19 marzo 2011

Capítulo Uno (IV)

– Vengo por un aviso –dijo por fin el policía cuando comprobó que se habían quedado solos.
– Antes que nada, agente, quiero dejar claro que no he sido testigo de nada y tampoco he tocado nada –comenzó de repente la camarera sin dejar de secar unos vasos.
– ¿Tocar el qué? Oiga, señora...
– Señorita, si no le importa.
El policía se secó el sudor de la frente, aquella iba a ser una noche muy calurosa y no pintaba muy bien. Su primer servicio había sido asistir a una señora de ochenta y tres años que se había quedado encerrada en el baño. Habían llamado los vecinos diciendo que se oían unos ruidos horripilantes en la casa de la señora López.
En su segundo servicio se encontraba con una camarera solterona, poco agraciada, que no le daba la impresión que les hubiera llamado por nada muy coherente.
– A ver, señorita –el policía tomó fuerzas antes de continuar–. El aviso que han dado es que podría ser que se hubiera cometido un crimen. ¿Me puede concretar qué clase de crimen?
– ¿Que qué clase de crimen? Pues el crimen que sale siempre en la tele. He visto dos zapatos en el callejón de atrás.
– ¿Y qué tiene eso de crimen? –preguntó de nuevo el agente a punto de perder la paciencia.
– Pues eso, dos zapatos que asoman, y no era un vagabundo durmiendo. No se olvida ese olor, ¿sabe? El olor a cadáver me refiero.

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