14 marzo 2011

Capítulo Uno (I)

El callejón se cernía en la más profunda oscuridad cuando dos ojos felinos irrumpieron entre las sombras, a sabiendas de que éstas no se iban a achantar rápidamente.
El gato callejero era de un hermoso color negro azabache y estaba hambriento. Su mirada hipnótica repasó el callejón hasta ver el platito que habitualmente estaba lleno de leche a estas horas. Sin embargo, aquella noche, nadie lo había llenado.
El platito se encontraba al lado de la puerta de atrás de un restaurante de la zona, barato y de escasa variedad en sus menús.
Fue entonces cuando reparó en los dos mocasines que sobresalían de entre las bolsas de basura, al lado de un enorme contenedor verde.
El gato maulló consciente del olor que se intentaba camuflar entre los restos podridos de comida. A aquellos mocasines les seguían dos piernas, inertes y olorosas.
Aunque estaba mezclado con otros tantos olores procedentes de los desperdicios, ese en concreto le era familiar. Así que tras echar un último vistazo al plato vacío, se acercó lenta, muy lentamente, al origen de ese olor.

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