07 septiembre 2011

Capítulo Seis (II)

¡Grande Eowyn! Me has dado ganas de poner a Charles Xavier...

No hubo más despedidas. La chica siguió al hombre hasta la puerta principal donde la figura de un llamador en forma de lagarto descansaba. Detrás suyo, el sonido de un motor que se ponía en marcha y, al poco, el automóvil era una figura fantasma en la lejanía. Amelia y el hombre avanzaron por una red de pasillos tras pasar por la pesada puerta principal. La chica miró en una y otra dirección pero la oscuridad rechazaba siempre su visión. No se escuchaba ningún sonido. La casa, en sí, era como una tumba: húmeda, fría y silenciosa.
La niña, que había intentado fijarse en el camino que recorrían, pronto estuvo completamente perdida. Habían bajado, subido, torcido a derecha e izquierda como en unas veinte ocasiones. ¿Acaso la casa parecía tan grande desde fuera?
Amelia intentó hablar pero las palabras murieron en su garganta antes de ser pronunciadas. Un sonido había venido a ella, desde su espalda. Cuando lo escuchó el pelo de su nuca se erizó y apretó con más fuerza la mano del hombre, muerta de miedo. Y el hombre lo único que hizo fue sonreír.

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