28 junio 2011

Capítulo Cinco (III)

— Álvaro, ¿estás seguro de esto? —le preguntó el hombre lagarto.
— No, pero no queda otro remedio. —Amelia les miraba estupefacta—. Ya tienes lo que querías, ahora hay que sacarla de aquí.
— Está bien, como quieras. —El líder de los supuestos alienígenas se quedó mirando a Amelia—. ¿Y cómo lo vas a hacer?
— Improvisaré —contestó Álvaro. Y sin previo aviso le dio un puñetazo en la cara al hombre lagarto que lo lanzó contra la pared, cayendo al suelo sin sentido. Comenzó a desabrochar las correas que mantenían a Amelia amarrada a la cama—. Rápido, tenemos poco tiempo.
— ¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que iré contigo a ninguna parte?
— ¿Prefieres quedarte aquí? —le inquirió mientras con un leve movimiento de cabeza señalaba el cuerpo inconsciente del hombre lagarto —. Yo voy a salir por patas. No tengo tiempo de explicártelo ahora.
Una vez acabó de desatar a Amelia, sacó una pistola que tenía escondida debajo de la camisa, a la espalda. Comprobó que estaba cargada y apuntó hacia el cuerpo caído del escamoso ser.
Amelia se estiró, desentumeciendo los músculos, pero sin perder de vista a Álvaro. Segundos más tarde, éste dejó de apuntar al ser y se dirigió a la puerta, poniendo la oreja en ella.
— Parece que el pasillo está despejado. ¿Estás lista?

[Hala, todo un ejército de de la resistencia convertida en un puñetazo y tentetieso y salir por patas. O sea, que Álvaro la ha llevado allí para luego huir de allí a base de ostias. Está claro, Álvaro es Chuck Norris.]

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