26 julio 2012

Capítulo Siete (IX)

Uno de los agentes del equipo de reconocimiento y recogida de pruebas, el más alto, que parecía ser el jefe, hizo una señal a los demás para que guardaran sus armas. El peligro había pasado. Dando un suspiro, se dio la vuelta y al pasar al lado del agente que seguía jugando con el móvil, intentó reprimir el deseo de darle una colleja. Pero no lo consiguió.
— ¡Auuh! —gritó su subordinado, mientras el móvil parecía querer írsele de las manos. Acto seguido se frotó la parte de la cabeza que su compañero le había golpeado.
Otro, aún bajo los efectos de la ansiedad que le había producido la inquietante amenaza de un grupo de payasos armados con una bocina, sacó un cigarrillo y lo encendió. Pero a la primera calada los ojos se le inyectaron en sangre y la cara se le empezó a hinchar.
El agente de mayor estatura se plantó frente a él y esperó hasta que observó los primeros síntomas de asfixia. Entonces le arrancó el cigarrillo de la boca y lo tiró a la acera.
— ¿Pero es que no sabes que nosotros no podemos fumar?
Cuando el otro se recuperó de las toses y el color normal (es decir, algo grisáceo), retornó a su piel, contestó:
— Pero... a mí me dijeron que teníamos que imitar en todo a los humanos.
— Sí, claro, ¿y si los humanos se tiran por un puente, tú también te vas a tirar?
— Bueno...
En ese momento la sintonía de "El Equipo A" comenzó a sonar, y todos miraron alrededor preguntándose de dónde provenía.
El agente al que había propinado la colleja se acercó hasta él, ruborizado hasta las orejas, y mientras la sintonía no dejaba de sonar, le extendió el móvil.
— Es el jefe —dijo, con una tímida sonrisa.
[Quería probarme a mí misma que era capaz de escribir como Mike... Lo sé, no estoy a la altura. Pero seguiré intentándolo.]
[Si me vas a usar a mí como modelo a seguir lo llevas claro, muñeca, puedes acabar tan desquiciado como yo. ;-)]

23 julio 2012

Capítulo Siete (VIII)

[¿Hemos vuelto? No lo sé, quizás. Pero mientras lo decidimos, aquí va esto.]
Tres furgonetas grises, y una blanco oscuro, se presentaron en el muelle seis minutos, diecinueve segundos y trescientas setenta y cuatro milésimas de segundo después de la explosión, aproximadamente. Antes no era, eso seguro. De las tres furgonetas grises se bajaron varios equipos, como unos tres, de reconocimiento y recogida de pruebas, que sin perder el tiempo comenzaron su trabajo de, sí, de reconocimiento de la zona y de recogida de pruebas en la zona. De la furgoneta de color blanco oscuro se bajaron tres payasos. Fue un momento tenso.
Todos los agentes se giraron a mirarlos y se quedaron parados en su sitio. Se oyeron unas toses.
— ¡Estoooo, ¿no se celebra aquí una fiesta de cumpleaños?! —le gritó uno de los payasos al agente que tenía más cerca. Le gritó porque era sordo. El payaso. Afortunadamente el agente también, y le vino bien que le gritara. Aún así no le contestó.
— Tío, tío, tío —le dijo al primer payaso uno de los otros, al parecer su sobrino—, me da que nos hemos equivocado de sitio.
— ¡¿Estás seguro?! —le replicó sarcásticamente y a grito pelado el primero—. ¡¿En qué lo has notado?!
— En que no hay globos.
Por su parte los agentes se mantenían en sus puestos. Eran equipos de reconocimiento y recogida de pruebas, no habían pensado que fueran a necesitar equipos de desalojo de payasos y no había ido ninguno. Inseguros sobre el procedimiento a seguir, esperaron. Uno de los payasos, el que aún no había dicho nada, siguió sin decir nada. Pero metió la mano en un bolsillo.
Todos los agentes, menos uno que estaba jugando con el móvil, sacaron rápidamente sus armas y apuntaron con ellas a los payasos. El que no había dicho nada, que seguía sin decir nada, sacó lentamente la mano del bolsillo, pero no la sacó vacía. En ella llevaba un instrumento en parte metálico, con el que también lentamente apuntó a los agentes. Pulsó un extremo de ese instrumento y sonó un fuerte bocinazo. Faltó poco para que los acribillaran.
El payaso sordo, después del sobresalto, se giró, se quitó uno de los zapatones y comentó a arrearle en la cabeza con él mientras lo empujaba hacia la furgoneta de color negro claro. Perdón, blanco oscuro. A veces los confundo.
— ¡Tira, tira, anda! ¡Dame las llaves, que ahora conduzco yo! —le gritó entre zapatazo y zapatazo-. ¡Eso me pasa por hacerle caso a mi mujer! —Se subieron los payasos y arrancaron la furgoneta—. ¡"Llévate a mi hermano, que se aburre". ¿Quién me manda hacerle caso a la muy...?! —Su voz se fue perdiendo mientras se alejaban de los muelles.
[Como no recordaba exactamente qué habíamos escrito (solo me he leído la última aportación de David), ni a quién le tocaba, he continuado yo y como me ha parecido. Y es lo que pienso hacer a partir de ahora.]