12 septiembre 2011

Capítulo Seis (V)

El chico le tendió la mano.
— ¿Vienes conmigo?
Amelia se bajó del banco, despacio, y se puso al lado del chico, pero no le dio la mano. Avanzaron por el pasillo oscuro, lleno de puertas.
De detrás de cada puerta se oían diferentes sonidos, que no podía definir. Del interior de una de las habitaciones surgió un ruido grave y muy fuerte, una mezcla entre el rugido de un gran animal y el sonido que hacía una caldera vieja al arrancar. Ese ruido la sobresaltó, y unos pasos más adelante descubrió que se había acercado más a Augusto y le había dado la mano.
— Ya llegamos, tranquila —Algo en la voz de ese chico la tranquilizaba un poco, le daba seguridad.
— ¿Tengo que quedarme mucho tiempo aquí? —preguntó intentando ocultar su nerviosismo.
— No te sé decir. Yo llegué cuando era más pequeño que tú, casi ni me acuerdo ya.
Se acercaban al final de largo pasillo, a una puerta aparentemente sin pomo, y vio cómo Augusto tocaba en una zona de la misma y se abría, dejándolos ciegos por un momento, dada la cantidad de luz de salía de la apertura.
Una vez se acostumbraron sus ojos, Amelia descubrió que no entraban a ninguna habitación, sino que salían a un patio enorme, con árboles, columpios y, lo que era más importante, otros niños. Gritos de unos niños que aparentemente estaban jugando a perseguirse, canciones de unas niñas que jugaban a la comba, silbidos de otros que estaban jugando con una pelota. Estos y otra serie de sonidos similares inundaron los oídos de Amelia, que le hizo olvidarse por un momento de quién era, de lo mal que lo había pasado, del miedo que había pasado, y lo sustituyó todo por una sonrisa.

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