20 mayo 2011

Capítulo Cuatro (IV)

— Nos vemos de nuevo, Amelia.
— No es que sea ningún placer para mí —dijo Amelia, saliendo de la penumbra en la que se encontraba para acercarse ligeramente a la posición de Augusto—. Cuanto menos sepa de ti, mejor.
— Amelia, Amelia, siempre tan arisca. Como un gato con hambre.
Amelia se lo quedó mirando, esperando a que dijera algo interesante. Augusto miró alrededor.
— ¿No me dijiste que no vendrías sola?
— ¿Quién te dice a ti que estoy sola? Mueve la mano que no debes y ya no moverás nada más.
— Necesito saber con quién estás. No puedo hablar de esto con cualquiera.
— He traído seguridad, igual que tú. Tampoco veo las caras de tu gente a través de esos cristales tintados... ni los quiero ver. Aunque seguro que no me dan tanto asco como su jefe.
— Sé cosas que tú no sabes.
— No lo niego.
— Necesitamos compartir información, Amelia. Estamos buscando lo mismo. Podemos llegar a algunos acuerdos.
— Pero nuestros intereses son... diferentes. Escucha, no soy tan tonta como para rechazar las negociaciones, pero, seamos realistas: ahora que estás fuera dudo que puedas ofrecerme algo que me interese.

[Augusto me he quedado.]

No hay comentarios: