30 octubre 2012

Capítulo Ocho (III)

[Vaya, Mike, me congratula saber que no soy la única que tiene ideas inconexas... y amigos imaginarios].
Dos seres con forma de lagarto habían aparecido como de la nada y se aproximaban hacia ellos, sin importarles lo más mínimo las balas que salían del arma de Amelia ni el arrojo que la mujer siempre mostraba cada vez que la acorralaban.
— ¡Atrás!
La voz de Amelia resonó como un eco en los hediondos túneles, pero los Ursakis se miraron entre ellos y sonrieron con ironía.
— Tranquila... solo estamos interesados en el traidor.
Álvaro se puso torpemente en pie con el pelo lleno de inmundicias y tiró a Amelia de la manga.
— Creo que... deberíamos... correr.
Amelia retiró el brazo para deshacerse de la mano de Álvaro, volvió a apuntar y disparó. Juraría que algo había impactado cerca del hombro de uno de los lagartos, pero ni siquiera se había inmutado. "Mierda", pensó. Los habían descubierto demasiado pronto. Ahora jamás volvería a encontrar la entrada que había descubierto meses atrás. Comenzó a retroceder.
— No tenéis salida —les advirtió uno de los Ursaki—. Los demás ya han sido avisados.
Álvaro miró nerviosamente hacia atrás. La vía estaba libre... siempre que se dieran prisa. Estaba harto de que Amelia pensara que era un cobarde, pero había veces que la única solución era huir.

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