18 abril 2011

Capítulo Tres (II)

[Tranquilos chicos, Álvaro es un personaje de la historia por derecho propio, y punto. Además, hace tiempo que sé lo que haré con él. ¡Y ninguno me vais a quitar el gustazo! Por cierto Diego, gracias, por una vez me habéis dejado la cosa facilita.]

El habitáculo del BMW estaba inundado por el indestructible olor a menta de Amelia. Esa era su constante, ese olor tenue, nada fuerte ni empalagoso, que nunca desaparecía cuando ella estaba presente.
Álvaro la miró de reojo y no pudo evitar hacerle una pregunta que hacía rato le rondaba la cabeza. Amelia sabía que iba a preguntarle algo antes de que él hubiera abierto la boca. Pero también sabía que debía contestar, o no conseguiría que éste se callara nunca. Álvaro estaba resultando ser un maldito libro abierto.
— ¿Por qué da la impresión que no disfrutes con este...?
— Porque no disfruto con el maldito trabajo —contestó ella sin dejarle terminar, mientras su vista se perdía a través de la ventanilla en la oscuridad del ya frondoso bosque.
— ¿Y por qué lo haces entonces?
El silencio se hizo en el habitáculo, como si ella no quisiera o no supiera contestar a esa pregunta.
— Ya lo intenté dejar una vez —dijo al fin—. Pero se empeñan en contratar a boy scouts como tú —se giró hacia él—. Hago esto porque no hay nadie más que lo haga como yo, bien, de manera eficaz y con profesionalidad. Cuando encuentre a alguien que trabaje tan bien como yo, le pasaré el testigo bien gustosa y desapareceré.
Álvaro fue a hablar, pero se calló. Mantuvo el silencio mientras ella le miraba fijamente, desafiándolo a decir algo más. Y tal como supuso Amelia, el nuevo no pudo resistirse.
— Yo no soy un boy scout...

[Uy, David, yo no habría dicho nada de lo de Álvaro, sobretodo sabiendo que Silvano es el siguiente. Será que no ha dicho veces que quiere lanzarle un perrito bomba... Sólo te puedo asegurar que si llega vivo a mi trozo, no haré que se mate en un accidente contra uno de esos árboles...]

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