21 junio 2011

Capítulo Cinco

Guía de colores:
Xmariachi
Silvano
MikeBSO
David Loren Bielsa


— ¿Cuál es su color favorito?
— ¿Perdón, señor?
— Con toda la información que nos has facilitado de Amelia, ¿y no sabes cuál es su color favorito?
Álvaro se quedó contrariado.
— Eh...
Alguien soltó una pequeña risita y de repente los demás estallaron. El ambiente se relajó. El líder se levantó y se acercó a donde estaban Álvaro y Amelia.
— Te tomo el pelo, Álvaro. Gran trabajo, compañero. Ahora, hemos de tener gran cuidado en decidir cómo avanzar a partir de ahora. Todos hemos oído hablar de ella, ahora la tenemos entre nosotros.
El líder se acercó a Amelia. Se hizo el silencio en la sala. Le cogió suavemente la cara con la mano y la giró hacia sí. Le apartó el pelo para verla mejor. Repasó con su dedo índice su cicatriz facial.
— Una X, ¿eh?
Se giró sonriendo hacia Álvaro.
— Le da su puntito, ¿no crees?
Amelia comenzó a retomar la conciencia.
[Te odio Diego... por hacerme hacer esto...]
Cuando Amelia acabó de despertar sus ojos observaron una figura de rasgos humanos pero de piel escamosa, parecida a la de un lagarto. El ser llevaba un uniforme militar (de los marines) y se encontraba acompañado por más como él. Amelia pudo contar hasta cinco de aquellas criaturas. La mujer de la cicatríz intentó levantarse de golpe y alejarse de aquel alienígena pero le fue imposible ya que se encontraba amarrada a un catre de apariencia militar.
— ¿Qué eres tú? —preguntó Amelia al ser, que parecía divertirse ante la sorpresa de su cautiva.
Álvaro asomó tras la criatura, con cara de preocupación.
— Amelia, tranquilízate por favor —le pidió su compañero—. No somos los malos de esta historia.
— Para no serlos hacéis un buen papel —dijo la mujer intentando deshacerse sin éxito de sus ataduras.
El hombre lagarto se giró ante sus compañeros y emitió unos sonidos siseantes. Los cinco hombres lagarto parecieron salir de la sala en penumbras en la que se encontraban dejando a Amelia a solas con Álvaro y el aparente líder de las criaturas.
[¡Yo no dije nada de color verde ni de escamas ni marines! Hala, ahora a lidiar con las lagartijas del espacio exterior... o de donde sean.]
[Si sale algo bueno de todo esto será de puñetera casualidad... Al final vais a conseguir hacerme llorar... ¿Eso es lo que queréis?]
— Álvaro, ¿estás seguro de esto? —le preguntó el hombre lagarto.
— No, pero no queda otro remedio. —Amelia les miraba estupefacta—. Ya tienes lo que querías, ahora hay que sacarla de aquí.
— Está bien, como quieras. —El líder de los supuestos alienígenas se quedó mirando a Amelia—. ¿Y cómo lo vas a hacer?
— Improvisaré —contestó Álvaro. Y sin previo aviso le dio un puñetazo en la cara al hombre lagarto que lo lanzó contra la pared, cayendo al suelo sin sentido. Comenzó a desabrochar las correas que mantenían a Amelia amarrada a la cama—. Rápido, tenemos poco tiempo.
— ¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que iré contigo a ninguna parte?
— ¿Prefieres quedarte aquí? —le inquirió mientras con un leve movimiento de cabeza señalaba el cuerpo inconsciente del hombre lagarto —. Yo voy a salir por patas. No tengo tiempo de explicártelo ahora.
Una vez acabó de desatar a Amelia, sacó una pistola que tenía escondida debajo de la camisa, a la espalda. Comprobó que estaba cargada y apuntó hacia el cuerpo caído del escamoso ser.
Amelia se estiró, desentumeciendo los músculos, pero sin perder de vista a Álvaro. Segundos más tarde, éste dejó de apuntar al ser y se dirigió a la puerta, poniendo la oreja en ella.
— Parece que el pasillo está despejado. ¿Estás lista?
[Hala, todo un ejército de de la resistencia convertida en un puñetazo y tentetieso y salir por patas. O sea, que Álvaro la ha llevado allí para luego huir de allí a base de ostias. Está claro, Álvaro es Chuck Norris.]
[Llevo una semana laboral dura de narices. Así que tendréis que disculparme si escribo alguna barbaridad. Este fragmento intentaré ser comedido.]
Álvaro entreabrió la puerta y se asomó al pasillo. La luz era tenue, las paredes grises y el único sonido que se oía era un molesto e ininterrumpido zumbido que debía de proceder de algún generador o algún otro tipo de maquinaria. Le hizo una señal a Amelia, y esta le siguió.
Una vez fuera avanzaron en fila, siempre pegados a la pared, buscando los lugares más oscuros. Amelia se sorprendió al no ver cámaras de seguridad. Por ello casi descartaba que se encontraran en las instalaciones centrales. Además, aquel sótano tenía una disposición casi laberíntica.
Pero Álvaro parecía conocer el camino, aunque avanzaba muy lentamente, poco a poco. Hasta que, al final de una esquina, encontraron una puerta custodiada por un militar de aspecto humano. Amelia guardó silencio y se quedó detrás de su compañero. Dejó que fuera Álvaro quien siguiera protagonizando la fuga.
Éste se guardó la pistola detrás y salió de la esquina, caminando tranquilamente. Comenzó a hablar al militar, en un idioma totalmente extraño, con sonidos guturales que, desde luego, Amelia no había oído jamás. El militar respondió en la misma lengua y sacó una llave y abrió la puerta que custodiaba. Entonces Álvaro, por detrás, le hizo una luxación en cuello y brazo derecho que le dejó sin respiración. En menos de treinta segundos, el militar cayó incosnciente y Álvaro lo dejó caer al suelo suavemente.
Cuando ambos salían por la puerta, se oyeron unos gritos por el pasillo. El primer inconsciente de Álvaro acababa de despertar. Una alarma acústica muy molesta comenzó a resonar por aquellos grises pasillos.
[Hombre, no le llames inconsciente, cómo te pasas con el pobre Álvaro...]
[Creo que ya llega el momento de ir metiendo el perrito bomba.]
Al cruzar la puerta, se encontraron en la parte trasera del edificio.
Fueron hacia el coche. Mientras corrían, Álvaro percibió el movimiento de dos hombres lagarto por la retaguardia. Se giró, les disparó resolutivamente y tras dos certeros impactos, éstos cayeron al suelo. Y siguió corriendo. Amelia estaba muy extrañada: aquél no parecía ser el Álvaro que ella conocía. Por una vez, ella no llevaba las riendas de la acción, y sólo le quedaba dejarse llevar.
Llegaron al coche, y se dispusieron a huir.

Dentro del edificio, el líder se recuperaba con ayuda de los suyos.
— ¡Álvaro se ha llevado a la chica y han salido huyendo por la puerta de atrás! —dijo uno de los suyos, exaltado.
— No hace falta que los sigáis, sabemos adónde van —dijo el líder, desde el suelo.
— Pero...
— Si ahora Amelia no confía en Álvaro, es que no es humana...
Se quedaron todos sorprendidos. El jefe esbozó una media sonrisa.
— Este chico, Álvaro. Es bueno, ¿eh?

No sé qué nos deparará el destino pero sé lo que tengo que escribir. Lo veo claro.
La luna brillaba incansable en el horizonte mientras la nave estelar real de los Ursakis, los que Amelia conocía como los hombres lagarto, cruzaba el cielo lentamente.
El rey de los Ursakis, Ometh, regía desde su salón, compuesto por vísceras de animales, a sus congéneres. Observaba la ciudad sobre la que volaban tranquilamente, sin que los humanos pudieran tan siquiera notarlos. La nave de la realeza disponía de un sistema de invisibilidad y una elevada tecnología que hacía que los rádares humanos no pudieran detectarlos. Aún así los pilotos preferían no elevar la velocidad ya que la fuerza que hacía falta para mover la nave podría destruir facilmente la ciudad sobre la que se encontraban.
Ometh profirió un sonido gutural y todos sus lacayos se postraron ante él. Y aquello no era raro pues Ometh rechazaba el diálogo sobre cualquier otra forma de comunicación. Que hablara implicaba que lo que iba a decir era Ley.
* Escuadrón 7, traed a la humana y al traidor. Y conseguid información del grupo de Beregath para proceder a su exterminio. *
[Ni que decir tiene que cuando ponemos * es que estamos hablando en Ursakis. xDDDDD]
[Te has quedado ancho, ¿eh?]

El coche, conducido por Álvaro, se dirigía hacia el norte, por lo que Amelia dedujo que no iban a coger la autopista. Y aunque habían salido a toda prisa, una vez avanzadas unas pocas manzanas, una vez hechos unos pocos giros, redujo la velocidad, aunque no sabía si era para no llamar la atención o porque había comprobado que no les seguían.
Le miró atentamente. No parecía asustado, ni nervioso. Tampoco sonreía.
— ¿Y bien? ¿Me vas a contar de una vez qué ocurre?
— Comprendo que todo esto te parece muy extraño...
— ¿Extraño? —El tono de Amelia reflejaba claramente su enfado—. Me encomiendan una misión ridícula, me obligan a tener un compañero, el que fue mi último compañero me echa de la carretera, disparan a mi nuevo compañero, tengo que volar por los aires mi tapadera, literalmente, atrapo a mi antiguo compañero y nuevo enemigo con la ayuda de mi ya no tan herido nuevo compañero, cuando estoy interrogando a mi antiguo compañero mi nuevo compañero me droga y me entrega a una raza de extraterrestres, para nada más despertar sacarme de allí... No es extraño, es lo que hago todos los días...
Ahora sí que Álvaro sonreía.
— Sí, comprendo que debes estar hecha un lío, pero no soy la persona más indicada para aclararte nada.
Detuvo el coche y aparcó. Amelia vio que se habían parado frente a un edificio de más de veinte plantas, con cristales negros.
— Aquí tendrás tus respuestas. Y tendrás que tomar unas cuantas decisiones...
[Esto se está convirtiendo en una road movie... o en una road to hell movie].
[¿Que esto se está convirtiendo en lo qué? ¿O en lo qué? Perdona mi incultancia, pero no sé de qué estás hablando...]

[Esto más bien es una terror movie... Bueno, lo prometido es deuda. Ahí van unas cuantas respuestas. Pero no todas, que si no esto perdería la gracia.]

— Dime, ¿cómo voy a confiar en ti? —decía Amelia—. ¿Me secuestras y luego me ayudas a escapar de los hombres lagarto? ¿Cómo sé que en realidad no has hecho todo esto para que crea que estás de mi parte? Curiosamente, me secuestraste cuando Augusto estaba a punto de explicarme algo importante.
Estaban en la planta décima del edificio de cristales negros, en un enorme y luminoso despacho de diseño sin apenas muebles. Amelia estaba en pie, mientras Ávaro se había sentado en un sofá que estaba al lado. Se había servido una copa de bourbon y parecía saborearlo.
— Entiendo tus dudas. Lo comprendo. Bueno, quizás sí que pueda darte unas cuantas respuestas, hasta que llegue aquél a quien estamos esperando.
Amelia decidió guardar silencio, a la espera que Álvaro por fin le dijera algo que fuera cierto.
— Bajo esta joven apariencia humana, soy tan lagarto como los que has visto. Somos Ursakis y llegamos aquí hace tanto tiempo como los Astarsis. En realidad, llegamos un poco antes. —Paró para beber un sorbo de su copa—. El motivo por el que te secuestré, es porque era la única manera de desactivar el rastreador que te colocaron cuando empezaste este trabajo. La tecnología Ursakis es extremadamente avanzada, y sólo en esa base tenía el aparato adecuado para desactivar dicho rastreador.
— ¿Entonces los has traicionado, por qué? —preguntó un tanto incrédula.
— Mis motivos son míos y sólo míos. Estabas investigando los asesinatos Astarsis por orden del Consejo. Y estabas empeñada en llegar a la, según tú, madriguera Astarsi. De tener éxito, hubieras llevado a los Ursakis hasta ellos.
— ¿Por qué ese interés por los Astarsis?
— Porque ellos son lo único que se interpone entre mi raza y los humanos. Los Astarsis son los únicos que pueden acabar con los míos. Los únicos que pueden impedir que os conquisten y os conviertan en comida.
— ¿Entonces el Consejo está del lado de los Ursakis? —seguía preguntando Amelia.
— Eso aún no lo he averiguado. Ni tampoco sé para quién trabaja realmente tu amigo Augusto.
— Augusto trabaja para la CIA. Eso lo sé.
— ¿Y para quién trabaja realmente esa división de la CIA? ¿Lo sabes con seguridad? Debes entender que los Ursakis llevamos más de sesenta años en la Tierra. Nos ha dado tiempo de infiltrarnos en vuestra sociedad a todos los niveles, y de conseguir poderosos aliados humanos que creen que serán unos privilegiados en el nuevo régimen.
— ¿Y tú para quién trabajas? ¿Ante quién respondes realmente?
Álvaro giró la cabeza hacia la puerta, al tiempo que esta se abría, y una persona hizo su entrada.

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