12 abril 2011

Capítulo Dos (X)

Una colleja le sacó de su ensimismamiento.
— Chaval, pasas o no pasas, que hay cola.
Se giró, y un tipo de mediana edad, alto, trajeado, le miró con cara de pocos amigos. Detrás de él había tres personas más. ¿Cuánto tiempo había pasado? A los lados los "eunucos" seguían quietos, mirando hacia delante, como dos estatuas. Volvió a mirar al frente, a la puerta, que aparentemente seguía igual de sólida, impasible.
Notó la impaciencia de los demás clavada en su nuca y se le erizaron los pelillos del cogote. "Si yo también quiero pasar, pero ¿cómo?". Una idea le vino de repente a la cabeza: "¿Sólida, la puerta es sólida? ¿Quién lo ha dicho?". Con una sonrisilla comenzando a aparecer, a camino entre la ilusión de haber descubierto el misterio y la vergüenza de no haberlo hecho antes, avanzó para atravesar la puerta.
El golpe que se dio no fue muy fuerte, pero sí el sonido que produjo su cabeza al dar contra una sólida puerta de metal.
Exasperado, el tipo de mediana edad apartó a Álvaro a un lado y abrió la puerta, desapareciendo al atravesarla. Vio cómo los demás de la cola también iba desapareciendo, no sin antes soltar alguna risa por lo bajo al pasar a su lado. Hasta le pareció oír un "será idiota el tío...". Antes de que se cerrara de nuevo, frotándose la frente, atravesó la puerta, hacia la oscuridad con tono amarillento que se veía en su interior. Todo se volvió negro hasta que oyó una voz conocida.
— Ya era hora...

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