de correr kilómetros sin que mis pulsaciones subieran. Pero por la cara de aquellos maderos y funcionarios sabía que no les importaba una mierda. Qué cojones, mucha gente se alegraría.
- Llamaré a su señoría para decirle que no hace falta que venga -dijo el forense cuando dio su trabajo por terminado.
- Sargento, llame ya a la funeraria. Que se lo lleven.
Luego se inclinó hacia mi cuerpo y antes de taparme de nuevo dijo:
- Descansa en paz, hijo puta.
¡Vaya! Pues al final parece que sí me conocía.
Sí, ¡has vuelto! Y parece que te ha gustado el tema... A ver si se anima alguien más.