21 junio 2011

Capítulo Cuatro (X)

Álvaro dejó la taza sobre una mesa y se agachó al lado de Amelia. Después la cogió en brazos y la depositó con suavidad sobre un sofá cercano. Ya casi no sentía dolor en la pierna, la herida de costado estaba tardando un poco más en regenerarse. Pero se empezaba a acostumbrar al dolor. Y a otras sensaciones.
Se la quedó mirando, le apartó el pelo de la cara. Recorrió con el dedo una de las cicatrices que le cruzaban el rostro. Un ruido a su espalda le sacó del ensimismamiento.
Augusto forcejeaba con sus ligaduras. Inútilmente. Delante de Amelia se había mostrado fuerte y seguro de sí mismo; estando ahora a solas con Álvaro, se mostraba como un niño asustado, a punto de llorar. Pero no se iba a dejar engañar, no era la primera vez que trataba con ese hombre, aunque este no lo recordara.
— ¿Qué vas a hacer conmigo? —dijo Augusto con voz entrecortada.
Álvaro se sentó en la silla en la que había estado sentada Amelia y se lo quedó mirando un buen rato, viendo cómo se movía inquieto, sin apartar la vista de sus ojos. Después se levantó, sin decir una palabra, y salió de la casa.
Augusto dejó de temblar y calculó sus opciones. No tenía ninguna. Ya había avisado a su equipo, aunque sabía que le habían quitado su localizador, por lo que no le encontrarían con facilidad. Quizás cuando lo hicieran ya estaría muerto.
Álvaro entró de nuevo en la casa, portando un pequeño maletín, que depositó sobre la mesa, al lado de la taza.
— ¿Qué es eso? —preguntó Augusto sin dejar de mirar el maletín.
Álvaro recogió a Amelia del sofá y se dirigió a la puerta.
— Un regalo —dijo antes de salir—. Ya sabes qué tienes que hacer con él, o por lo menos qué crees que tienes que hacer. Los tuyos no tardarán en llegar, así que no hagas ninguna estupidez.
Y salió de la casa. Augusto no tardó mucho en oír alejarse un coche.

[Aquí se mueven maletines, se ve que es la última jornada de liga y se juegan el descenso.]

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