16 junio 2011

Capítulo Cuatro (IXb)

[Y ahora, la versión extendida del último trozo, con comentarios de mi persona]

La casita en las afueras era una cabaña, por supuesto. [¿Cómo que por supuesto? ¿Quién lo suponía? Yo no.] Por eso cuando Augusto se despertó supo al instante que los suyos no le encontrarían pronto. [Qué pasada de tío, lo sabe sólo con ver el interior de la cabaña/casita] Amelia no solía cometer fallos. [Sólo cuando se equivocaba] Estaba esposado de pies y manos, y luego atado a una silla de madera de aspecto robusto. [Menos mal, si lo hubieran atado primero habría sido más difícil esposarle] Sabía que como mucho conseguiría caer al suelo, pero no liberarse. [Es lo que pasa con las sillas robustas; si te tiras demasiado fuerte hasta rebotas y vuelves a incorporarte]
Amelia estaba sentada delante de él, en otra silla. [¿Cuánto rato llevará ahí? Porque tienen aspecto de ser robustas, por no ha dicho nada de cómodas] Álvaro parecía que preparaba algo en la cocina. [¿Sólo lo parecía? Me lo imagino removiendo el cajón de los cubiertos, dando unos golpecitos en las sartenes, para que pareciera que preparaba algo] Era un lugar sencillo, pero tenía todos los equipamientos necesarios. [Todo lo necesario, como sillas robustas; sencillo pero completo, guay]
— Por fin podremos hablar con calma —dijo ella en cuanto vio que su prisionero había despertado.
— No tenemos nada de que hablar, al menos por ahora —le dolía la cabeza—. Para que pudiéramos hablar, antes que nada, deberíamos estar solos. [Ay pillín...]
Amelia se giró hacia la cocina, y luego hacia su prisionero. [¿Para qué? Ya sabemos todos por qué lo dice]
— No te preocupes por él. [A ver, muy preocupado tampoco se le ve] Es un novato, hará lo que yo diga. [¿Le has dicho tú que haga que parezca que prepara algo?]
— Amelia, Amelia, pobrecita... ¿Creí que a estas alturas ya habrías aprendido? [Mira quién fue a hablar el que está esposado... ¿Y por qué lo pregunta? ¿Qué le hace pensar que lo sabrá Amelia?] ¿De verdad no sabes nada?
Álvaro entró en la sala de estar con dos tazas, una en cada mano. [Al salir de la cocina llevaba otra sobre la cabeza, pero se le ha caído] Una se la entregó a su jefa [¿No era su compañera?], que en cuanto la cogió tomó un sorbo. [Ais, qué sed tenía la pobre] La otra se la puso delante de los labios a Augusto para que bebiera. [Qué majo] Olía a café. [Sería café]
— Está bien, Amelia. Como quieras, pero espero que estés preparada [Nació preparada] —dijo el prisionero sin hacer mención de probar el café—. [No cogió la taza, eso indica claramente que no quería café; y menos sin magdalenas] ¿Has visto la herida de Álvaro?[¿Cuál de las dos, la de la pierna o la del costado?] ¿No crees que hace horas que tendrías que haberlo llevado a un hospital? [¿Y cómo sabe cuánto tiempo ha pasado desde que le han cogido? Si no lo sabemos ni nosotros]
Amelia tardó más de dos o tres segundos en reaccionar. [¿Cuánto? Eso pueden ser tanto cuatro como cuatrocientos] Luego se levantó de un salto [¡Doinnnnng!], dejando caer la taza de café y desenfundando su arma. [Mira que si se equivoca, y deja caer el arma y desfunda la taza] Álvaro siguió en pie, [Y Augusto sentado] sin inmutarse, sujetando la otra taza de café. No pareció importarle que su jefa le estuviera apuntando con su arma. Luego bebió un largo trago de la taza que tenía entre las manos. [Normal, habría sido una guarrada beber de la que había dejado caer Amelia]
Cuando Amelia sintió los primeros mareos, por un instante, creyó que los ojos de Álvaro se tornaban totalmente negros. [¿Y no le daba tiempo disparar? A mí me lo habría dado] Álvaro habló justo antes de que Amelia cayera inconsciente. [¡Yo soy tu padre! :P No, no dijo eso, pero habría molado]
— A nosotros los somníferos no nos hacen efecto. [¿Y eso a qué viene? Si nadie le ha obligado a beber]
Luego sonrió. Pero no era una sonrisa malévola, si no condescendiente. [Porque no es malévolo, es buenévolo] A Augusto, un escalofrío le recorrió la espalda.

[La venganza es un plato que se sirve frío...]

14 junio 2011

Capítulo Cuatro (IX)

[Ya tenía ganas de seguir. Ahora que acabo de llegar del curro a ver si le metemos a esto un arreo de los buenos.]

La casita en las afueras era una cabaña, por supuesto. Por eso cuando Augusto se despertó supo al instante que los suyos no le encontrarían pronto. Amelia no solía cometer fallos. Estaba esposado de pies y manos, y luego atado a una silla de madera de aspecto robusto. Sabía que como mucho conseguiría caer al suelo, pero no liberarse.
Amelia estaba sentada delante de él, en otra silla. Álvaro parecía que preparaba algo en la cocina. Era un lugar sencillo, pero tenía todos los equipamientos necesarios.
— Por fin podremos hablar con calma —dijo ella en cuanto vio que su prisionero había despertado.
— No tenemos nada de que hablar, al menos por ahora —le dolía la cabeza—. Para que pudiéramos hablar, antes que nada, deberíamos estar solos.
Amelia se giró hacia la cocina, y luego hacia su prisionero.
— No te preocupes por él. Es un novato, hará lo que yo diga.
— Amelia, Amelia, pobrecita... ¿Creí que a estas alturas ya habrías aprendido? ¿De verdad no sabes nada?
Álvaro entró en la sala de estar con dos tazas, una en cada mano. Una se la entregó a su jefa, que en cuanto la cogió tomó un sorbo. La otra se la puso delante de los labios a Augusto para que bebiera. Olía a café.
— Está bien, Amelia. Como quieras, pero espero que estés preparada —dijo el prisionero sin hacer mención de probar el café—. ¿Has visto la herida de Álvaro? ¿No crees que hace horas que tendrías que haberlo llevado a un hospital?
Amelia tardó más de dos o tres segundos en reaccionar. Luego se levantó de un salto, dejando caer la taza de café y desenfundando su arma. Álvaro siguió en pie, sin inmutarse, sujetando la otra taza de café. No pareció importarle que su jefa le estuviera apuntando con su arma. Luego bebió un largo trago de la taza que tenía entre las manos.
Cuando Amelia sintió los primeros mareos, por un instante, creyó que los ojos de Álvaro se tornaban totalmente negros. Álvaro habló justo antes de que Amelia cayera inconsciente.
— A nosotros los somníferos no nos hacen efecto.
Luego sonrió. Pero no era una sonrisa malévola, si no condescendiente. A Augusto, un escalofrío le recorrió la espalda.

13 junio 2011

Capítulo Cuatro (VIII)

[¿Esto es lo que se dice crear suspense, eh? Pero entre los compañeros, no entre los lectores... perdón por tardar tanto en escribir u.u]

— ¿Dónde lo llevamos, Amelia? ¿Lo entregamos al consejo?
— No, no... no hasta que no sepa de qué habla este mamarracho. Tengo una casita alquilada para estas cosas, fuera de la ciudad.
— Yo suelo alquilar casitas fuera de la ciudad para otras cosas.
— ¿Estás casado?
— Bueno... no exactamente —dijo Álvaro, mientras hacía sonar el estárter del coche—. ¿Te ha dicho algo que no supieras?
— Insinuó algo del consejo. Augusto es un cabrón, pero no es tonto. Con todo, cada vez me cabe más la duda de que el consejo es menos santo de lo que parece.
— ¿Cuántos años llevas trabajando para ellos?
— Suficientes como para casi considerarme parte de la familia. Pero la nueva dirección no favorece mucho la transparencia. No es como antes, eso te puedo decir. Pero bueno, tú no estabas antes, así que... qué vas a saber tú.
Álvaro sonrió.
— Álvaro ver, Álvaro oír...
— Y Álvaro arrancar.