08 noviembre 2012

Crónicas Mortales - Prólogo (I) [Ampliado]

[Esto podría ser el principio de otra historia. Ignoradla o continuadla, pero sin perder de vista LA HISTORIA principal...]
Un día me desperté muerto. Jode que no veas. Porque tenía muchas cosas que hacer ese día. Tenía que pasar por el banco a mandarles un poquito a la mierda, y luego a los chinos a comprarme unos calcetines. Vale, visto así no eran tantas cosas, pero era viernes de puente, y ya se sabe que los viernes cuesta más hacer recados. Pero dio igual, me había muerto.
El forense, un tipo muy amable de manos frías, que para que lo diga un muerto imaginad lo frías que las tenía, determinó seis días después que la hora de mi muerte se había producido seis días antes, entre la hora de comer y la hora de la cena. Ciertamente se produjo mientras me echaba la siesta. Me duele un poco que no se hubiera dado cuenta nadie antes, que nadie me hubiera echado de menos. Sí que es verdad que en el trabajo acostumbraba a pasar inadvertido, y que prácticamente no tenía amigos, y que no me quedaba más familia que dos hermanos que no querían saber nada de mí, y que con los vecinos no me hablaba, pero... Ah, pues no es tan raro.
- Lástima de sofá -dijo mientras me examinaba, refiriéndose, supongo, al sofá sobre el que me encontraba-. Es una pena, parece nuevecito.
- Mi mujer me obligó a comprar uno de cuero blanco -le contestó uno de los agentes que se encontraban hurgando entre mis pertenencias-, porque "combina con las paredes". Como si ella entendiera de moda.
- Querrás decir de decoración -le corrigió un compañero mientras metía en una bolsa mi cadena de música, junto con mis CDs.
- Quiero decir de gilipolleces -siguió el primer policía al tiempo que guardaba en una caja mis libros y DVDs-. Un sofá es para sentarse, no para que juegue con las paredes.
- Se dice hacer juego, no jugar...
- Tú te las estás jugando -le amenazó, al tiempo que agitaba mi trofeo de bolos.
En ese momento entró un tipo trajeado y tirando a gordo, quien, por la rigidez que adquirieron los policías y la rapidez con la que se incorporaron y dejaron caer lo que tenían entre manos, debía ser el jefe.
- ¿Y bien, cuál es la causa de la muerte? -preguntó rutinariamente. Claramente se dirigía al forense, pero no apartaba la vista de mi televisor de 42 pulgadas, calculando mentalmente si le cabría en el maletero.
- Pues no está clara -Tanto el jefe como los agentes se quedaron estupefactos, mirando hacia mi cuerpo.
- ¿Qué es lo que no tiene claro?
- El cadáver presenta diecisiete heridas de bala en diferentes partes del cuerpo, desde el muslo derecho hasta la oreja izquierda, repartidos desigualmente y sin un orden aparente, como si hubieran disparado sin mirar o con mala puntería.
El jefe se lo quedó mirando, instándole a continuar. Cosa que no hizo, por cierto, hasta que se lo dijo.
- Por favor, continúe.
- Pero también presenta un corte aparentemente leve en un dedo, oculto debajo de una tirita -Hizo una pausa dramática, como dándose importancia, mientras el resto de los que nos encontrábamos en la habitación, vivos y muertos, pensábamos que ese había visto demasiados episodios de CSI-. Hasta que no le haga más pruebas no le podré dar una respuesta definitiva.