13 diciembre 2012

Crónicas Mortales - Prólogo (II)


Un día desperté muerta.
O eso creo.
Yo pensaba que la muerte era distinta. Que era como un sueño oscuro del que nunca despertabas. Y sin embargo, no recordaba haberme dormido. Lo último que recordaba era el camión que se me venía encima. Y el ruido del parabrisas al romperse en mil pedazos. Después me sobresaltó otro ruido bien distinto: el de la sierra eléctrica que utilizan los cirujanos para abrir cráneos... solo que éste no era un cirujano normal y corriente. Éste se dedicaba en exclusiva a los muertos.
No sentía tristeza al contemplar mi cuerpo allí inmóvil y destrozado, cubierto parcialmente por una sábana ensangrentada, mientras un desconocido hurgaba en mis entrañas. Aún no me consideraba muerta. Aún no comprendía qué me había pasado. Fascinada por los instrumentos metálicos de la mesita auxiliar, quise tocarlos, pero no pude. Traté de preguntarle al médico qué diablos pensaba que estaba haciendo con mi cuerpo... pero por alguna razón no me oyó.
Mi cara estaba gris y desfigurada. No me reconocía a mí misma. Pero de algún modo sabía que era yo... que había sido yo. ¿Por qué ya no podía mover mis brazos, mis manos? ¿Por qué mis ojos parecían tan vacíos?
En ese instante noté una extraña sensación. Habría jurado que alguien me observaba.