23 mayo 2011

Capítulo Cuatro (V)

— Prefiero estar fuera que estar dónde estaba antes —aclaró Augusto—. Te has equivocado de bando, Amelia.
— Yo no tengo bando —replicó ella—. Trabajo para quien me paga. Y el Consejo me paga bien, además de darme la infraestructura que necesito.
— Ya, claro. Amelia siempre tiene la conciencia tranquila, porque sólo es una mercenaria —alegó Augusto en tono irónico.
— Te fuiste, cambiaste de bando. Robaste información y encima te llevaste por delante a mucha gente para hacerlo.
— Gente, y lo que no era gente también —contestó él muy tranquilo.
— No sé de qué hablas, pero déjate de rollos —atajó Amelia—. Intentaste matarme, me habéis echado de la carretera y me habéis disparado. Así que no me vengas con esas de que quieres negociar o intercambiar información.
— Sólo intento averiguar por qué trabajas para el enemigo. ¿Por qué trabajas para ellos? Se preparan para exterminar o dominar a la especie humana, y tú les estás ayudando.
Amelia se quedó petrificada. ¿De qué diablos estaba hablando?
Y entonces se oyó un disparo.

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