24 marzo 2011

Capítulo Uno (VIII)

— No entiendo nada —seguía diciendo la camarera mientras comenzaba a rebuscar entre las bolsas de basura e incluso dentro de los cubos—... Lo he visto, lo he visto perfectamente...
— Petra, Petra —la abogada le cogió del brazo y la giró mirándola directamente a los ojos—. Escucha, aquí no hay nada. ¿Cuántas horas llevas trabajando hoy? A lo mejor era un vagabundo, u otra cosa.
— Estoy muy cansada —la camarera cada vez dudaba más de sí misma—... Lo siento, Amelia, no quería ser una molestia.
— Has hecho bien en avisarme, ¿para qué estamos las vecinas si no? Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Tengo el despacho delante de tu casa, eso tiene que tener alguna ventaja para ti.
Petra, cuando ya estuvo más convencida, entró en silencio en el bar-restaurante, pero para cerrarlo. De repente se encontraba muy cansada y confusa, y sentía la imperiosa necesidad de meterse en la cama.
Amelia se quedó un momento fuera y miró disimuladamente entre las bolsas de basura. Menos mal que Petra tenía bastantes problemas de miopía, incluso con las gafas que llevaba, dado que hacía dos años que tendría que haberles cambiado la graduación. La que decía ser abogada, movió una bolsa de basura y tapó una mancha de sangre que aún se veía. Luego cogió el teléfono móbil para hacer una llamada, pero una voz la interrumpió.
— Amelia, ¿qué haces? —era Petra de nuevo—. ¿Entras o no? Tengo que cerrar esta puerta.
— ¡Claro vecina! —dijo Amelia mostrando su mejor sonrisa. Sonrisa que quedaba desfigurada por las dos cicatrices que le cruzaban la cara.

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