14 marzo 2011

Capítulo Uno (II)

De forma instintiva, como no podía ser de otra manera, no fue directamente, sino dando un rodeo, desde atrás. Con la cola en alto, con los músculos en tensión, con los sentidos agudizados, también por instinto.
Según se acercaba se intensificaban los olores. El conocido destacaba sobre los hedores que producía la basura. Olía a carne más o menos fresca, a pescado, a verduras pasadas, a leche ligeramente rancia. Eso hizo rugir sus tripas.
Pero por encima de todo, por encima de la pestilencia que rezumaban las bolsas, le llegó otro olor que también le era familiar. En otras circunstancias se habría acercado más, hasta encontrar la fuente.
El instinto se encargó de advertirle sobre ese olor en concreto, que le hizo arquear la espalda, soltar un bufido y echar a correr con una agilidad sorprendente para un gato tan escuálido.
El olor a sangre.

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