16 febrero 2013

Crónicas Mortales - Prólogo (IV)

Una amiga me acaba de matar.
Lo sé, estas cosas pasan, pero no me lo esperaba, no de ella... Parece que es más inteligente de lo que yo pensaba. Me ha empujado en el transcurso de una fuerte discusión, he perdido el equilibrio, y mientras caía desde el sexto piso y me convertía en horrorizado testigo de cómo mi cuerpo se hacía trizas allá abajo, me he dado cuenta de que en algún momento he debido cometer un fallo muy grave.
Mírala la muy zorra… Está hablando con el policía, fingiendo sus lágrimas, paseando nerviosa con un cigarrillo entre sus dedos, una mirada perdida en sus ojos. Un accidente, dice. O tal vez un suicidio, porque yo no llevaba bien que se hubiera liado con mi ex. Mentirosa...
¿Por qué no le cuentas la verdad? ¿Por qué no le cuentas cómo habíamos planeado su muerte entre las dos después de que te engañara a ti también? ¿Por qué no me dijiste que te estabas echando atrás? Ahora comprendo la palidez en tu rostro cuando te describí paso por paso lo que había hecho con él... y cómo te abalanzaste sobre mí cegada por la ira. Aún le querías… y mira ahora dónde nos ha llevado todo esto. Yo estoy muerta y tú lo vas a estar dentro de poco, aunque seas una muerta en vida.
El juez está ordenando el levantamiento de mi cadáver. Ya se lo llevan para hacerle la autopsia. Veo una luz brillante que se aproxima, pero me temo que va a tener que esperar.
Nos iremos las dos, o no nos iremos ninguna.
[Me ha encantado. Alucinante. Tengo los pelos de punta.]

10 febrero 2013

Crónicas Mortales - Prólogo (III)

¡He vuelto!!!
Un día me desperté muerto.
Bueno, en realidad no me desperté. Supongo que ahí radica el problema. Un buen día me eché a dormir y luego, lo siguiente que recuerdo, es verme ahí, en aquella mierda de cama, con una sábana por encima.
La celda era bastante pequeña, así que cuando entró el forense el resto tuvo que salir. Eran el responsable del turno de los funcionarios de prisiones, el responsable de turno de la puta poli y otro madero de la secreta. Ninguno de ellos se había inmutado lo más mínimo al verme muerto. Bueno, mentira, todos habían mostrado sorpresa, pero nada más.
El forense fue el único que no sintió nada al retirar la sábana. Claro, era el único que no me conocía, y el único que, al igual que yo, estaba acostumbrado a ver la muerte de otra manera, como un trabajo.
- ¿No han visto nada extraño en el cuerpo? -preguntó el forense.
- Nada de nada -contestó el de la secreta desde la puerta-. Está en primer grado, así que nadie ha accedido a él y no tiene compañero de celda.
- ¿Drogas? -volvió a preguntar el forense, sin mirarlos, mientras examinaba mi cuerpo.
- No me consta que fuera consumidor -contestó el responsable del turno de prisiones.
Aquello me hizo pensar. Yo tampoco sabía de qué había muerto. ¿Infarto? ¡Tonterías! No tenía problemas médicos, era capaz de correr kilómetros sin que mis pulsaciones subieran. Pero por la cara de aquellos maderos y funcionarios sabía que no les importaba una mierda. Qué cojones, mucha gente se alegraría.
- Llamaré a su señoría para decirle que no hace falta que venga -dijo el forense cuando dio su trabajo por terminado.
- Sargento, llame ya a la funeraria. Que se lo lleven.
Luego se inclinó hacia mi cuerpo y antes de taparme de nuevo dijo:
- Descansa en paz, hijo puta.
¡Vaya! Pues al final parece que sí me conocía.
Sí, ¡has vuelto! Y parece que te ha gustado el tema... A ver si se anima alguien más.

13 diciembre 2012

Crónicas Mortales - Prólogo (II)


Un día desperté muerta.
O eso creo.
Yo pensaba que la muerte era distinta. Que era como un sueño oscuro del que nunca despertabas. Y sin embargo, no recordaba haberme dormido. Lo último que recordaba era el camión que se me venía encima. Y el ruido del parabrisas al romperse en mil pedazos. Después me sobresaltó otro ruido bien distinto: el de la sierra eléctrica que utilizan los cirujanos para abrir cráneos... solo que éste no era un cirujano normal y corriente. Éste se dedicaba en exclusiva a los muertos.
No sentía tristeza al contemplar mi cuerpo allí inmóvil y destrozado, cubierto parcialmente por una sábana ensangrentada, mientras un desconocido hurgaba en mis entrañas. Aún no me consideraba muerta. Aún no comprendía qué me había pasado. Fascinada por los instrumentos metálicos de la mesita auxiliar, quise tocarlos, pero no pude. Traté de preguntarle al médico qué diablos pensaba que estaba haciendo con mi cuerpo... pero por alguna razón no me oyó.
Mi cara estaba gris y desfigurada. No me reconocía a mí misma. Pero de algún modo sabía que era yo... que había sido yo. ¿Por qué ya no podía mover mis brazos, mis manos? ¿Por qué mis ojos parecían tan vacíos?
En ese instante noté una extraña sensación. Habría jurado que alguien me observaba.

15 noviembre 2012

Perdidos

Silvano: ¿Qué te pasa tío? Estás desaparecido de la faz de la Tierra. Entiendo que el mundo pesa, pero para eso están los conocidos, para que te distraigan y te hagan más llevadera la carga...

Xmariachi: ¿Qué te pasa tío? Estás desaparecido de la faz de la Tierra. Entiendo que el mundo pesa, pero para eso están los conocidos, para que te distraigan y te hagan más llevadera la carga... Si no me crees pregúntale a Silvano.

David: ¿Cómo va todo? Tantas novedades recientes en tu vida te tienen absorbido. Ya no me llamas, no me escribes, no me echas de menos... Con todo lo que vivimos juntos, esas noches de verano en la playa, esas partidas de strip-ajedrez en las que no había perdedores, esas... No puedo seguir, que lloro...

Eowyn: Tú eres la única que mantiene viva la llama, recordándonos de vez en cuando lo insignificantes que somos, permitiéndonos soñar con un mundo mejor, dejando que nos imaginemos la vida como debería ser... Sigue así y serás recompensada en la otra vida, seguramente no teniendo que volver a saber de nosotros...

¿Dónde estáis, compañeros?

08 noviembre 2012

Crónicas Mortales - Prólogo (I) [Ampliado]

[Esto podría ser el principio de otra historia. Ignoradla o continuadla, pero sin perder de vista LA HISTORIA principal...]
Un día me desperté muerto. Jode que no veas. Porque tenía muchas cosas que hacer ese día. Tenía que pasar por el banco a mandarles un poquito a la mierda, y luego a los chinos a comprarme unos calcetines. Vale, visto así no eran tantas cosas, pero era viernes de puente, y ya se sabe que los viernes cuesta más hacer recados. Pero dio igual, me había muerto.
El forense, un tipo muy amable de manos frías, que para que lo diga un muerto imaginad lo frías que las tenía, determinó seis días después que la hora de mi muerte se había producido seis días antes, entre la hora de comer y la hora de la cena. Ciertamente se produjo mientras me echaba la siesta. Me duele un poco que no se hubiera dado cuenta nadie antes, que nadie me hubiera echado de menos. Sí que es verdad que en el trabajo acostumbraba a pasar inadvertido, y que prácticamente no tenía amigos, y que no me quedaba más familia que dos hermanos que no querían saber nada de mí, y que con los vecinos no me hablaba, pero... Ah, pues no es tan raro.
- Lástima de sofá -dijo mientras me examinaba, refiriéndose, supongo, al sofá sobre el que me encontraba-. Es una pena, parece nuevecito.
- Mi mujer me obligó a comprar uno de cuero blanco -le contestó uno de los agentes que se encontraban hurgando entre mis pertenencias-, porque "combina con las paredes". Como si ella entendiera de moda.
- Querrás decir de decoración -le corrigió un compañero mientras metía en una bolsa mi cadena de música, junto con mis CDs.
- Quiero decir de gilipolleces -siguió el primer policía al tiempo que guardaba en una caja mis libros y DVDs-. Un sofá es para sentarse, no para que juegue con las paredes.
- Se dice hacer juego, no jugar...
- Tú te las estás jugando -le amenazó, al tiempo que agitaba mi trofeo de bolos.
En ese momento entró un tipo trajeado y tirando a gordo, quien, por la rigidez que adquirieron los policías y la rapidez con la que se incorporaron y dejaron caer lo que tenían entre manos, debía ser el jefe.
- ¿Y bien, cuál es la causa de la muerte? -preguntó rutinariamente. Claramente se dirigía al forense, pero no apartaba la vista de mi televisor de 42 pulgadas, calculando mentalmente si le cabría en el maletero.
- Pues no está clara -Tanto el jefe como los agentes se quedaron estupefactos, mirando hacia mi cuerpo.
- ¿Qué es lo que no tiene claro?
- El cadáver presenta diecisiete heridas de bala en diferentes partes del cuerpo, desde el muslo derecho hasta la oreja izquierda, repartidos desigualmente y sin un orden aparente, como si hubieran disparado sin mirar o con mala puntería.
El jefe se lo quedó mirando, instándole a continuar. Cosa que no hizo, por cierto, hasta que se lo dijo.
- Por favor, continúe.
- Pero también presenta un corte aparentemente leve en un dedo, oculto debajo de una tirita -Hizo una pausa dramática, como dándose importancia, mientras el resto de los que nos encontrábamos en la habitación, vivos y muertos, pensábamos que ese había visto demasiados episodios de CSI-. Hasta que no le haga más pruebas no le podré dar una respuesta definitiva.

30 octubre 2012

Capítulo Ocho (III)

[Vaya, Mike, me congratula saber que no soy la única que tiene ideas inconexas... y amigos imaginarios].
Dos seres con forma de lagarto habían aparecido como de la nada y se aproximaban hacia ellos, sin importarles lo más mínimo las balas que salían del arma de Amelia ni el arrojo que la mujer siempre mostraba cada vez que la acorralaban.
— ¡Atrás!
La voz de Amelia resonó como un eco en los hediondos túneles, pero los Ursakis se miraron entre ellos y sonrieron con ironía.
— Tranquila... solo estamos interesados en el traidor.
Álvaro se puso torpemente en pie con el pelo lleno de inmundicias y tiró a Amelia de la manga.
— Creo que... deberíamos... correr.
Amelia retiró el brazo para deshacerse de la mano de Álvaro, volvió a apuntar y disparó. Juraría que algo había impactado cerca del hombro de uno de los lagartos, pero ni siquiera se había inmutado. "Mierda", pensó. Los habían descubierto demasiado pronto. Ahora jamás volvería a encontrar la entrada que había descubierto meses atrás. Comenzó a retroceder.
— No tenéis salida —les advirtió uno de los Ursaki—. Los demás ya han sido avisados.
Álvaro miró nerviosamente hacia atrás. La vía estaba libre... siempre que se dieran prisa. Estaba harto de que Amelia pensara que era un cobarde, pero había veces que la única solución era huir.

25 septiembre 2012

Ideas inconexas

Cuando mi amigo imaginario me dijo que estaba loco no pude contenerme y le mandé a la mierda. ¿Quién se había creido? No era más que un producto de mi enfermiza imaginación...

13 septiembre 2012

Capítulo Ocho (II)

— ¿Quieres decir que no te has perdido? —preguntó Álvaro.
— No.
El tono de la respuesta era poco amigable, pero se arriesgó a seguir preguntando.
— ¿Estás segura? Esa rata muerta me suena; o nos está siguiendo o ya hemos pasado antes por aquí.
— Cállate.
Amelia paró tan en seco que chocó con ella y salió rebotado hacia atrás. Por poco no perdió el equilibrio.
— ¡Eh! No es para ponerse así, yo solo mbhfgl... —Antes de acabar la frase Amelia se había girado a una velocidad asombrosa, le había tapado la boca y lo había atrapado contra la pared.
— No hagas ningún ruido —le susurró al oído—, creo que no estamos solos.
Álvaro agudizó el oído, pero solo conseguía oír sus propios latidos, acelerados por la proximidad de Amelia. El olor a menta que ella desprendía le mareaba y le excitaba al mismo tiempo, y ninguna de las dos cosas le convenían en ese momento. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza indicando que iba a mantener el silencio, pero ella no retiró la mano ni se apartó de él.
Se le estaba haciendo eterno cuando oyó un chapoteo que procedía de la última intersección por la que habían pasado. Se llevó la mano al arma, pero no le dio tiempo a desenfundar. Justo antes de oírse el primer disparo Amelia lo empujó hacia el suelo al tiempo que se lanzaba contra la pared contraria, desenfundaba y disparaba contra la intersección. Álvaro no pudo hacer más que sacar la cabeza de las aguas residuales, escupir lo que fuera que le hubiera entrado en la boca y contemplar atónito la escena.

12 septiembre 2012

Delirios fanáticos

Han llegado a nuestras manos unos documentos que, a pesar de los intentos del gobierno por ocultarlos, vamos a tener que sacarlos a la luz; nos quema las manos (y a algunos los ojos).
El primer dibujante (de momento creo que prefiere seguir en el anonimato) que se ha atrevido a ilustrar nuestra disparatada historia nos presenta sus primeros bocetos:

  

¿Decepcionado? ¿O ahora sí que sabes lo que es un Astarsi? Puedes opinar y hacernos alguna sugerencia. Puede que hasta la tengamos en cuenta.

09 agosto 2012

Capítulo Ocho (I)

[Tenéis razón, un capítulo no acaba hasta que empieza otro. Pues aquí va. Voy a alejarme un poco de los payasos, que me dan miedo. Menos mal que Eowyn nos ha dejado con un buen final...]
Los túneles apestaban a humedad, a podrido, a inmundicia y a todas aquellas indeseables cosas que todo ser humano tiraba por el retrete en una ciudad como aquella. Álvaro tuvo que taparse la nariz y la boca con la parte interna del codo, y aún así sintió unas náuseas terribles. A Amelia en cambio no pareció importarle, ni siquiera una muesca de asco asomó por su inexpresivo y duro rostro. A Álvaro se le hacía extraño verla sin su gabardina, pero ahora vestía de negro. Botas de caña alta, pantalones de campaña, chaqueta operativa y una pequeña mochila. Álvaro vestía de calle, como siempre, como un simple humano. Instantes antes de entrar allí no sabía a dónde iban, y maldijo en silencio a la investigadora por no avisarle. La maldijo casi al mismo tiempo que sus zapatos se llenaron de una sustancia viscosa, negra, que nadie en su sano juicio se habría atrevido a oler. Ella le miró de reojo.
— ¿Te parece normal bajar a las alcantarillas con esa ropa? —le preguntó con frialdad.
Y entonces Álvaro supo que ella se estaba vengando por todas sus mentiras. Sabía que las pagaría caras. Al fin y al cabo, ella era la serpiente. El arma secreta contra su propia raza.

Capítulo Ocho

Guía de colores:
David Loren Bielsa
Silvano
Xmariachi
MikeBSO
Eowyn


[Tenéis razón, un capítulo no acaba hasta que empieza otro. Pues aquí va. Voy a alejarme un poco de los payasos, que me dan miedo. Menos mal que Eowyn nos ha dejado con un buen final...]
Los túneles apestaban a humedad, a podrido, a inmundicia y a todas aquellas indeseables cosas que todo ser humano tiraba por el retrete en una ciudad como aquella. Álvaro tuvo que taparse la nariz y la boca con la parte interna del codo, y aún así sintió unas náuseas terribles. A Amelia en cambio no pareció importarle, ni siquiera una muesca de asco asomó por su inexpresivo y duro rostro. A Álvaro se le hacía extraño verla sin su gabardina, pero ahora vestía de negro. Botas de caña alta, pantalones de campaña, chaqueta operativa y una pequeña mochila. Álvaro vestía de calle, como siempre, como un simple humano. Instantes antes de entrar allí no sabía a dónde iban, y maldijo en silencio a la investigadora por no avisarle. La maldijo casi al mismo tiempo que sus zapatos se llenaron de una sustancia viscosa, negra, que nadie en su sano juicio se habría atrevido a oler. Ella le miró de reojo.
— ¿Te parece normal bajar a las alcantarillas con esa ropa? —le preguntó con frialdad.
Y entonces Álvaro supo que ella se estaba vengando por todas sus mentiras. Sabía que las pagaría caras. Al fin y al cabo, ella era la serpiente. El arma secreta contra su propia raza.
— ¿Quieres decir que no te has perdido? —preguntó Álvaro.
— No.
El tono de la respuesta era poco amigable, pero se arriesgó a seguir preguntando.
— ¿Estás segura? Esa rata muerta me suena; o nos está siguiendo o ya hemos pasado antes por aquí.
— Cállate.
Amelia paró tan en seco que chocó con ella y salió rebotado hacia atrás. Por poco no perdió el equilibrio.
— ¡Eh! No es para ponerse así, yo solo mbhfgl... —Antes de acabar la frase Amelia se había girado a una velocidad asombrosa, le había tapado la boca y lo había atrapado contra la pared.
— No hagas ningún ruido —le susurró al oído—, creo que no estamos solos.
Álvaro agudizó el oído, pero solo conseguía oír sus propios latidos, acelerados por la proximidad de Amelia. El olor a menta que ella desprendía le mareaba y le excitaba al mismo tiempo, y ninguna de las dos cosas le convenían en ese momento. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza indicando que iba a mantener el silencio, pero ella no retiró la mano ni se apartó de él.
Se le estaba haciendo eterno cuando oyó un chapoteo que procedía de la última intersección por la que habían pasado. Se llevó la mano al arma, pero no le dio tiempo a desenfundar. Justo antes de oírse el primer disparo Amelia lo empujó hacia el suelo al tiempo que se lanzaba contra la pared contraria, desenfundaba y disparaba contra la intersección. Álvaro no pudo hacer más que sacar la cabeza de las aguas residuales, escupir lo que fuera que le hubiera entrado en la boca y contemplar atónito la escena.
[Vaya, Mike, me congratula saber que no soy la única que tiene ideas inconexas... y amigos imaginarios].
Dos seres con forma de lagarto habían aparecido como de la nada y se aproximaban hacia ellos, sin importarles lo más mínimo las balas que salían del arma de Amelia ni el arrojo que la mujer siempre mostraba cada vez que la acorralaban.
— ¡Atrás!
La voz de Amelia resonó como un eco en los hediondos túneles, pero los Ursakis se miraron entre ellos y sonrieron con ironía.
— Tranquila... solo estamos interesados en el traidor.
Álvaro se puso torpemente en pie con el pelo lleno de inmundicias y tiró a Amelia de la manga.
— Creo que... deberíamos... correr.
Amelia retiró el brazo para deshacerse de la mano de Álvaro, volvió a apuntar y disparó. Juraría que algo había impactado cerca del hombro de uno de los lagartos, pero ni siquiera se había inmutado. "Mierda", pensó. Los habían descubierto demasiado pronto. Ahora jamás volvería a encontrar la entrada que había descubierto meses atrás. Comenzó a retroceder.
— No tenéis salida —les advirtió uno de los Ursaki—. Los demás ya han sido avisados.
Álvaro miró nerviosamente hacia atrás. La vía estaba libre... siempre que se dieran prisa. Estaba harto de que Amelia pensara que era un cobarde, pero había veces que la única solución era huir.

Continuará...

Capítulo Siete (XII)

El intruso alargó su mano y comprobó el pulso de Gonzalo palpando con sus dedos índice y corazón la piel del cuello. Hizo un gesto de repugnancia al notar el tacto frío del viejo. Luego, levantó con cuidado sus párpados y comprobó que las pupilas estaban bien dilatadas, un gran círculo negro en el centro de sus ojos que le daban un aspecto... extraño.
Después, con parsimonia, abrió el maletín que había dejado encima de la mesa. Sacó la pistola de inyección y la dejó lista para ser cargada. Se puso unos guantes de látex y observó los viales dispuestos ordenadamente en la espuma gris que forraba el interior del maletín. Había un hueco vacío. Álvaro se había olvidado mencionar este detalle... trataría de sacarle la verdad a golpes la próxima vez que le viera. Mientras tanto, no importaba. Al menos tenía lo que quería. Los viales estaban marcados con unas letras que parecían hebreas o tal vez griegas... y el color del líquido que contenían era distinto en cada uno. Cogió el que estaba más a la derecha, de color púrpura, lo agitó, lo miró al trasluz, y lo colocó boca abajo en la pistola. Localizó el punto que le interesaba en el cuello de Gonzalo y apoyó con fuerza el cañón. Sabía que iba a ser doloroso. Muy doloroso. Por eso había tenido que sedarle... bueno, por eso, y porque jamás le habría permitido acercarse a él con un arma en la mano, aunque no fuera letal.
El cuerpo de Gonzalo dio un salto cuando apretó el gatillo. Se aseguró de que toda la dosis entrase sin problemas, retiró el vial vacío y devolvió la pistola a su sitio. Augusto se permitió a sí mismo sonreír por primera vez. La primera parte de su misión estaba cumplida.
[Me encanta cuando todas las piezas encajan (vale, casi todas)... Ni que lo hubieras hecho a posta, Mike.]

Capítulo Siete (XI)

[El capítulo no acaba hasta que no empieza otro :P]
De repente, notó cómo la habitación empezaba a inclinarse hacia la derecha. Instintivamente se agarró a su escritorio, pero este parecía estar de acuerdo con el resto de su despacho y también se inclinaba hacia el mismo lado. La vista se le comenzó a nublar, pero aún le dio tiempo a enfocar su vaso de whisky, medio lleno (la esperanza es lo último que se pierde). Maldijo su error de novato mientras caía, pero las palabras no llegaron a salir de su boca. Finalmente su cabeza golpeó el suelo, pero ya no lo sintió (aunque le iba a quedar un buen chichón).
De haber estado consciente habría visto abrirse la puerta, lentamente, y cómo alguien entraba en su despacho. De haber estado consciente se habría extrañado de que su secretaria, por no decir el personal de seguridad que vigilaba a través de las cámaras estratégicamente colocadas y ocultas, hubiera permitido a nadie atravesar su puerta sin permiso sin dar la alarma. De haber estado consciente habría reconocido al intruso, el cual se agachó a su lado y le miró atentamente varios segundos, como si estuviera tomando una decisión.

31 julio 2012

Capítulo Siete (X)

[Se os ha ido cantidubidudida... ¿no?]
La voz de Gonzalo sonó a través del teléfono móvil. Era una voz tranquila, casi inexpresiva. Era uno de los líderes de los Astarsis y debía mantener la calma en todo momento. No debía dejar que las emociones que en aquel momento le embriagaban alteraran sus decisiones. Por eso cuando pidió la información a su agente contestó con tono seco. Quería saber si algún líder Ursakis había muerto en la explosión del barco. El agente le comentó que no se habían encontrado restos de nada más que escoria interplanetaria. Como siempre, los hombres de Ometh habían escapado en el último momento a la catástrofe. A Gonzalo le dio igual. Cuando colgó sabía que la guerra acabaría cuando Amelia fuera atrapada por los Ursakis. Entonces se desataría el infierno sobre aquella raza opresora y fascista. De un plumazo se libraría de Ometh y de los suyos, para el bien de los Astarsis y de toda la Galaxia. Por desgracia, los humanos no sobrevivirían. Les había cogido cariño. Pero poco.
[Fín de este cap. Supongo.]

26 julio 2012

Capítulo Siete (IX)

Uno de los agentes del equipo de reconocimiento y recogida de pruebas, el más alto, que parecía ser el jefe, hizo una señal a los demás para que guardaran sus armas. El peligro había pasado. Dando un suspiro, se dio la vuelta y al pasar al lado del agente que seguía jugando con el móvil, intentó reprimir el deseo de darle una colleja. Pero no lo consiguió.
— ¡Auuh! —gritó su subordinado, mientras el móvil parecía querer írsele de las manos. Acto seguido se frotó la parte de la cabeza que su compañero le había golpeado.
Otro, aún bajo los efectos de la ansiedad que le había producido la inquietante amenaza de un grupo de payasos armados con una bocina, sacó un cigarrillo y lo encendió. Pero a la primera calada los ojos se le inyectaron en sangre y la cara se le empezó a hinchar.
El agente de mayor estatura se plantó frente a él y esperó hasta que observó los primeros síntomas de asfixia. Entonces le arrancó el cigarrillo de la boca y lo tiró a la acera.
— ¿Pero es que no sabes que nosotros no podemos fumar?
Cuando el otro se recuperó de las toses y el color normal (es decir, algo grisáceo), retornó a su piel, contestó:
— Pero... a mí me dijeron que teníamos que imitar en todo a los humanos.
— Sí, claro, ¿y si los humanos se tiran por un puente, tú también te vas a tirar?
— Bueno...
En ese momento la sintonía de "El Equipo A" comenzó a sonar, y todos miraron alrededor preguntándose de dónde provenía.
El agente al que había propinado la colleja se acercó hasta él, ruborizado hasta las orejas, y mientras la sintonía no dejaba de sonar, le extendió el móvil.
— Es el jefe —dijo, con una tímida sonrisa.
[Quería probarme a mí misma que era capaz de escribir como Mike... Lo sé, no estoy a la altura. Pero seguiré intentándolo.]
[Si me vas a usar a mí como modelo a seguir lo llevas claro, muñeca, puedes acabar tan desquiciado como yo. ;-)]

23 julio 2012

Capítulo Siete (VIII)

[¿Hemos vuelto? No lo sé, quizás. Pero mientras lo decidimos, aquí va esto.]
Tres furgonetas grises, y una blanco oscuro, se presentaron en el muelle seis minutos, diecinueve segundos y trescientas setenta y cuatro milésimas de segundo después de la explosión, aproximadamente. Antes no era, eso seguro. De las tres furgonetas grises se bajaron varios equipos, como unos tres, de reconocimiento y recogida de pruebas, que sin perder el tiempo comenzaron su trabajo de, sí, de reconocimiento de la zona y de recogida de pruebas en la zona. De la furgoneta de color blanco oscuro se bajaron tres payasos. Fue un momento tenso.
Todos los agentes se giraron a mirarlos y se quedaron parados en su sitio. Se oyeron unas toses.
— ¡Estoooo, ¿no se celebra aquí una fiesta de cumpleaños?! —le gritó uno de los payasos al agente que tenía más cerca. Le gritó porque era sordo. El payaso. Afortunadamente el agente también, y le vino bien que le gritara. Aún así no le contestó.
— Tío, tío, tío —le dijo al primer payaso uno de los otros, al parecer su sobrino—, me da que nos hemos equivocado de sitio.
— ¡¿Estás seguro?! —le replicó sarcásticamente y a grito pelado el primero—. ¡¿En qué lo has notado?!
— En que no hay globos.
Por su parte los agentes se mantenían en sus puestos. Eran equipos de reconocimiento y recogida de pruebas, no habían pensado que fueran a necesitar equipos de desalojo de payasos y no había ido ninguno. Inseguros sobre el procedimiento a seguir, esperaron. Uno de los payasos, el que aún no había dicho nada, siguió sin decir nada. Pero metió la mano en un bolsillo.
Todos los agentes, menos uno que estaba jugando con el móvil, sacaron rápidamente sus armas y apuntaron con ellas a los payasos. El que no había dicho nada, que seguía sin decir nada, sacó lentamente la mano del bolsillo, pero no la sacó vacía. En ella llevaba un instrumento en parte metálico, con el que también lentamente apuntó a los agentes. Pulsó un extremo de ese instrumento y sonó un fuerte bocinazo. Faltó poco para que los acribillaran.
El payaso sordo, después del sobresalto, se giró, se quitó uno de los zapatones y comentó a arrearle en la cabeza con él mientras lo empujaba hacia la furgoneta de color negro claro. Perdón, blanco oscuro. A veces los confundo.
— ¡Tira, tira, anda! ¡Dame las llaves, que ahora conduzco yo! —le gritó entre zapatazo y zapatazo-. ¡Eso me pasa por hacerle caso a mi mujer! —Se subieron los payasos y arrancaron la furgoneta—. ¡"Llévate a mi hermano, que se aburre". ¿Quién me manda hacerle caso a la muy...?! —Su voz se fue perdiendo mientras se alejaban de los muelles.
[Como no recordaba exactamente qué habíamos escrito (solo me he leído la última aportación de David), ni a quién le tocaba, he continuado yo y como me ha parecido. Y es lo que pienso hacer a partir de ahora.]